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Ahmed Saadawi: “Si imponemos nuestra justicia personal todos somos criminales”

El escritor iraquí publica en España Frankenstein en Bagdad, un rico tapiz que muestra cómo la guerra difumina las fronteras entre inocentes y culpables

24 septiembre, 2019 20:19

Año 2005. La invasión de Iraq por parte de Estados Unidos ha dejado un Bagdad dividido donde el fin de la dictadura sólo ha traído más y más violencia, encarnada en los enfrentamientos entre diferentes grupos armados y la incapacidad de las diversas facciones políticas por regenerar el país. En ese contexto de asesinatos, ejecuciones sumarias y coches bomba, aparece un misterioso monstruo que parece ir contra todos y encarnar la expresión del dolor colectivo producido por los enfrentamientos.

Considerado es una de las voces literarias más importantes del mundo árabe desde que en 2010 fuera incluido en la lista Beirut39, Ahmed Saadawi (Bagdad, 1973), de paso por España antes de viajar a Rumanía y Holanda, elabora en la multipremiada Frankenstein en Bagdad (Libros del Asteroide) un fresco de la capital iraquí y de los habitantes que la pueblan en medio de las ruinas bélicas, que es asimismo una cruda metáfora sobre cómo la violencia y la justicia personal sólo engendran más violencia.

Pregunta.¿Por qué elige a Frankenstein, originalmente un alegato contra la ciencia, para encarnar el Iraq de aquellos años?

Respuesta. Desde mi infancia me fascina la ciencia ficción, pero en realidad no quería copiar el personaje y ponerlo en un entorno bagdadí, sino que fue algo inconsciente. Decidí incorporar en la narración varias caras de la realidad de Bagdad en aquellos años y el resultado fue un personaje parecido a Frankenstein. El original de Shelley es otro contexto histórico, el de la lucha entre la ciencia y la religión, de desafiar a Dios al intentar crear vida, todo ello en un ámbito más bien cristiano y hace 200 años. Mi novela habla más bien de la fuerza del miedo para crear fantasmas, para convertir en reales o posibles cosas que sin el contexto de violencia que ofrece una guerra pertenecerían al terreno de la ilusión.

P. En lugar del realismo, elige narrar desde la libertad que da la fantasía, ¿por qué? ¿Es menos doloroso?

R. Sí, en cierto sentido separarse de la crudeza de la realidad duele menos, pero  nunca me ha gustado escribir con un estilo realista y documentalista, que consigna y describe todo. Prefiero, independientemente del tema, dejar un espacio para la fantasía, poblar el relato de metáforas y símbolos que abran muchas interpretaciones posibles para el lector.

"Mi novela habla de la fuerza del miedo para crear fantasmas que sin la violencia pertenecerían al terreno de la ilusión"

P. Cada parte del innombrado monstruo representa un pedazo de la pluralidad, racial, social, religiosa de Iraq, ¿esa realidad se destruyó con la guerra?

R. En cierto sentido sí. Por supuesto la identidad iraquí existe y hay un sentimiento patriótico que se expresa a nivel cultural, social y artístico, y que hoy en día puede verse en eventos públicos, cuando al entonarse el himno nacional mucha gente llora. Nos une algo común. Sin embargo, no es suficiente sentir, sólo con emociones no se crea una identidad, hacen falta otros recursos. Y la guerra, igual que el régimen anterior, lo que provocó fue que muchas personas de grupos minoritarios, como kurdos o chiíes fueran víctimas de una injusticia social que les empujó a emigrar a otros países y dejar de sentirse iraquíes. Para recuperar esa identidad iraquí verdadera y que todos se sientan de nuevo ciudadanos hace falta mucha justicia social.

P. En la novela vemos que, dentro de lo que cabe, la gente seguía con su vida, ¿cómo era el día a día durante la guerra?

R. En los primeros años, la brutalidad de la guerra fue algo traumático para la sociedad. Mucha gente se escondió en sus casas o abandonó Bagdad para ir a zonas o países más seguros. Pero eso no fue una solución para todo el mundo, claro. Por eso muchos decían, “que sea lo que Dios quiera”. En la Plaza Tayerán, una zona donde se reunían los más humildes para buscar trabajo para ese día había atentados cada poco, y era muy doloroso ver que aunque estallara una bomba por la mañana y muriera mucha gente, a la noche o al día siguiente esos trabajadores volvían a estar ahí, entre rastros de sangre y restos humanos porque no tenían otra opción. Mucha gente no tenía recursos para salir de la ciudad o el país. 

P. ¿Y usted, por qué se quedó cuando gran parte de la élite política e intelectual huyó?

R. En realidad desde los años 90, desde la época más cruda de Sadam, tenía la idea de salir de Iraq. Cuando era joven nos reuníamos en un salón más de 20 amigos, intelectuales de varias disciplinas, y al final me quedé yo sólo porque todos salieron. Después, el sistema político me negó el pasaporte y me planteé huir por medio de unos traficantes, pero mi madre me paró varias veces, se echaba a llorar y me decía que no podía irme. Luego en 2003 ocurrió la invasión, pero mucha gente pensaba que quizá las cosas serían mejor con la ausencia del dictador. Incluso durante la guerra sectaria que hubo en los años 2005, 2006 y 2007, cuando se enfrentaban muchas milicias distintas, seguía buscando una forma de escapar, pero no di con ninguna. Incluso a veces ahora se me ocurre pensar que por qué me quedo, pero nunca me decido a irme.

