Image: Dalí. Las inquietudes de un hijo del siglo XX

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Arte

Dalí. Las inquietudes de un hijo del siglo XX

6 mayo, 2004 02:00

Dibujo de Grau Santos

Lo que explica las múltiples facetas de creatividad de Dalí es la curiosidad que le impulsaba a saber más.
Una curiosidad que se convirtió en el motor de su existencia y que abarcaba los más diversos campos.

Salvador Dalí sigue instalado en la polémica: defendido ardorosamente por unos y despreciado con vehemencia por otros. Unos posicionamientos a los que él mismo dio pie e incluso alimentó provocando una deliberada confusión para conseguir su propósito primordial, que todos hablaran de él, bien o mal.

Siguiendo la tónica de los años temáticos, el Año Dalí ha generado multiplicidad de libros, varias exposiciones, cantidad de programas de televisión y radio e infinitas conferencias y mesas redondas, por lo que aparentemente pocas facetas de su vida siguen sin ser investigadas. Sin embargo, para mí Dalí es un pozo sin fondo, en lo artístico, en lo sociológico y, sobre todo, en lo psicológico.

Aunque el reencuentro con la figura de Dalí en este 2004 ha supuesto una actualización y revisión de mis esquemas, sigo sin entender la dimensión faceciosa de su presencia pública, su calculada capacidad de provocación, artística, social y política, sus preferencias sexuales, etc. Pero cuanto más se penetra en el proceloso mundo daliniano, más se llega a la conclusión de que la proporción de sus búsquedas, inquietudes e imaginación supera en mucho los aspectos más cuestionados. Lo que más me fascina de Dalí y lo que finalmente explica su mundo y las múltiples facetas de su creatividad es la curiosidad que le impulsaba a saber más, a averiguarlo todo, a inquirir cualquier cosa que fuera intrigante, interesante o novedosa, una curiosidad que llegaba a inquietarle, que casi podríamos definir como una obsesión, que se convirtió en el motor de su existencia y que abarcaba los más diversos campos.

Algunas de las curiosidades y obsesiones que actuaron de acicate de su carrera fueron la literatura, de la que siempre se confesó devoto, en la que se inició en la completa biblioteca de su padre, notario de Figueras. La gran historia del arte a la que se introdujo también a través de los libros, sobre todo de los que le facilitaba su tío librero. La arquitectura por la que se interesó a raíz de la visita de los edificios, templos o palacios románicos y góticos de su entorno geográfico. Las ciencias en general que descubrió en los libros escolares que manipuló hasta la saciedad. El psicoanálisis freudiano que conoció en la Residencia de Estudiantes y ya no abandonó. El surrealismo, la corriente de vanguardia que más le fascinó y de la que acabó convirtiéndose en protagonista e interprete principal. El cine, al que se aproximó gracias a Buñuel y a Hollywood, que le ratificó sus intuiciones. Y finalmente, los entonces originales métodos de la publicidad americana, de los que se apropió para divulgar y extender su misma figura, que supusieron el culmen de su carrera.

Dalí afirmó en muchas ocasiones "considero que soy mejor escritor que pintor", porque estaba convencido de que su literatura era tanto o más importante que su pintura. Su pasión por los libros y por la cultura libresca la certifica su amplia biblioteca conservada hoy en Figueras y la referencia recurrente a las grandes obras del pensamiento o de la literatura. Su talento le permitió escribir artículos, manifiestos o novelas, siempre con una intención apologética, que no oculta su gusto por la escritura. Pero los momentos culminantes de su carrera literaria los encontramos en Vida secreta de Salvador Dalí y Rostros ocultos, donde biografía, reflexión y utopía se alían para construir el Dalí idealizado con el que quería perpetuarse. Sin duda, la edición de sus obras completas ratificará la enjundia del Dalí escritor.

A través de los libros, de las enseñanzas del que fue su profesor de dibujo Juan Núñez y de la relación con la familia Pichot, Dalí conoció los grandes momentos de la historia del arte. A los 15 años ya escribía con pasión y conocimiento de causa artículos dedicados a Velázquez, Goya, El Greco, Miguel ángel o Durero para la revista de su instituto y convencido de su vocación -quería ser un genio, un gran artista, equiparable a los del Renacimiento- quemó etapas, pasando de un puntillismo más o menos impresionista al noucentisme, flirteando con el cubismo hasta redefinir el surrealismo y retornar al clasicismo con invocaciones místicas. Para ello exploró imágenes, inventó iconografías, formuló un código propio, creó relojes blandos, figuras con cajones, jirafas inflamadas, cuernos de rinoceronte, asnos podridos, etc., que ya forman parte de la historia del arte.

