Image: De robots y replicantes

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Arte

De robots y replicantes

Nace Observatorio. Un espacio para sondear, detectar y analizar las transformaciones que están redefiniendo la cultura en su sentido más amplio

José Luis De Vicente
Publicada
Actualizada

El robot Geminoid F acaricia a la actriz que interpreta 'Sayonara' de H. Ishiguru

Nos adentramos, de la mano de José Luis de Vicente, en el mundo de los humanoides, buscando el alma de los robots a través del fascinante trabajo de Hiroshi Ishiguro.

El profesor Hiroshi Ishiguro es lo más parecido que tiene el mundo de la robótica a una estrella mediática. Su aspecto -calculado o natural- no decepciona al que piense que un creador de androides debe ser un poco científico loco: gafas metálicas que le dan una mirada severa, peinado que no pasa desapercibido, e invariable vestimenta de negro riguroso. Ishiguro no desprecia las oportunidades para hablar sobre su trabajo en foros no académicos, por lo que no ha rechazado una oferta peculiar: ser la imagen pública de la próxima edición del Festival Internacional de Cine de Sitges. Su cara se volverá mucho más familiar en nuestro país las próximas semanas, cuando empiece a aparecer en carteles y spots televisivos. Aunque en realidad no es su cara, sino la de Geminoid HI-1, su gemelo mecánico, su creación más conocida.

Según la publicación técnica IEEE Spectrum, en el mundo hay cerca de 9 millones de robots, dedicados a tareas como fabricar coches, transportar palets, desactivar bombas o ser controlados por cirujanos en operaciones de cirugía. Hay unos 4 millones de aspiradoras robots en hogares de todo el mundo. Y la robótica es una disciplina en estado de efervescencia; todos los meses, departamentos académicos y empresas como Festo rompen nuevas barreras. Las nuevas generaciones de robots, por ejemplo, simulan con una precisión asombrosa el vuelo de un pájaro o el movimiento de un pulpo.

Pero con la excepción de algún robot experimental diseñado para entretenimiento o compañía, ninguno pretende tener aspecto humano. Sencillamente, no hay una razón práctica para ello, y el problema de replicar a un ser humano es tan complejo e inabarcable que el fracaso está casi garantizado. La obsesión por abordar este reto, casi tan metafísico como técnico, es lo que diferencia a Ishiguro y a los que trabajan en su laboratorio de Robótica Inteligente de la Universidad de Osaka del resto de investigadores de su campo.

Juguete filosófico.
Para Marta Peirano, editora de El Rival de Prometeo: Vidas de Autómatas Ilustres (Impedimenta), un volumen que recorre el viaje histórico de la simulación del ser humano, el científico japonés es partícipe de una gran empresa histórica, la de intentar entender al hombre por el método de copiarlo. "El androide es un juguete filosófico, el espejo en el que buscamos los secretos de nuestra propia naturaleza. Su ambición es responder a las preguntas originales de la ciencia." Los Geminoides de Ishiguro, para Peirano, son intentos de "explotar esa inquietud que Freud llama lo siniestro, eso que sentimos cuando nuestra réplica nos devuelve la mirada vacía de lo muerto, la no-alma."

Ishiguro ha abandonado la idea de crear robots autónomos para centrarse en la noción de "presencia". Su trabajo gira alrededor del concepto japonés de sonzaikan, la sensación de estar en compañía de un ser humano.

Geminoid HI-1, el doble de Ishiguro, es literalmente un cuerpo teledirigido. No tiene fuerza ni autonomía para ponerse en pie, pero bajo la piel de silicona y el pelo natural cuenta con 13 actuadores mecánicos -músculos artificiales- en la cara, 15 en el torso, y 22 en sus brazos y piernas. Los actuadores le permiten adoptar un lenguaje corporal complejo, y multitud de expresiones; su cabeza se gira cuando el usuario que lo controla inclina la suya, aprieta las cejas o se encoge de hombros. Una de las principales contribuciones de Ishiguro a la ciencia y el arte del androide no es lo que sus robots pueden hacer, sino lo que no pueden evitar hacer. Geminoid HI-1 nunca está perfectamente quieto, incluso si no está ejecutando una orden. Parpadea, tiembla, cambia de postura. El Geminoid HI-1 reconoce que una cualidad humana esencial es la falta de control sobre uno mismo.