“En el mundo árabe, y especialmente en Iraq, existe aún una delgada línea entre verdad y mentira, entre realidad y fábula”

Fue durante esos años de lo que Saadawi llama “guerra sectaria”, cuando aparece en Bagdad este monstruo construido a partir de los cadáveres que aparecen por todas partes. Su inconsciente padre es un pobre trapero que cumple el rasgo del fabulador, el contador de historias, clásico personaje de la literatura árabe, que es el único que lo ve y a quien nadie cree en un principio. Pero después la historia llega a manos, primero de un periodista y después de una unidad policial que, sin ver al monstruo bailan entre la duda y la creencia en su existencia. “En el mundo árabe, y especialmente en Iraq, existe aún una delgada línea entre verdad y mentira, entre realidad y fábula”, explica Saadawi. "Hay un fuerte arraigo del pensamiento mágico, de opiniones fantásticas que además proliferan en épocas de miedo dominante como aquella. Por ejemplo, muchos creyentes chiíes aseguraban haber visto pasear por Bagdad al Mahdi, el mesías que en su rama del islam es quien combate al mal”.

P. “Yo encarno la única justicia que hay en el país”, dice el monstruo, que venga a las víctimas que componen su cuerpo. Pero él mismo duda, ¿realmente hay inocentes y culpables en un contexto de guerra total como el del libro?

R. Cuando desaparecen las leyes y el poder judicial, como ocurrió en Iraq en los años de la guerra, se alcanza una versión de la justicia que descansa en las interpretaciones de la gente. Ya no existe una única ley, sino que cualquiera acude a su propio criterio moral en busca de qué es el bien y el mal. Éste es el primer paso para convertirse en un criminal, en culpable. En aquel entonces había diferentes grupos armados, por ejemplo, las milicias suníes de Latifiya, que cuando asesinaban a chiíes pensaban que estaban haciendo justicia porque vengaban a otros suníes de otras regiones que habían sido víctimas también del sectarismo… Y al revés ocurría lo mismo. Esta gente creía que sus matanzas eran justicia, no un crimen, y esta fue una espiral muy difícil de detener.

P. ¿Cómo se vive la creación literaria en un entorno tan adverso y hostil como aquellos años?

R. Durante lo peor trabajaba como corresponsal para la BBC, pero en la década de 2010 me dediqué más a escribir mis novelas. Para mí, escribir es un acto de burguesía, porque tienes que estar relajado, con buen ambiente… Incluso si eres pobre, si quieres dedicarte a escribir quieres crear un ambiente burgués, más o menos cómodo. Pero tener esas comodidades en Iraq era casi imposible, con cortes de luz de 10 o 20 horas al día y carencias de todo tipo. Además, todos los días vivíamos el miedo, las inquietudes, la tensión… Fue muy difícil.

"Bagdad se ha renovado y recuperado y la gente está contenta, a pesar de las carencias, pero quiere que se refuerce esa paz porque es frágil"

P. La novela se publicó en 2013 y la recepción internacional ha sido amplia y sostenida, ¿qué tiene su historia para encantar a los lectores de tantos países occidentales?

R. Hay muchas obras iraquíes y árabes que merecen este volumen de traducción y tienen un nivel artístico que no es inferior a cualquier obra de éxito del mundo. En cuanto a mi libro, más allá de lo llamativo del título, he conseguido cosechar muchas críticas positivas y hacerme un hueco en un mundo como el occidental, donde cada semana hay decenas o centenares de títulos que se publican, por lo que es para mí motivo de satisfacción y felicidad encontrar sitio dentro de esa oleada, pero no puedo responder el por qué.

P. ¿Cómo es la herencia actual, el Bagdad de hoy? ¿Es la violencia parte cotidiana, como sugiere su novela?

R. No, afortunadamente la situación ha cambiado y ya no hay aquella violencia.Hoy no existe el miedo diario a los atentados y coches bomba y también se han derribado muchos puntos de control y muros que anegaban la ciudad y se han construido grandes zonas de comercio y ocio. Incluso hay vida nocturna, dejando atrás el toque de queda, y se puede estar en la calle de madrugada tranquilamente. La ciudad se ha renovado y recuperado y la gente está contenta, pero quiere que se refuerce esa paz porque es frágil. Y es que, más allá de todo lo dicho, los problemas de la sociedad iraquí son todavía infinitos: el paro, la falta de servicios básicos, la carencia de productos, energía, agua… Tenemos un sistema político y un gobierno muy frágil incapaz de garantizar eso. Pero por lo menos, ya no hace falta un vengador justiciero.