Image: El pabellón español en la Exposición Internacional de París de 1937

Image: El pabellón español en la Exposición Internacional de París de 1937

Arte

El pabellón español en la Exposición Internacional de París de 1937

31 marzo, 2017 02:00

El pabellón español en la Exposición Internacional de París, 1937

El día 4 de junio de 1937, Pablo Picasso llevó el Guernica al lugar que tenía destinado en el Pabellón de la República Española en la Exposición Internacional de París. El edificio estaba todavía en obras, iba con retraso y no se inauguraría hasta el 12 de julio, pero todo estuvo preparado para recibir al Guernica.

Explicaba José Luis Sert, uno de los arquitectos, cómo "nos sorprendió una mañana acompañando él mismo al camión que transportó la gran tela al pabellón. Con Luis Lacasa y con Alberto Sánchez presenciamos la colocación y montaje del marco. Era inconcebible cómo el mural tomó posesión del lugar, pues nosotros sólo lo habíamos visto en el taller, y el efecto era sorprendente, como si lo hubiese pintado sobre la pared misma, en el mismo lugar." Y, efectivamente, el Guernica tomó posesión del lugar porque, en definitiva, así había sido diseñado por sus arquitectos. Para el pabellón, el gran lienzo de Picasso era fundamental y para el Guernica el pabellón fue la razón de su existencia. Sin aquel encargo la gran pintura nunca hubiera existido.

Este episodio fue una empresa única e irrepetible, sólo posible por el clima de pasión, de fuerza y de entusiasmo que desarrollaron todos cuantos intervinieron en él. Es difícil imaginar cómo, en las condiciones más adversas, un entusiasta grupo de hombres y mujeres tuvieran la capacidad de realizar una obra emblemática en la historia de las Exposiciones Universales. ¿Cómo construir un edificio en tan sólo cuatro meses? ¿Cómo reunir en un momento y en un lugar a José Luis Sert, Picasso, Miró, Julio González, Alberto Sánchez o Alexander Calder? ¿Cómo se produjo el milagro de que el pequeño pabellón de un país debilitado por la guerra se convirtiera en una de las mayores atracciones de todo el recinto de la exposición?

Alexander Calder entre el Guernica y La fuente de mercurio

En plena Guerra Civil, el Gobierno de la República Española decidió participar en la Exposición Internacional que debía inaugurarse en París en mayo de 1937. Extraña decisión, cuando el país se encontraba en una situación tan límite que convertía en superfluo todo lo que no tuviera una validez inmediata para el desarrollo de la guerra. Sin embargo, fue precisamente un inteligente deseo de eficacia lo que indujo al gobierno a plantearse la participación en la Exposición, valorando el enorme potencial de propaganda que tendría el evento. Se suponía que esta llamada de atención, en el marco de un encuentro internacional, podría allanar las difíciles negociaciones del Gobierno de la República para conseguir los vitales suministros de armamento que el "Pacto de No Intervención" les impedía conseguir.

Así, a última hora, en diciembre de 1936, se pone en marcha una actividad febril para conseguir llegar a la cita de mayo. Se nombra comisario al filósofo y rector de la Universidad de Madrid, José Gaos, y se encarga el proyecto a dos de los más importantes arquitectos del momento, el madrileño Luis Lacasa y el catalán José Luis Sert. El equipo que rodeó al comisario se componía de intelectuales de gran prestigio: los escritores Max Aub y José Bergamín fueron comisarios adjuntos y el pintor Hernando Viñes actuó como secretario. Completaba el grupo el director general de Bellas Artes, Josep Renau, conocido cartelista y fotomontador, el cineasta Luis Buñuel, los escultores Alberto Sánchez y Julio González, el pintor Joan Miró y el artista norteamericano Alexander Calder. En cuanto a Picasso, desde el primer momento, es decir, desde diciembre del 36, se pidió su colaboración como figura fundamental, era el artista más importante del momento y su presencia era garantía absoluta de que la empresa tendría el éxito esperado.

Todos ellos, y otros muchos artistas y trabajadores, comenzaron una carrera contrarreloj a la que se entregaron en cuerpo y alma con el mismo ardor que si estuvieran en un frente de batalla. El día 27 de febrero de 1937 se colocaba la primera piedra del Pabellón Español y, en un tiempo récord, consiguieron lo que parecía imposible, construir uno de los mejores pabellones de todo el conjunto de la Exposición. Una edificación pequeña, con grandes dificultades materiales y con escasez de espacio disponible, pero una auténtica joya de la arquitectura racionalista; un contenido excepcional en materia de artes plásticas; una gran exposición de artes populares y folclore que destacaba la pujanza y riqueza de la cultura milenaria de los pueblos de España, en aquel momento amenazada; por último, una completa información socio-económica y cultural a base de fotomontajes que mostraban todas las realizaciones de la República en materia de educación, sanidad, agricultura, industria o patrimonio artístico. El pequeño Pabellón Español venía a resultar un centelleante cartel publicitario, junto a los inmensos edificios de Alemania y la URSS, que atraía inmediatamente la atención por su colorido blanco, negro, gris y rojo, por la inteligente utilización de grandes fotomontajes en la fachada y por el reclamo de la gran escultura de Alberto Sánchez, El pueblo español tiene un camino que conduce a una estrella, trece metros de pasión en cemento coloreado de tonos ceniza, rojizos y terrosos.

