Image: Lo que pasó en Amadís, sí que importa

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Arte

Lo que pasó en Amadís, sí que importa

23 marzo, 2016 01:00

De izquierda a derecha: Juan Antonio Aguirre, Guillermo Pérez Villalta, Alfonso Albacete, Fernando Huici, Manolo Quejido, Carlos Franco, Mariano Navarro y Luis Gordillo, en 2001

Fallece en Madrid el pintor y crítico Juan Antonio Aguirre, impulsor del grupo Nueva Generación Madrileña y figura fundamental en la apertura de nuevos horizontes pictóricos bajo la dictadura franquista.

El sábado pasado fallecía Juan Antonio Aguirre (Madrid, 1945), pintor, crítico de arte, conservador de museo y responsable de galerías privadas y centros institucionales en un período especialmente difícil y conflictivo de la historia del país. Una figura que resultó fundamental en la apertura de nuevos horizontes bajo la férula de una dictadura tan brutal como ignorante y que, creo, fue maltratada entonces por los poderes públicos y actualmente injustamente retratada por los historiadores nuevos en sus intentos de asalto al poder reescribiendo una historia reciente y no vivida.

Estudiante de Filosofía y Letras, compañero de clase de Ignacio Gómez de Liaño y Fernando Savater, entre otros, no hizo estudios de Bellas Artes, aunque sí recibió clases particulares y siguió durante tres años los cursos de la Escuela de Artes y Oficios. Expuso, por primera vez, en 1965, en la galería Amadís, que cinco años después dirigiría.

Convencido del agotamiento del movimiento informalista español, sus preferencias empezaron a decantarse, muy pronto -con tan sólo veintidós años, estudiante aún, ya asesoraba a la Galería Edurne, fundada por Antonio y Margarita Navascués- por ciertas derivas geométricas en la abstracción y por las incursiones post-pop que abandonaban la nueva figuración, centrándolo en dos figuras para él fundamentales, Manuel Barbadillo y Luis Gordillo, y declarando su preferencia por el universo del segundo. Con esos mimbres y con una ferviente apertura de ideas conformó la que denominó Nueva Generación, por oposición a la de Saura y Millares, en la que incluyó a artistas como Elena Asins, Alexanco, Jordi Teixidor, Yturralde, Gerardo Delgado, Jordi Galí o Anzo. La publicación, en 1969, de Arte último: La Nueva Generación en la escena española señala un nuevo momento en la crítica española y marca el inicio de un discurso que ignora voluntariamente el régimen entonces existente, dándolo por desaparecido o estéril, rehúye la confrontación por inútil, y se centra en su apertura al homólogo que construye la crítica internacional.

Detalle de La película era la política, 1980

Desde esa perspectiva asumió, en 1970, la dirección de la sala Amadís que, con todas sus contradicciones, convirtió, como quería, en una galería piloto, tan decisiva en su momento como lo serían después Buades o, desde otra perspectiva, Fernando Vijande. Allí, con olfato, rigor y amplitud de miras expondrían por primera o casi primera vez pintores como Rafa Pérez Mínguez, Carlos Alcolea, Carlos Franco, Santiago Serrano, Guillermo Pérez Villalta, Soledad Sevilla y Miguel Ángel Campano, también artistas inclasificables o en las proximidades del conceptual como Nacho Criado, Paz y Luis Muro, Mitsuo Miura, y fotógrafos como Pablo Pérez Mínguez o Carlos Serrano. Según sus propias palabras: "No es porque yo fuera un abanderado defensor de este tipo de arte, pero se estaba haciendo y me interesaba presentarlo y seguirlo, pero me creaba unos problemas tremendos; tenía que enseñar a mis superiores el catálogo de la Documenta de Kassel de 1962 para que vieran que yo no estaba chiflado, que lo estaba toda la escena internacional".

La nueva historiografía se preocupa más de que Amadís dependiera de la Secretaría General del Movimiento, confundiendo lo oficial con ser voluntariamente franquista, que de analizar una programación que se abría a otras culturas, como las exposiciones dedicadas a la cultura esquimal (entonces todavía lenguaje correcto) o a Las 53 estaciones de Tokaido, de Hirosigue, que reunía colectivas dedicadas a temas tan poco heroicos como La casa y el jardín. O proponía a los artistas trabajar en parejas, así Pérez Mínguez y Pérez Villalta, o Pablo Pérez Mínguez y Carlos Serrano; y llega a poner en cuestión la identidad misma de la galería con la inclusión de pintores naifs, entonces ignorados del mundo artístico serio, como Higinio Mallebrera, una especie de Aduanero Rousseau a quien expuso por primera vez con setenta años cumplidos, o Tomás de la Fuente. Un programa que sí importaba y que hizo a muchos jóvenes interesarse y participar en los encuentros que tenían lugar en la sala y en las discusiones colectivas que se organizaban, quizás eso sí un poco más libremente por pertenecer a la delegación de la juventud. En 1975, también es casualidad, le despidieron.

Detalle de Tarde en Flamengo, Río de Janeiro, 1980

Al año siguiente, tras ganar unas oposiciones, entró como conservador interino en el hoy desaparecido, y entonces ya signado por la desgracia, Museo Español de Arte Contemporáneo, en la Ciudad Universitaria, en el que llegaría a ser subdirector -organizando exposiciones individuales retrospectivas de Carlos Alcolea y Santiago Serrano, o dedicando toda una sala a los artistas emergentes u organizando conciertos de Radio Futura- y, por las miserias interinas de este país, que anularon las oposiciones que había ganado, degradado a bedel de la institución. Se vio obligado a presentarse una vez más y a ganarlas de nuevo.

Jubilado prematuramente el año de constitución del Centro de Arte Reina Sofía se dedicó desde entonces exclusivamente a la pintura en la que ha sido un espléndido representante de una veta luminosa, colorista -él mismo bautizó los años setenta como "la década multicolor" - y, con un rasgo que quizás, como quiere mi amigo Daniel Castillejo, es definitorio de aquellos momentos para una generación española, cierta alegría despreocupada, una explosiva algazara proveniente quizás de tanto dolor y tanta lucha como la que les fue necesaria para hacerse con un presente que fuese verdaderamente suyo.