Pero la arquitectura y la metáfora arquitectónica también están presentes en la vida y obra de Dalí. De una manera manifiesta, a través de las ventanas y del paisaje, o como una idealización de los cánones clásicos. Apasionado primero por el purismo, el maquinismo y el mundo de Le Corbusier, acabó renunciando a ellos por su frialdad y optó por la fantasía del Modern Style y de Gaudí, una arquitectura que él entendió como delirante y comestible -muy acorde con el surrealismo-, aunque acabó retornando al orden con la arquitectura clásica y con una obra que mostraba el triunfo de las normas del Renacimiento y su devoción por Rafael, Bramante y Palladio, porque la arquitectura no era un tema intrascendente para Dalí sino una obsesión, una pasión y un tema de reflexión, lo que se nos revela en el proceso constructivo de su casa-estudio de Port Lligat, el pabellón para la Feria de Nueva York y el pandemónium del Teatro-Museo de Figueras.

No obstante, Dalí jamás se encerró en la torre de marfil del arte, sino que hizo múltiples incursiones, evidentemente heterodoxas como todo lo suyo, en el mundo de la ciencia, por el que se sentía realmente atraído. Más que conocimientos científicos tuvo intuiciones científicas, curiosidad por el método científico y por sus avances. La desintegración del átomo, el descubrimiento del ADN, la aparición de la holografía (que le llevó al MIT de Massachusetts), la teoría de las catástrofes, la mecánica cuántica, la cuarta dimensión o la misma ecología, fueron motivo de inspiración cuando pintaba o de reflexión cuando escribía. Así, no ha de extrañar que estuviera suscrito a muchas publicaciones de alta divulgación científica y que tratara de profundizar en esta disciplina por la que nunca dejó de interesarse y que culminó con el encuentro en 1985, convocado por Dalí, que reunió bajo la cúpula geodésica del Teatro-Museo Dalí diseñada por Piñeiro al matemático René Thom, a los físicos Ilya Prigogine, Peter T. Landsberg y Gönter Ludwig, al cosmólogo Ewry Shatzman y al ecólogo Ramon Margalef, coordinados por Jorge Wagensberg.

A lo largo de la década de los veinte del siglo pasado se produjeron dos acontecimientos que marcarían el futuro de Dalí: el descubrimiento de Freud y el psicoanálisis y el encuentro con los surrealistas. Con las primeras traducciones al castellano de las obras de Freud que leyó en la Residencia de Estudiantes, Dalí se dio cuenta de que el autor exploraba los mismos temas que le preocupaban (subconsciente, sexualidad, sueños, placer, angustia, etc.), lo que le llevó a identificarse con él de tal manera que desplazó progresivamente su mundo de la dimensión exterior a la interior hasta el límite de inducirle a practicar un "verdadero vicio de autointerpretación", que no abandonaría en toda su vida y que se pone de manifiesto en cualquiera de sus obras.

Por esto, cuando llegó a París en 1929, el grupo de los surrealistas quedó conmocionado al conocer su obra y no dudó en considerarle surrealista avant-la-lettre, porque sus temas, paisajes, personajes e, incluso, actuaciones ya eran surrealistas, fieles a la más pura paranoia, la psicopatía que revela las más profundas dimensiones y vivencias del ser. Su incursión en el surrealismo fue tan contundente que pasó de ser considerado "la encarnación del espíritu surrealista" a ser expulsado del grupo por su forma libérrima de entenderlo y practicarlo.

A los diez años, Dalí descubrió el cine en la sala Edison, el primer cine estable de Figueras. Las películas allí proyectadas y otras que vio más tarde, de Charlot y Buster Keaton entre otros, y los noticiarios de la Fox le desvelaron la existencia de un medio privilegiado de manipular las imágenes, por el que se apasionó de tal manera que en 1928 escribió junto a Buñuel el guión de la película Un chien andalou, que supuso la inauguración del cine genuinamente surrealista, en un derroche de imágenes punzantes que aún no han sido superadas. Posteriormente, Dalí aún hizo alguna otra tentativa, pero sus intuiciones las hizo realidad en América, con el apoyo de la industria hollywoodiense. Sus propuestas entusiasmaron al público de tal manera que propiciaron la colaboración con Walt Disney que sólo ha podido culminarse este año, gracias a los recursos de la tecnología digital, lo que nos evidencia, una vez más, que Dalí se adelantó a su tiempo.

Las guerras de Europa y España y su creciente ambición le permitieron intuir que en América se daban las circunstancias favorables para conseguir hacer el salto final para la universalización de su figura. Dominar la publicidad, la radio, la televisión, la prensa escrita, es decir, la cultura de los mass-media, se convirtió en su próximo objetivo, al que se dedicó denodadamente, hasta lograr la portada de la revista "Time" y el encargo de realizar el pabellón de la Feria de Nueva York (El sueño de Venus), así como diversos escaparates, anuncios para la prensa y spots televisivos. Fue de esta manera que el éxito de Dalí en los Estados Unidos trascendió incluso la alta cultura, lo que le llevó a ser requerido para realizar diseños de alta costura y corbatas, algo que Miró nunca le perdonó. Detrás del Dalí de los cuadros y de los libros, del Dalí poliédrico que se atreve con todo, hay un Dalí de las inquietudes, de las intuiciones, de las obsesiones, que quizá es la base de la figura que él tanto se empeñó en construir y que no tiene parangón con ningún otro artista del siglo XX.