Image: Jordi Agustí
Imagen de la película de 1933 King Kong donde se localiza por primera vez la Isla Calavera
Son viajes ideales, viajes soñados, pero esta vez desde la ficción. Porque viajar es también un placer cuando se hace desde las páginas de un libro, la imagen sugerente de un cuadro, una fotografía, desde la butaca de un cine. Y así, nos vamos al Nueva York de Paul Auster, al Sáhara de El paciente inglés, al Cape Cod de Edward Hopper...
Estoy definitivamente perdido. El estrecho sendero que me permitía desplazarme entre la densa jungla al este de Java hace tiempo que ha desaparecido bajo mis pies. Si tan sólo pudiese encontrar a un nativo que me indicase como volver a la aldea de la que tan imprudentemente me alejé... De pronto, de entre el follaje emerge la cabeza de la criatura más extraña que jamás haya visto. El rostro y, sobre todo, la mirada, son inequívocamente humanos. Los ojos aparecen hundidos bajo una especie de gruesa visera. Por encima de ésta, el cráneo se extiende hacia atrás sin atisbo de una frente reconocible. La boca y los labios parecen proyectados hacia adelante. Los dos nos miramos extrañados. Su estatura es similar a la mia, un metro setenta más o menos. Por lo demás su complexión es muy similar a la nuestra. ¿Quien puede ser? De pronto una loca idea se enciende en mi mente. Su aspecto recuerda a Homo erectus, un lejano antepasado nuestro que hace un millón de años poblaba estas mismas tierras. Pero, ¡cómo puede ser? Mis cavilaciones se ven súbitamente interrumpidas por la aparición de un gran carnívoro que se avalanza sobre el pobre hominido sin darle tiempo a reaccionar. Sus enormes colmillos se clavan en el cuello que desgarra de una dentellada. Sus enormes colmillos de varios centímetros de largo no dejan lugar a dudas, se trata de uno de los felinos "dientes de sable" que igualmente poblaban esta isla hace un millón de años. Ahora el "dientes de sable" se vuelve y avanza hacia mí. Sin embargo, tras un instante se da media vuelta y escapa. Me giro y descubro un rostro enorme, como la cabeza de un gorila tres o cuatro veces más grande. Camina sobre los nudillos, semiagachado, como hacen chimpancés y gorilas. Caigo entonces en la cuenta, se trata de un Gigantopithecus, el primate más grande que jamás haya existido. Ahora el Gigantopithecus se alza sobre sus cuartos traseros y puedo contemplarlo en toda su extensión. Su estatura debe sobrepasar los tres metros. Un maravilloso regalo de la evolución. Después de todo King-Kong existió...- ¡Despierte doctor Agustí! ¡Son casi las diez! ¡Tenemos que darnos prisa!
¡Qué lástima! Se trataba sólo de un sueño. Quiero volver a la isla de King-Kong...