Image: Mona Hatoum

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Arte

Mona Hatoum

"Un error puede ser un momento creativo ideal para un artista"

8 octubre, 2010 02:00

Mona Hatoum. Fotografía de Joe Kesrouani © 2010

Es una de las artistas más destacada del panorama internacional que ha hecho del exilio su particular ruta de viaje. Conceptual, y muchas veces onírica, Mona Hatoum llega ahora a la Fundación Botín de Santander con Le Grand Monde, una exposición que, hasta el próximo mes de enero, advierte del peligro de no cuestionar todo lo que vemos.

La vida de Mona Hatoum está marcada por el conflicto. Nació en Beirut en 1952, ciudad a la que sus padres habían emigrado desde Haifa debido a los enfrentamientos que afectaban a los palestinos. En 1975, otra disputa volvió a cambiarle la vida. Estaba en Londres cuando comenzó la guerra civil libanesa. Había ido a la ciudad para una breve visita, pero ahí se quedó varada, lo que le creó otro tipo de desplazamiento. Treinta y cinco años después allí sigue, aunque siempre con las maletas preparadas para salir corriendo, con una sensación de desarraigo que aniquila cualquier sentimiento de hogar. "Vengo de un trasfondo asediado. Guerras, conflictos y disputas fronterizas son parte de mi historia personal y eso se filtra en mi trabajo", explica con resignación.

Partiendo de esa base, se entiende que en cada uno de sus viajes Mona Hatoum celebre lo inestable, nómada y poco domesticada que es su día a día. Con ese espíritu ha recorrido medio mundo y los más importantes museos y centros de arte, desde el New Museum de Nueva York al Pompidou de París, pasando por la Tate de Londres. Allí donde expone, pasa un tiempo conociendo el lugar, estudiando el contexto y buscando materiales para sus nuevas esculturas, instalaciones, performances y vídeos. "Es mi forma favorita de trabajar -declara-. No soy una persona que encuentre inspiración fijando la mirada en la pared vacía de mi estudio; pienso mejor cuando estoy en marcha".

Mirar dos veces
Su cita en Santander también le ha permitido pasar una temporada en nuestro país. Llegó en julio para conducir un taller con quince artistas en Villa Iris, edificio que la Fundación Botín dedica a la formación artística, y para preparar, junto a la comisaria Chus Martínez, la gran exposición que, desde hoy, puede verse en dicha institución. El título, Le Grand Monde, da pistas de la intención que tiene Mona Hatoum como artista: "Quiero que mi trabajo sirva para que la gente cuestione el mundo en el que vive y mire más allá de la apariencia de las cosas".

-Eso de que nada es lo que parece tiene mucho que ver con el surrealismo. ¿Qué tiene que ver lo surreal con usted?
-El surrealismo me fascina desde que era joven, porque me hizo darme cuenta de que las cosas no son necesariamente lo que parecen. Fue mi punto de entrada en el mundo del arte. De hecho, el primer libro que compré fue sobre Magritte. Hoy me interesa por su relación con el psicoanálisis. Hay algo fascinante en el trauma, en cómo afecta a nuestra manera de interpretar lo que nos rodea.

-Algunos de sus traumas afloran como ecos de un grito de socorro. Puertas que no llevan a ninguna parte (Huis Clos, 2002), felpudos hechos con alfileres (Doormat, 2001) o camas metálicas sin rastro de calor humano (Incommunciado, 1993)...
-Las obras se llenan de asociaciones, aunque a menudo, sólo soy capaz de pensar el significado de mi trabajo una vez está hecho, aunque hay temas a los que tiendo a volver una y otra vez. Por ejemplo, problemas como la inestabilidad, el enfrentamiento, las contradicciones, la distancia, la reclusión y lo siniestro, por citar algunos.

-Una de sus obras, Hot Spot (2006), estructura la exposición. ¿Cuál es el mensaje que lanza?
-Hot Spot es como una jaula en forma de globo terráqueo donde puede verse un mapa del mundo con luces de neón. En aspecto parece frágil, pero tiene una energía peligrosa. La idea que hay tras esta pieza es que los "puntos calientes" o de conflicto actuales no se limitan a unas áreas concretas, si no que todo el mundo está atrapado en esos enfrentamientos y disturbios.

-Lo geográfico parece ser su particular campo de batalla...
-Sí, todo empezó cuando encontré un mapa con los acuerdos de paz de Oslo entre Israel y Palestina durante una residencia en Jerusalén en 1996. Ese hallazgo fortuito fue el punto de partida de Present Tense, donde creé una frágil superficie de 200 pastillas de jabón soluble tradicional y marqué las inestables fronteras establecidas por esos acuerdos con brillantes cuentas de vidrio. Fragmentados y separados, el mapa parece agrupar cientos de pequeñas islas, divididas por una frontera arbitraria. Nada en ese mapa es permanente ni seguro.

Desde entonces, los mapas son su emblema: "Siempre aluden tanto a la inclusión como la exclusión, a la ansiedad de la idea de "hogar", a disputas sobre las fronteras políticas y, a menudo, a una geografía inestable o a ciudades en perpetuos ciclos de destrucción y reconstrucción, como el caso de 3-D Cities, que incluyo en esta exposición. Consta de tres mapas impresos (de Beirut, Kabul y Bagdad) con áreas recortadas para formar metáforas de bombas y explosiones".

Política silenciosa
Esquiva las etiquetas y con cierto aire rebelde y contrario ("cuando más siento que estoy siendo presionada para entrar en un molde, más deseo ir en dirección opuesta") y dice tener una conciencia política silenciosa, siempre abierta al azar, al accidente: "Un error puede ser un momento creativo ideal para un artista", afirma. Sus obras provocan un malestar que anula cualquier actitud imparcial: "Las obras se experimentan visceralmente en el estómago, en la nuca, en las palmas de las manos. Siempre se construyen con el espectador en mente y éste acaba atrapado visual y psicológicamente en las instalaciones".

La inestabilidad de Hatoum arrasa con todo lo que dábamos por seguro: unas muletas chorrean como chocolate derretido o una bombita se bambolea del techo lentamente, haciendo que las sombras nos mareen hasta paralizarnos. Las cosas que un minuto antes nos resultaban familiares, se vuelven amenazantes, como en Sous tension (1999), una tabla de madera con varios utensilios de cocina conectados por medio de una enmarañada red de cables que los ilumina. Una imagen de cuento de hadas, las cucharas, cacerolas y sartenes, que si lográramos tocar, nos darían una descarga mortal.