Image: Soledad Lorenzo, de frente y de perfil

Image: Soledad Lorenzo, de frente y de perfil

Arte

Soledad Lorenzo, de frente y de perfil

La Fundación Arte y Mecenazgo presenta la biografía de la galerista firmada por el periodista Antonio Lucas y el crítico Mariano Navarro

29 enero, 2014 01:00

Soledad Lorenzo frente al retrato que le hizo Helmut Newton, 2012. Foto: Ana Laura Aláez

Retirada del negocio pero no del arte. Así lleva Soledad Lorenzo (Santander, 1937) estos últimos trece meses, desde que en diciembre de 2012 cerrase las puertas de la mítica galería de la calle Orfila que había abierto también un mes de diciembre de 1986. Después de 26 años dedicada en cuerpo y alma al arte y a los artistas no es de extrañar que no queramos acabar de despedirnos de una de las pioneras del galerismo español. Desde hace un año, los premios y homenajes se han venido sucediendo: premio GAG de las galerías catalanas, homenaje de Arte Santander, premio a su carrera de MAV (Mujeres en las artes visuales), Medalla de Oro de la Ayuntamiento de Madrid. Y el galardón que ha dado lugar a este libro, el premio de la Fundación Arte y Mecenazgo impulsado por "la Caixa".

Dotado con 40.000 euros, se otorga para emplearlo en un proyecto concreto que ponga el valor el galerismo español. Mucho pensó antes de decidirse por el libro, "llevada en realidad por comentarios e ideas de amigos", dice. "No estaba segura de que mi vida interesase a nadie y desde luego lo que no quería era firmarla yo… eso hubiera sido demasiado pretencioso. Los protagonistas esta vez son Antonio Lucas y Mariano Navarro". Cierto, aunque no del todo. Ellos son desde luego los que han ido deshaciendo la madeja de su vida, el primero, y de su galería, el segundo. Pero es ella la que sale en la foto, la que se deja retratar de frente y de perfil, la que cuenta sus experiencias.

"Intentar conocer a Soledad Lorenzo es un ejercicio fascinante", explica Antonio Lucas. "Es dueña de una experiencia vital con mucho de insólito. Todo a su alrededor es aparentemente normal, pero viene de una sucesión de circunstancias acumuladas que pivotan en tres ejes principales: la familia, la experiencia de la muerte y el arte". Así empieza este libro el periodista a quien Soledad Lorenzo encargó la primera parte: una entrevista para hablar de su vida, de lo más privado de su vida. Su infancia en Santander, su padre encarcelado, la muerte demasiado temprana de su marido, el cambio de vida de ama de casa en Londres a trabajadora por cuenta ajena con el marchante Fernando Guereta, luego en la galería Theo: "Un día me desperté y sentí que mi vocación me llevaba a estar más en contacto con el artista que con su obra", le dice a Lucas, quien pregunta "¿qué fue lo primero que vendió?: un cuadro de César Manrique".


Soledad Lorenzo con Antoni Tàpies

Todo está ahí. Su comentada relación con Luis Rosales, su amistad con Pepe Hierro, Francisco Nieva o Juan Carlos Onetti… Y más tarde su independencia. La búsqueda del local cerca de la calle Génova, la ayuda de su hermano Ricardo para comprarlo, el diseño del espacio por parte de Gustavo Torner, cómo programa su primera temporada o cómo fija los precios de los artistas. El primer día de apertura: "Un éxito rotundo de público". También sus opiniones sobre, por ejemplo, los directores que han pasado por el Museo Reina Sofía: "Me alegra que sea Manuel Borja-Villel quien está ahora al frente" o "el nombramiento de Ana Martínez de Aguilar fue muy sorprendente para todos" o "a Juan Manuel Bonet lo que le gusta es el libro artístico y no tanto el arte contemporáneo".

Historias de una galería

En plural. Historias. "No se trataba de escribir una historia a modo de tesis doctoral. Es algo mucho más personal. A partir de la voz de Soledad y de los artistas de la galería a los que he entrevistado a lo largo de una año de trabajo, he pretendido hacer un retrato coral de la galería", explica Mariano Navarro, autor de la segunda parte del volumen. Una historia circular que empieza en la cena de los 25 años de la galería en la Real Fábrica de Tapices de Madrid en noviembre de 2011, anuncio oficial del cierre que llegaría al año siguiente, y termina con Juan Ugalde y Philipp Fröhlich en la entrega de la Medalla de Oro del Ayuntamiento a la galerista en mayo de 2013. Dos momentos del presente para delimitar un rico anecdotario que nos ayuda a acercarnos un poco más a esta mujer que, efectivamente, forma parte de esa necesaria intrahistoria de nuestro arte contemporáneo.

"Ha hecho de las relaciones públicas un arte y es muy fan de sus artistas", dice de ella Navarro que la conoció cuando todavía trabajaba en Theo, con Fernando Mignoni y Elvira González. "Ella me consiguió a finales de los años 70 mi primera entrevista con Pablo Palazuelo, una charla de dos horas que no olvidaré jamás", explica el crítico. "Su inteligencia, su empatía en este negocio y un punto de originalidad a la hora de mirar la obra de artista" son, para Navarro, lo que le ha llevado a lo más alto del galerismo patrio.


Soledad Lorenzo con Pablo Palazuelo

Coleccionistas, artistas y críticos desfilan por estas páginas que se leen de un tirón. Recuerda Navarro, por ejemplo, como un comprador le dice, encantado, a una recién llegada Elba Benítez: "¡Me he comprado un soledad lorenzo!", hasta tal punto importaba comprar en su galería. O lo que de ella escribió Francisco Umbral cuando estrenó galería: "Va a ser la Juana Mordó del fin de siglo. Soledad, en su casa y en la calle, en las galerías y en la vida, vive la pintura, en la pintura, para la pintura". Luego, precisamente, se le encasilló ahí, en la pintura, "injustamente", comenta Navarro para destacar su labor también como galerista experimental y descubridora de talentos. "Ahí están Pedro Mora, Adrià Julia, o Íñigo Manglano-Ovalle, y quién si no ella trajo a Madrid a los representantes de la nueva escultura vasca, Txomin Badiola, Pello Irazu…", reivindica.

"Es lógico. Alrededor de una figura como la de Soledad siempre se crean una serie de estereotipos que de algún modo este libro pretende corregir", dice el crítico. Pero de lo que no hay duda es de su amor al arte y, casi por encima de esto, a sus artistas. "Los galeristas decimos 'mis artistas'. Los artistas dicen 'mi galerista', hay algo de posesión, y por descontado de complicidad necesaria en eso", le dice a Mariano Navarro. "Todo parece natural, concluye Soledad, pero lo que una galerista puede llegar a vivir con sus artistas de manera natural es un mundo verdaderamente fantástico".