Imagen | Joan Margarit: “Lo único bueno que me dejó Franco fue el castellano”

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El Cultural

Joan Margarit: “Lo único bueno que me dejó Franco fue el castellano”

El poeta catalán deja su legado en la Caja de las Letras del Instituto Cervantes, donde ha sido homenajeado días antes de recoger el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana

5 noviembre, 2019 07:55

“Lo único bueno que me dejó el general Franco fue el castellano. Me lo metió a patadas, obligándome en la escuela. Y ahora no estoy dispuesto a devolvérselo”. Así explica Joan Margarit (Sanahuja, Lérida, 1938) su poesía bilingüe. También lo cuenta en su poema “A través del dolor”, recogido en Un asombroso invierno (2017): “Nunca he olvidado el pescozón de un guardia / que con voz fuerte y seca me dijo en castellano: / Habla en cristiano, niño”. Sus poemas, desde hace décadas, empiezan a gestarse en catalán, y “diez minutos o tres días después”, se bifurcan en dos versiones, catalán y castellano, que el poeta va cincelando en paralelo en su taller, a veces durante meses.

“Nunca he entendido a los poetas que escriben para sí mismos. ¡Vaya aburrimiento!”, dice el autor que debutó en 1963 con Cantos para la coral de un hombre solo. En cambio, considera la poesía, junto con la música, “una herramienta de consuelo” tanto para el autor como para los lectores y por eso, lejos de interpretarlo como un alimento del ego, considera que el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana que le ha sido concedido este año y que recogerá el próximo 22 de noviembre en el Palacio Real de manos de la reina emérita es simplemente “una oportunidad para que más gente se entere de que estas herramientas que yo fabrico existen”. Como también lo fue otro de los grandes premios de poesía de Iberoamérica, el Pablo Neruda, que le dieron en Chile en 2017; o el Premio Nacional de Poesía, o el Nacional de Literatura de la Generalitat catalana, entre otros muchos reconocimientos.

“Se me atraganta Velázquez. No me conmueven sus retratos de obispos y reyes. Prefiero a los flamencos”

“La pintura podría ser otra de esas herramientas de consuelo. Pero yo no puedo decir ‘se ha muerto mi hija, que me traigan un Goya’. En cambio los poemas y la música los tenemos siempre a mano, pero para que te consuelen se requiere una condición: que la desgracia te coja leído”, explica Margarit, que sufrió la mayor de ellas, la pérdida de una hija, a la que dedicó el poemario Joana (2002). El poeta lleva buscando ese consuelo en la pintura “toda la vida”, recorriendo ciudades y museos acompañado por la Raquel de sus poemas, que es Mariona, su mujer. A la pintura de Lucian Freud o Francis Bacon se sumó, como un descubrimiento tardío, la obra de Paula Rego. Con ella acaba de publicar, en la editorial La Cama Sol, Una mujer mayor, un libro en el que sus poemas dialogan con las pinturas y dibujos de la artista portuguesa.

“La pintura que a mí me consuela empieza con los impresionistas. Antes de ellos tengo muchos problemas: como hijo de la guerra civil, se me atraganta Velázquez, uno de los más grandes, pero no me conmueven sus retratos de obispos y reyes a caballo y a pie. Prefiero a los flamencos, a un Brueghel”, reconoce el autor de Amar es dónde (2015). Por otra parte, defiende la importancia del argumento en el arte pictórico: “La pintura abstracta nos trajo el mito de que el argumento no importa. Eso es una estupidez. Es imposible que un cuadro pintado entero de negro o una raya cruzando un lienzo puedan sustituir a un argumento”.

El poeta y arquitecto —es catedrático jubilado de cálculo de estructuras de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona— atendió a El Cultural este lunes, minutos antes de depositar en la Caja de las Letras del Instituto Cervantes un legado personal para la posteridad, un concepto que personalmente tampoco le importa en absoluto: “¿Cómo me va a preocupar si no me voy a enterar? Es una cuestión de sentido común”, dice Margarit, que siempre aprovecha para quitarle hierro a la muerte y, desde la distancia de sus 80 años, asegura que las cosas se ven de otra manera. “Si tú, a tu edad, supieras lo que sé yo, no trabajarías”, le espeta al periodista. “Si los jóvenes supieran lo que sabemos los viejos, no abriría el supermercado ni funcionarían los autobuses, pero está bien que las cosas sean como son para que todo funcione. Imagina que un alumno mío de arquitectura supiera tanto como yo. ¿Qué nos diferenciaría? Que él no habría hecho una puñetera casa en la vida. No es que no pueda dialogar contigo de todo, pero no sabes cómo es verlo desde el final”.

“Si los jóvenes supieran lo que sabemos los viejos, no abriría el supermercado ni funcionarían los autobuses”

Margarit empezó a escribir en aquella lengua que le enseñaron “a patadas”, como él dice, hasta que descubrió que su poesía debía nacer de su lengua materna. “¡Te reto a que me digas un solo gran poeta que no escribiese en su lengua materna!”, exclama desafiante. Dentro de la caja número 1019 ha dejado ejemplares de algunas de sus obras de juventud, que ilustran aquella transición del castellano al catalán: el citado Cantos para la coral de un hombre joven (1963), Doméstico nací (1965), Crónica (1975), Predicación para un bárbaro (1979) y L’ordre del temps (1985). Estos libros permanecerán en la cámara acorazada de la sede del Instituto Cervantes, que antes lo fue del Banco Español del Río de la Plata, hasta 2038, año en que se cumplirá el centenario del nacimiento del poeta, que ya donó su archivo personal a la Biblioteca Nacional en 2011.

