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El Cultural

Wendy Guerra: "De los sueños revolucionarios sólo quedan ruinas y censura"

Como si de una Alicia contemporánea se tratara, la novelista cubana Wendy Guerra ha vuelto a hacerlo. Sin censuras y sin miedo, ha cruzado al otro lado del espejo de la utopía revolucionaria para denunciar en su última novela, El mercenario que coleccionaba obras de arte, las relaciones entre el narcotráfico, el mundo del arte y la (contra)revolución a partir de las peligrosas andanzas de un personaje real que en el relato aparece disfrazado bajo el nombre de Adrián Falcón.

15 febrero, 2019 14:45

Agotada pero feliz, Wendy Guerra (La Habana, 1970) ha pasado un año y medio tras el protagonista de El mercenario que coleccionaba obras de arte (Alfaguara), un tipo peligroso cuyo nombre y rostro verdaderos aparecen en documentos de la CIA, el FBI, periódicos y revistas de Centroamérica, Estados Unidos y hasta en cómics de los años 80. "Jon Lee Anderson fue el último periodista que lo visitó en campaña. El Mercenario fue pieza clave dentro de la Contra de todas las revoluciones que operaban en Latinoamérica desde fines de los años 70", explica.

Desde Los Ángeles, la cubana recuerda ahora para El Cultural cómo entraba y salía sola de los aeropuertos "sin dar demasiadas pistas, solo a seres muy queridos que se sentían alarmados por estos saltos al vacío", a lo largo de "meses y meses tratando de llegar a la verdad de este personaje".

Pregunta. Su Adrián Falcón resulta tan fascinante como aterrador. ¿Realmente pudo investigarle sin miedo?
Respuesta. Cuando un autor literario desea reconstruir un personaje real debe arriesgarse, no dejar que el miedo le paralice. Sí, aún tengo miedo, solo hay que leer su biografía para saber que es alguien que está más allá de cualquier regla, pero mi pasión por escribir es tan fuerte como su pasión por aniquilar a sus enemigos. Mi temor fundamental es que me identifique como su contrario, entonces sí que no viviría para contarlo. Por el momento, estoy viva. Pero sí, necesitaba cambiar de escenarios, protagonistas y sobre todo escribir más allá del tema cubano y sus fronteras. Por eso me moví a Centroamérica.

"Los cubanos estamos agotados de representar algo que ya no existe. La interminable serie se acabó"

R. La conexión entre el narco, la utopía, las revoluciones, las contras y su promiscuidad ideológica es hoy indisoluble. Son vasos comunicantes que solo podrán probarse con la apertura de un archivo histórico no edulcorado. En la generación de autores latinoamericanos a la que pertenezco hay una poderosa reconstrucción de sucesos históricos que ha sustituido, desde la narrativa la documentación no desvelada. Si lees La cuarta espada, de Santiago Roncagliolo, o Una novela criminal de Jorge Volpi, notarás este afán por ir al fondo del drama nacional en nuestros países.

P. En el libro desvela la relación que existe en Latinoamérica entre el narcotráfico y las fuerzas contrarrevolucionarias: ¿ahí comenzó a corromperse el sueño de un mundo justo?

Entre masacres y traiciones

Para Wendy Guerra, lo más triste al escribir este tipo de libros es el terrible desengaño al que expone la investigación. "Sí, es muy duro descubrir de dónde sale el dinero para las guerrillas o gobiernos reconocidos, los pactos para sustentar dichas causas y su repercusión en los ciudadanos. En medio de este combate a ciegas, entre masacres y traiciones, se van perdiendo los valores y fronteras morales o ideológicas. Ya no sabes dónde comienzan las izquierdas y terminan las derechas. Es el ser humano sin escrúpulos quien está usando los bandos para ganar terreno. Las ideologías, tras ser abusadas y vejadas, se han perdido en el camino del despropósito. Es el fin de la construcción colectiva".