Más allá del reto tecnológico, el desafío del diseñador de humanoides es entender qué es aquello que reconocemos como fundamentalmente humano; cuáles son las acciones, gestos y comportamientos que disparan en nuestro cerebro la impresión inequivoca de estar frente a una persona. La segunda parte es comprender cómo reaccionamos frente a esta simulación de lo humano, qué respuestas, racionales o irracionales nos provoca. Para esto, Geminoid HI-1 ha vivido durante meses fuera del laboratorio.

Un androide en el café.
Los dos últimos años ha pasado muchas horas en el café del Ars Electronica Center, el "Museo del Futuro" de la ciudad Austriaca de Linz, en que se celebra el más importante festival anual de Arte y Tecnología. Mientras el robot se sentaba en una esquina pretendiendo trabajar, su creador lo controlaba remotamente desde Japón, empezando conversaciones informales con los curiosos que se acercaban a él.

Algunos pueden, tras la incomodidad inicial, olvidar la artificialidad de la situación y mantener una comunicación fluida que se compone de palabras pero también de gestos corporales. Más insospechada es la respuesta que el propio Ishiguro ha desarrollado mientras controla al Robot; asegura que el androide se ha convertido en un "miembro fantasma" de su cuerpo, y que cuando alguien toca la cara del robot, acaba sintiendo el roce en su propio rostro.

Pero para muchos, a pesar de su expresividad, los robots de Ishiguro no han superado la gran prueba de fuego de la robótica naturalista, el "valle inquietante", un principio teórico que dicta que una simulación demasiado parecida a la realidad nos produce repulsión y desprecio; nos sentimos, más que junto a una persona, frente a un cadáver animado.

El próximo experimento de Ishiguro se presenta en la edición 2011 de Ars Electronica 2011, tras haberse estrenado en Japón. Desarrollado en colaboración con el director nipón Oriza Hirata, Sayonara es una pieza de teatro para dos personajes femeninos; uno de ellos es una actriz y el otro, Geminoid F, un modelo femenino de los robots de Ishiguro.

En un diálogo sobre la muerte y el adiós, el robot conversa con la actriz leyéndole poemas de Rimbaud y Shuntaru, en una reflexión compartida sobre la perdida que busca que los espectadores se identifiquen con uno de los dos interlocutores, sin que reparen en cuál es el humano. La obra es de alguna manera, una variante del mítico test de Voight-Kampff, el examen al que el teniente Decard sometía a los replicantes de Blade Runner para determinar si eran realmente personas, o sólo copias.

Una escultura errante

Otro de los proyectos presentes en Ars Electronica 2011, A Tool for Deceive and Slaughter, representa acercamientos al medio de la robótica menos literales, que complican la relación entre el dispositivo y el usuario hasta llevarla a límites improbables. En apariencia una simple escultura minimalista en forma de cubo, es una obra que intenta escapar de su dueño. Su autor, el norteamericano Caleb Larsen, ha incluido dos cláusulas inusuales en el contrato de venta de la escultura. Por un lado, el comprador se compromete a mantener la obra permamente conectada a internet a través de un cable en su parte trasera. La segunda cláusula obliga al comprador a ponerle un precio de venta acorde con la cotización del artista en el mercado, ya que la conexión a internet permite a la obra venderse a sí misma a través del portal de subastas eBay. El comprador está obligado por contrato a empaquetarla y enviarla al nuevo dueño, en un viaje quizás infinito.