Después del acto, el Instituto Cervantes tenía preparado para él un homenaje con una lectura de sus poemas en catalán a cargo de la actriz Ariadna Gil y disertaciones sobre su obra por el poeta Martín López-Vega, el periodista Enric Juliana y el escritor Jordi Gracia. “A pesar de su apariencia de línea clara, su poesía está llena de capas y nos cuenta la historia de un país a través de la intrahistoria que es su vida personal”, señaló el primero. Por su parte, Juliana destacó “su voluntad de hacerse entender” —que camina en paralelo con “su aversión al hermetismo”—, de “sacar al lector del laberinto” y de “aprehender la experiencia, haciéndose cargo de lo que está ocurriendo”, tres características “que nos pueden ser útiles para situar este acto en el contexto que vivimos”, en clara alusión al conflicto político catalán. “Aunque el panorama sea brumoso, no debemos dejarnos sobrecoger por las situaciones de tensión social, aunque sean inquietantes”, opinó el periodista.

Joan Margarit deja su legado en la Caja de las Letras del Instituto Cervantes acompañado por su director, Luis García Montero. Foto: Víctor Rabanillo

Por último, Doce elogió la valentía de Margarit, demostrada una vez más, aseguró, al dejar en la Caja de las Letras las obras de su primera etapa en la que escribió en castellano, cuando todavía no era el poeta maduro que llegaría a ser poco después, con “una voz en la que la crueldad es compatible con la calidez, y la veracidad con la amargura”. Cerró el acto el propio Margarit leyendo algunos de sus poemas ribeteados con notas de jazz de su hijo Carles al saxofón, en una muestra de lo que ambos hicieron el día anterior en el centro cultural Conde Duque de la capital.

“Para quienes pensamos en las lenguas como ámbitos de entendimiento, de riqueza cultural y de memoria, y no como factores de crispación y de batalla, la experiencia de Margarit es especialmente importante, por lo que nos cuenta pero también porque es una de las grandes poesías de la literatura contemporánea”, opinó el también poeta Luis García Montero, director del Cervantes.

Cataluña como espejo

Es imposible conversar con Margarit y no preguntarle por la fractura de la sociedad catalana que ha tenido a Barcelona en llamas en los últimos días. “El conflicto político en Cataluña es una muestra de lo que somos: el segundo país del mundo con más muertos en las cunetas. Nos hemos creído los inventores de la democracia, y eso nos ha llevado a tener los políticos que tenemos, que han salido de nosotros, no han bajado del cielo. Tenemos que mirarnos a nosotros mismos”, advierte el poeta. También manifiesta su aversión a los “disfraces” —léase uniformes—: “El disfraz es la base de la sociedad humana. Todos vamos disfrazados. La vestimenta oculta que en realidad somos animales. ¿Por qué los jueces van con toga y medallas? ¿Por qué el presidente del Gobierno habla del espíritu de servicio de la policía y no del de los albañiles? Cada año mueren más albañiles en las obras que policías. La política es una lucha de disfraces”.

“El catalán es una lengua con Cultura —con C mayúscula— y sin Estado. Yo no conozco otro caso igual”

“El catalán es una lengua con Cultura —con C mayúscula— y sin Estado”, continúa. “Yo no conozco otro caso igual. Esto lo puedes ver de dos maneras: puedes decir ‘pobrecita, la han castigado los Estados de alrededor’, o darte cuenta de que si todas las lenguas cultas han acabado teniendo Estado y la tuya no, es que la tuya es la más torpe de todas las lenguas cultas”.

Margarit es consciente de que esa “herramienta de consuelo” que es para él la poesía no llega a todo el mundo. ¿Cambiaría esto con una mejora del sistema educativo? “La única revolución por hacer, tan utópica como las que buscaban la igualdad, sería coger todo el dinero que se destina a esos que trabajan disfrazados y emplearlo solo en educación. Si cambiamos la policía por maestros bien formados, probablemente sería el caos al principio, pero sería interesante ver el resultado”, opina Margarit.

Poesía, arquitectura y vida

Poesía y arquitectura son disciplinas similares según Margarit. “Un poema es una gran catedral, con sus arbotantes y sus bóvedas maravillosas, pero la verdadera poesía nace de la cripta, que es un agujero en el suelo con cuatro reliquias”, explica el autor. “Es un error considerar la poesía como literatura. ¿Por qué, si todo lo que veo en ella no tiene nada que ver con la prosa? Son palabras, sí, pero también son palabras lo que escribe el funcionario municipal. La poesía está mucho más cerca de la música”.

Otro error según Margarit es considerar que “vida y poesía son lo mismo”. “Eso fue una gran pifia del romanticismo, que por otra parte nos dio lecciones magistrales. ¿Cómo van a ser lo mismo? La vida está detrás de todo: de la poesía, del teatro, del veneno y de la mala leche. Por eso para ser poeta hay que tener una vida. Tener hijos, tener un trabajo. Hasta Rilke, el poeta más romántico en el sentido de fundir vida y poesía, se arrepintió antes de morir de no haber tenido un oficio. Escribió una gran poesía, pero habría sido más grande si hubiera sido fontanero en vez de pasarse la vida lamiéndole el culo a los aristócratas. Toda la vida nos lían con suposiciones y mentiras. Lo hermoso de los 80 años es que ves cómo es la vida en realidad y la facilidad con la que te quitas de encima los disfraces”.