P. ¿Por qué eligió como protagonista de su novela el exilio de Miami y la Contra de los 80?
R. Porque necesitaba saltar la tapia y ver qué pasaba del otro lado del telón de hierro. Nací y crecí en la Revolución cubana. Conocí a los héroes, a los mártires, y su saga fue para mí un asunto doméstico; quise saber entonces quiénes fueron los protagonistas de la Contra. Necesitaba verle el rostro al enemigo, ese ser, hasta entonces abstracto, contra el que fui entrenada para disparar a los trece años con una pesada AK rusa que apenas podía cargar.

P. ¿Qué queda en la isla de esa generación "valiente y entrañable de patriotas suicidas" que creyó en la Revolución?
R. Quedan la famosa educación y la salud gratuita desvencijada y sin estructura. La manía paternalista de controlar lo que te ayuda a crecer, en este caso hablo de la cultura. Los hospitales cayéndose a pedazos, una educación insuficiente comparada con la formación que tuvimos en mi generación y una censura que termina enloqueciéndote cuando la padeces. Queda sostener la utopía porque sí. La ideología por la que perdieron la vida mis padres está solo en el imaginario de los que tienen hoy más de sesenta años. Puede verse en los museos, en la literatura de la segunda mitad del siglo XX y en los noticieros ICAIC en blanco y negro. Resistimos aquí adentro acosados por las crisis y los fenómenos naturales.

"Sobrevivir en un país que te entrena para morir por un ideal es un ejercicio de suicidio perenne"

P. ¿Y es posible contarlo fuera, al mundo? R. Intramuros existe una censura feroz y extramuros, una gran reserva en muchos circuitos editoriales - en su mayoría de izquierda- a investigar y criticar la izquierda. Cuba, para muchos, debe seguir siendo ese faro, la utopía intocable, y no siempre es fácil editar, debatir y encontrar un espacio para el análisis de estos tópicos como el que planteo en El mercenario que coleccionaba obras de arte sin sentir rechazo.
»Las ideologías tienen que estar en función de los hombres y no los hombres tapando los desmanes de las ideologías. Los cubanos estamos agotados de representar algo que ya no existe. La interminable serie se acabó, sigue al aire, pero nadie la sigue. El problema es, que, al saltar la tapia y buscar del otro lado, la trama es brutal y muchos nos sentimos perdidos. Hay que encontrar el camino. El primer paso es contarlo todo.

P. Sobrevuela el libro una visión ácida del mundo del arte. Así, comenta que hoy los museos parecen tiendas y las tiendas, museos, y desnuda las imposturas del coleccionismo, los falsos prestigios...
R. Carlos Garaicoa, Los Carpinteros, Alexander Arrechea, Sandra Ramos, José Bedia, Flavio Garciandía, Tania Bruguera, Tomás Esson y muchos otros excelentes artistas cubanos han puesto en un lugar paradigmático la obra de arte hecha por cubanos, dentro o fuera de la isla. Otra cosa es comprar o vender el canon ideológico sin pensar en la calidad o la narrativa de las obras. A eso se refiere el fragmento del libro que citas. El buen arte contemporáneo cubano y la buena literatura van de la mano, relatando los fenómenos sociales que han sido encerrados en el nicho del silencio político. La facultad de los artistas visuales para extrovertir conceptualmente nuestro fenómeno social es muy grande y cuando tengo delante una de estas magníficas obras me siento orgullosa de mis contemporáneos. La otra narrativa histórica, hecha más allá de la literatura, la encuentras en las artes visuales cubanas.

Guajiras suicidas y valientes

P. ¿Qué ha prestado de sí misma a Valentina, esa joven "con cara de bandolera y modales de guajira sofisticada [...], que elige caminar al borde del peligro"?
R. Muchas cubanas somos o hemos sido guajiras sofisticadas. Crecimos en internados, en un mundo colectivo, promiscuo pero legítimo en su contexto, amamos y vivimos al límite, porque sobrevivir en un país que te entrena para morir por un ideal, haciéndote creer que vas pisando el peligro cada día, en esa sensación de plaza cerrada eterna, es, un ejercicio de suicidio perenne. Hay que vivirlo todo hoy porque, para las Valentinas, el mañana no existe.