El edificio consistió en una planta baja abierta, con pórtico y un gran patio entoldado, y dos pisos de planta rectangular. Su diseño se adaptaba a las necesidades de la exposición con un recorrido en sentido único predeterminado desde el comienzo, en el que se invitaba a visitar en primer lugar la planta baja, para acceder por una rampa a la segunda, bajando luego a la primera y, a continuación, la salida por una escalera exterior.

Sala de artesania del Pabellón español

El visitante, tras sorprenderse en el jardín exterior con las impresionantes esculturas de Picasso, Gran cabeza de mujer y Dama Oferente, la genial Montserrat de Julio González y el magnífico tótem de Alberto Sánchez, accedía al gran pórtico de entrada donde quedaba inmediatamente atrapado en el campo magnético del Guernica y de la impactante Fuente de mercurio de Alexander Calder. Atravesando el patio entoldado, con un bar y un escenario para actuaciones y proyecciones cinematográficas, arrancaba la rampa que, describiendo una elipse, llegaba a la segunda planta dividida en dos salas. En la zona de Artes Populares se exhibía una muestra de artesanía y trajes regionales españoles, apoyándose en modernos fotomontajes y en el excelente montaje de Alberto Sánchez para la colección de cerámicas. La sección de Artes Plásticas mostraba exposiciones de pintura y escultura que iban rotando para mostrar la mayor cantidad de piezas posible. Las obras eran en su mayoría pinturas alusivas a la Guerra Civil, enviadas desde España y realizadas por artistas de prestigio. En el centro de la sala figuraban otras tres extraordinarias esculturas de Picasso: Cabeza de Mujer, Busto de Mujer y Bañista.

En la bajada a la primera planta,ocupando todo el muro y la altura de ambos pisos, aparecía el impresionante mural de Joan Miró El payés catalán en revolución, blandiendo su enorme hoz como un grito de ataque. Allí se exhibían los expresivos y eficaces fotomontajes de Josep Renau sobre educación, sanidad, previsión social, agricultura, industria de guerra, minería del mercurio en Almadén y salvamento del patrimonio artístico.

La información general sobre el país, su guerra y su paz, su trabajo, su economía, su cultura y su arte, todo había quedado recorrido de manera completa y altamente ilustrativa en un espacio mínimo, pero bien concebido. El edificio era una perfecta síntesis entre el racionalismo de Le Corbusier, con quien había trabajado Sert, y los elementos típicos de la arquitectura popular mediterránea. Se construyó utilizando los materiales que suministraban las nuevas tecnologías y que se adaptaban a las exigencias de rapidez y ligereza. La estructura se hizo a base de vigas metálicas tal y como eran suministradas de fábrica; para el cerramiento de muros se utilizaron vidrio y placas de fibrocemento ondulado, mientras el interior iba cubierto por paneles de celotex ensamblados con tornillos a la vista y los techos con losas de cemento que alternaban con placas de silvanita para conseguir una iluminación cenital. La bóveda y los elementos del escenario iban en hormigón armado, así como las escaleras y rampa, y solamente se utilizaron la piedra y el ladrillo para el basamento y los muros de la planta baja. Todos estos materiales iban a contribuir al realce de otro aspecto de la mayor importancia: el color. Los muros de la planta baja iban encalados en blanco, excepto una pequeña zona en rojo sangre de toro; las piedras del basamento, el celotex y el fibrocemento en su color gris natural; las vigas metálicas se pintaron en blanco con los laterales en rojo; los fotomontajes daban sus tonalidades en blanco y negro, así como el propio Guernica de Picasso; el mural de Miró estaba dominado por los mismos colores y la Fuente de Calder dejaba caer el plateado mercurio sobre unos soportes de hierro, embreados en negro, al tiempo que hacía girar un disco rojo.

En cuanto a los ecos de la arquitectura mediterránea, el gran patio entoldado era un recurso típicamente hispano acentuado por la utilización de baldosas de terracota y dos ventanales enrejados. Una celosía de madera, que cerraba el pórtico, dejaba traslucir la influencia arábiga en la arquitectura del sur de España, igual que la utilización de fibra vegetal en los suelos de las dos plantas altas. Especialmente ingeniosa fue la solución al problema de ventilación y aislamiento del calor, diseñando un tejado doble que creaba una gran cámara de aire entre la cubierta y el techo de la segunda planta y colocando, en este espacio, un sistema de aspersores de agua para enfriar el aire que, una vez refrigerado, pasaba al interior por medio de ventiladores. Este sistema fue ideado por Sert basándose en antiguas fórmulas de la arquitectura árabe, utilizada en el litoral levantino y el sur de España.

Lacasa y Sert habían conseguido uno de los episodios más interesantes de nuestra arquitectura: un edificio en el que se fundían vanguardia, tradición y propaganda en un conjunto plenamente unitario en el que, desde el mismo momento en que se trazaron los planos, hubo un lugar destinado a la gran obra de Picasso, el Guernica como centro y eje del pabellón.