Image: Emmet Gowin

Image: Emmet Gowin

Arte

Emmet Gowin

"Me acusaban de incesto por fotografiar a mi familia"

28 mayo, 2013 02:00

Emmet Gowin: 'Nancy', Danville (Virginia), 1969.

La Fundación Mapfre dedica una gran retrospectiva al fotógrafo norteamericano, que recorre cinco décadas de su obra, desde los retratos familiares a los trabajos sobre paisajes castigados por la acción del hombre.

El primer impulso de ser fotógrafo lo sintió Emmet Gowin (Danville, Virginia, 1941) en la sala de espera de un dentista. Cogió una revista y hojeándola encontró una fotografía de Ansel Adams que le conmocionó. "Es otro Cristo", exclamaba mirando la imagen del tocón de un árbol carbonizado a cuyos pies empezaba a brotar unas briznas de hierba. A su alrededor le miraban conturbados pero él estaba fascinado por la revelación. "Me pareció ver de nuevo la resurrección de Jesús, el ciclo de vida y muerte concentrado en esa estampa", explica a El Cultural, pocos minutos después de presentar en persona la gran retrospectiva que le dedica la Fundación Mapfre (Sala Azca), con casi 200 fotos que recorren toda su sólida trayectoria tras el objetivo.

Gowin tenía 16 años cuando experimentó aquel impacto. Corrió a su casa y le pidió a su padre la cámara. Ahí arrancó su carrera, que, como él mismo reconoce, en un principio constituyó una sucesión de palos de ciego, una encadenación de intuiciones que no tenía muy claro cuál era su sentido último. La naturaleza, en particular los bosques que rodeaban Danville, era el lugar donde se perdía presionando el disparador aquí y allá. Fue en la Rhode Island High School of Design donde empezó a reafirmar y refinar su vocación. "Allí conocía a Harry Callahan [uno de los más influyentes e innovadores fotógrafos norteamericanos]. Fui alumno suyo cuatro años. Cuando le expresaba mis dudas me decía: 'Entre tú y yo la única diferencia es que yo he hecho muchas más fotografías malas que tú'", recuerda Gowin. "Luego añadía: 'Y también he hecho muchas más buenas'". Ríe al recordar la anécdota.

Gowin, que luego sería profesor en Princeton durante cuatro décadas, reconoce que Callaham fue fundamental en esos primeros pasos. También lo fueron Walker Evans, Cartier Bresson, Robert Frank... "Reconozco la tradición de la fotografía que me precede", confiesa con toda naturalidad, sin caérsele ningún anillo. De su cuello cuelga una cámara Sony digital. No deja de ser fotógrafo ni un segundo. Dice que el paso del negativo al píxel no le ha supuesto ningún trauma: "Un día vi en el Smithsonian fotografías de la Guerra Civil de Estados Unidos que habían sido recuperadas de la nada gracias a escáneres de la NASA y un serie de logaritmos matemáticos. Era redescubrir fotos que eran invisibles. Es lo que siempre he hecho yo. Lo curioso es que ahora hay más gente haciendo daguerrotipos que utilizando las nuevas técnicas".



El trabajo de Gowin se centró en sus primeros años en su entorno familiar. Retrataba a Edith, su mujer, y a sus dos hijos. Poses de la cotidianidad y la armonía que respiraba en las fronteras de su propia casa. A pesar de que su padre era un pastor metodista y su madre una cuáquera, Gowin no se cortó en inmortalizar a su esposa desnuda en muchas ocasiones. Algo que le costó algunas rencillas con los más obtusos y prejuiciosos en términos religiosos: "Algunos me decían que mi trabajo era incestuoso. Yo les decía que prestaran atención a las fotografías. Y les explicaba que eran una consecuencia natural de mi amor por ellos, de mi entrega. Si hubiera tomado esa decisión con criterios intelectuales, me habría equivocado. Me dejé llevar por un impulso interior y cuando operas así la naturaleza te protege y confabula en tu favor".

Además, contó desde el principio con el apoyo de su mujer: "Primero me dejó fotografiarla sin ropa y poco después me permitió mostrar los retratos. Ella es muy fuerte y se dio cuenta de que no había nada que perder". Gowin se remitía a la mitología cristiana para escudarse frente a las asechanzas de los fanáticos: "Adán y Eva vivían desnudos en el paraíso. Su desnudo era sagrado. No había secretos en ese sentido. En realidad, el cuerpo no es ningún secreto porque todos lo conocemos". Aunque es cierto que algunas instantáneas enmarcadas en ese territorio íntimo las presenta como si estuviéramos accediendo a un arcano: cuando a comienzos de los 70 empezó a utilizar la lente de una cámara de 4x5 en un aparato de 8x10, ingenio que daba como resultado imágenes enmarcadas vistas desde un círculo.

La otra vertiente de su trabajo más notable es la dedicada a fotografiar paisajes. En los 80 volvió a sentir la llamada de la naturaleza, y fijó el foco en el impacto que sobre ella había causado la actividad humana. No por motivaciones ambientalistas, sino estéticas y espirituales. La tierra retratada por Gowin parece piel. Esas imágenes son como cuadros abstractos. "Un paisaje mantiene su alma a pesar de las cicatrices y el castigo que le inflige el hombre. Es eso lo que quiero mostrar". Gowin ha recorrido medio mundo para documentar la marca de las huellas que dejamos en el planeta: los círculos de irrigación en Kansas, que consumen millones de litros de agua donde es escasa; los desiertos de Nevada, muy similar a un paraje lunar como consecuencia de las pruebas nucleares; las minas a cielo abierto y las centrales térmicas de Checoslovaquia, que tienen devastados sus alrededores. Sin la actitud radicalizada de un activista, Gowin consigue remover conciencias y pulsar las teclas de la emoción.