P. Parece inevitable preguntarle cómo se vive entre dos mundos tan distintos como La Habana y Los Ángeles (y antes Francia, España)... ¿no le abruman las contradicciones, se despega realmente de Cuba alguna vez?
R. Vivo en un avión. Paso la mayor parte de mi tiempo volando. Escribo en Cuba. Es ahí donde puedo sentirme yo. A pesar de todo lo dicho, lo que entra por la ventana es mi alimento literario.

P. Mientras hablamos, está a punto de viajar a Cuba para llevar ayuda a La Habana tras el paso del tornado. ¿Sigue siendo la solidaridad la clave de la supervivencia de la isla?
R. A los cubanos lo único que nos salva es la solidaridad. El cubano vive de remesas que llegan del exterior, con lo que gana un profesional nadie vive. Los vecinos, los amigos, los conocidos y hasta los extraños compartimos lo que tenemos. La resistencia tiene sus reglas, una de ellas, compartir lo poco que se tiene, al menos esa es mi experiencia.

"Tengo muchas ganas de ver mis libros en una librería de la Habana vieja. Lloraré de emoción cuando ocurra"

P. Hablando de solidaridad, debe de ser difícil contemplar cada día lo que ocurre en las calles de Venezuela, y no poder hacer nada. ¿Es posible una salida no violenta al conflicto?
R. Una de las cosas que debemos hacer los cubanos es dejar que los venezolanos tomen el camino que deseen. Eso es lo mínimo que podemos hacer no sólo por Venezuela, sino por todos los pueblos de América Latina donde hemos intervenido. Yo estudié en varias aulas, en años distintos, donde la mayoría de mis compañeros eran hijos tupamaros, montoneros, guerrilleros colombianos y chilenos. Muchos de ellos leen mis libros, me escriben, nos vemos, pero la mayoría tienen otros nombres, viven en Suecia o Francia y es imposible localizarlos porque cambiaron sus identidades. Los cubanos tenemos mucho trabajo que hacer, deberíamos concentrarnos en recuperar el país.

P. ¿No cree que mucho de lo que narra en su novela refleja lo que ahora se está desvelando de Venezuela (esto es, las supuestas conexiones entre el narcotráfico y el chavismo)?
R. Creo que es parte de la narrativa histórica latinoamericana, son estos los ciclos que muchos no han querido apreciar y que hoy nos revientan en la cara.

P. ¿Cómo es la Cuba post-Fidel, se nota algún cambio, o las expectativas despertadas por Obama se agostaron con Trump?
R. Obama sembró, con su visita a Cuba, un aire de esperanza y reforma que, saliendo él y su familia del aeropuerto José Martí, fue desmontado pieza a pieza. El mundo de hoy, amueblado por las figuras de Maduro y Trump es para Cuba un paisaje desolador. Los cubanos ya hablan en los sitios públicos y discuten sobre tópicos que antes no se atrevían a tocar. La falta de información sobre los derechos y el modo de instrumentarlos es lo que nos hace presos del miedo y la incertidumbre. Encontrar una solución económica sin la intervención de la Unión Soviética (Rusia), China, o Venezuela desde dentro parece imposible.

P. Hace años era usted más conocida fuera de la isla que dentro, porque allí no se la editaba. ¿Las redes sociales, los blogs, han cambiado algo?
R. Tengo muchas ganas de ver mis libros en una librería de la Habana Vieja. Lloraré de emoción cuando esto ocurra. Las redes sociales ayudan mucho, pero no todos tienen el dinero para pagar los servicios. Lo importante es que se lean estos libros, el día en que eso ocurra, ya no será tan importante ver mi nombre, sino lo que pude hacer con los contenidos y su morfología. Mi mayor premio será ver los textos de Cabrera Infante, Lichi Diego, Reinaldo Arenas, Antonio José Ponte, Iván de la Nuez, y tantos otros, iluminados por la formidable luz de La moderna Poesía en la calle Obispo.

@nmazancot