Image: Venecia: una bienal que parece una feria

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Arte

Venecia: una bienal que parece una feria

Demasiadas exposiciones dan como resultado una Bienal fragmentada y sin coherencia

19 junio, 2003 02:00

Damian Ortega: Cosmic Thing, 2002

Once exposiciones diferentes marcan el recorrido de una Bienal difusa que se ha dejado influir demasiado por la última Documenta en cuanto a la descentralización de las propuestas y al predominio del documentalismo. Pero los resultados de esta tendencia han sido en Venecia bien distintos a los de Kassel. Tras un recorrido exhaustivo, nuestro crítico José Jiménez nos desvela las claves de esta 50 edición de la Bienal de Venecia: el ambiente inaugural, las mejores y las peores exposiciones, los comisariados...

La Bienal número cincuenta se articula, según su comisario, Francesco Bonami, en torno a dos aspectos o dimensiones, entre los cuales no habría conciliación posible. Es a lo que alude el título de la muestra: Sueños y conflictos. Según Bonami, "los sueños románticos de una nueva modernidad" se confrontan con los conflictos de la globalización. A la vez, Bonami introduce una tercera cuestión, explícita en este caso en el subtítulo de su propuesta: La dictadura del espectador.

Sirvan estos datos para dar cuenta del planteamiento conceptual de Bonami. A diferencia de tantos otros casos en grandes exposiciones, esta Bienal pretende definir las tomas de posición del arte frente a las grandes cuestiones del mundo, frente a los ideales y desgarramientos que atraviesan a las sociedades actuales. Sin embargo, esa claridad en su planteamiento no va unida a una buena resolución en su desarrollo expositivo. La primera Bienal de Venecia del siglo XXI es, en buena medida, un fracaso.

Recorriendo los espacios expositivos, cada vez más amplios y diseminados, uno no puede evitar sentir que esta Bienal transmite ante todo una sensación de impotencia, una especie de renuncia, conformista o cínica, o ambas cosas a la vez: vaya usted a saber, a transmitir al espectador un marco de coherencia que haga legible o comprensible algunas de las mejores líneas de interpretación artística de nuestra situación.

La invocación al espectador, la idea de desplazar el eje de gravedad de las propuestas artísticas del polo del autor-comisario al público, y utilizando además un término tan sobrecargado de sentidos como el de dictadura, cuando por otra parte las pautas de la propuesta se hacen no sólo plurales, sino intensamente difusas, parece así querer buscar ante todo una vía fácil de halago que, sin embargo, encubre un profundo autoritarismo. En el fondo, al público se le viene a decir algo así como: "todo se ha hecho tan fragmentario y difuso que es mejor que no sueñes con poder alcanzar una cierta idea o imagen de lo que es el arte de hoy". Es decir, lo que puede ser un rasgo de impotencia del propio comisario se convierte en una imagen subsidiaria, frente a los grandes canales de comunicación, y confusa del arte de nuestro tiempo.

La impronta de la Documenta
Creo que, en parte, Bonami se ha dejado llevar por la impronta marcada por la última Documenta, en cuanto a la descentralización de la propuesta expositiva. Pero mientras en Kassel esa descentralización se llevó a cabo integrando un equipo de comisarios, y siendo la muestra el resultado de un diálogo entre ellos, en esta Bienal la descentralización ha dado lugar a una auténtica desarticulación de la muestra. Hay, en total, once exposiciones diferentes, tres de ellas al cuidado directo de Bonami, además de las múltiples presentaciones de los distintos pabellones nacionales. Cada una de ellas, tiene sus propios planteamientos, convirtiéndose así la Bienal en algo mucho más próximo a una feria, en un escaparate para mostrar nuevas apariciones y alzas y subidas en las cotizaciones de artistas y comisarios.

Otro fenómeno que parece derivado de la última edición de Kassel es el predominio del documentalismo. Comparto la idea de que en un mundo crecientemente globalizado es necesario hacer visibles las condiciones de vida y experiencia de segmentos enteros de población y de comunidades que los núcleos de poder sitúan recurrentemente al margen. Pero eso no debiera llevar a confundir el espacio del arte, que universaliza y da una transcendencia a los problemas y situaciones, con el aspecto informativo, que tiene sus propias pautas y canales específicos.

Ese documentalismo difuso impregna toda la Bienal, pero es que además va unido a cierta obsesión por lo políticamente correcto que hace que árabes, israelíes, africanos y chinos estén profusamente presentes en las distintas exposiciones. Es verdad que hablamos de zonas de conflicto, pero resulta dudoso, en cambio, que las obras presentes alcancen el grado de excelencia artística exigible en una exposición internacional de estas características. No hablo en términos genéricos. Además de los cruces y presencias transversales, me estoy refiriendo a las muestras Clandestinos, al cuidado del propio Bonami, Fallas (en sentido sísmico): sobre arte contemporáneo de áfrica (Gilane Tawadros), Zona de urgencia (Hou Hanru) e incluso a Representaciones árabes contemporáneas, cuya responsable es alguien tan conocida y reconocida en el mundo del arte contemporáneo como Catherine David. Todas ellas me han parecido muestras de bajísimo nivel, donde sólo los aspectos documentales pueden tener un cierto interés para el público.

Tres exposiciones excelentes
Hay, en cambio, tres exposiciones en esta Bienal difusa que me han parecido excelentes, y muy indicativas del esfuerzo de los artistas de hoy por transmitir una forma nueva y creativa de ver las cosas, las cosas y problemas que nos afectan a todos. La estructura de la crisis (Carlos Basualdo), Lo cotidiano alterado (Gabriel Orozco) y Estación utopía (Molly Nesbit, Hans Ulricht Obrist y Rirkrit Tiravanija). Con obras excelentes, en ellas puede apreciarse cómo la exigencia artística transmite un algo más, un plus, de análisis y comprensión de lo que vivimos, y eso independientemente de los soportes utilizados.

Mención aparte merecen las dos exposiciones centrales a cargo del propio Bonami. La más amplia: Retrasos y revoluciones, es sumamente irregular, con obras de gran calidad y otras sólo discretas, cuya selección se justifica por la idea de que el arte avanza en zigzag. Quiero destacar lo que me ha parecido mejor: la fuerza poética de las frases fijadas en diapositivas de los suizos Fischli y Weiss, la obra escultórica del alemán Thomas Bayrle tratando la autopista como un sistema de comunicación, la pieza mimética del mexicano Gabriel Orozco respecto a otra adyacente de Carlo Scarpa y el sensacional vídeo del estadounidense Kevin Hanley, que desde una imagen difusa va abriendo paso a un Fidel Castro irrealmente muerto.

¿Qué decir, en cambio, de Pintura: de Rauschenberg a Murakami, 1964-2003...? La exposición con la que Bonami buscaba reconstruir el cambio de tendencia que fue marginando la posición jerárquica de la pintura en el arte contemporáneo es un fiasco. Las piezas son muy malas en más de una ocasión, el montaje es horrible y las ausencias en ese panorama posible de la pintura en un tiempo de cambio profundo reflejan, cuando menos, una gran incomprensión del medio. La exposición queda como fuera de lugar en una Bienal que difícilmente pasará a la historia por algo más que por su carácter abigarrado y confuso.