Image: Juan Carlos Méndez Guédez

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El Cultural

Juan Carlos Méndez Guédez

"Sin sentido del humor surge el fanatismo"

1 febrero, 2016 01:00

Juan Carlos Méndez Guédez

El escritor venezolano, afincado en España desde hace veinte años, publica El baile de Madame Kalalú (Siruela)

Emma es Madame Kalalú, es ladrona, pícara, seductora y cabecilla de una organización itinerante dedicada al robo y a la estafa. Es fea, dice, pero el lector no puede no imaginarla hermosa. Es cambiante, decidida e inteligente. Dice su creador, Juan Carlos Méndez Guédez (Barquisimeto, Venezuela, 1967), que el personaje le debe mucho a su estrecha y cómplice relación con el sexo opuesto. "Fui criado por aproximadamente veintidós mujeres, mi madre, mis tías, mis primas... y aprendí a verlas por dentro". Tanto que se atrevió a estructurar El baile de Madame Kalalú (Siruela) como un monólogo de su protagonista, una mujer que le cuenta su vida a una monja. Fue clave lo que una lectora le dijo en una ocasión: que los escritores (hombres) no construyen personajes femeninos creíbles. "Todas están buenísimas, como una pura fantasía masculina, y así no hay quien se identifique", le dijo. Méndez Guédez tomó nota y le dedicó este libro.

Pregunta.- De nuevo, como en Los maletines, está la mezcla y reinterpretación de géneros: el negro, la sátira...
Respuesta.- Es que somos hijos del Quijote. El Quijote reunió en su momento todos los tipos de novela que se hacían, la bizantina, la pastoril; a mí, te diría que de manera natural, me gusta reescribir los géneros, hacerlos míos. No me preocupan las reglas, intento escribir lo que me pide el cuerpo, con la esperanza de que el lector conecte. Pero esto es una esperanza, no un plan trazado. Esta novela se despega quizá de Los maletines por el lado del humor, que aquí surgió también naturalmente.

P.- Iwasaki dice que su humor es desolado. ¿Está de acuerdo?
R.- Puede tener razón, sí. Pero yo creo que esto tiene más que ver con que mis personajes expresan su gratitud por haber vivido, como Emma. Esto puede generar alguna desolación, ya que la vida no tiene un final feliz: nos morimos. Pero en ese paréntesis nos estamos riendo constantemente. La seriedad absoluta es rígida, desagradablemente sólida. Sin risa, sin sentido del humor, surge el fanatismo, el totalitarismo. Si uno se toma las cosas con sentido del humor está bastante a salvo de sentir que posee la verdad absoluta. La risa surge en mis libros como una pequeña fiesta y como un modo de unir: nunca dos personas están tan unidas como cuando ríen juntas.

P.- El baile de Madame Kalalú es una novela muy literaria, llena de referencias ocultas, los personajes son lectores, sus nombres remiten a escritores...
R.- No puedo evitarlo. Para los que hemos crecido entre libros, la vida desemboca en un libro y los libros desembocan en la vida. Me costaría trabajar un personaje que no lea. No me imagino cómo puede ser la vida sin que un coche rojo me recuerde una historia que he leído. En todo caso intento que esas referencias, que están, es cierto, sean tan sutiles como para no interrumpir la lectura de quien no las detecte. Es algo para mí natural. Leer es un ejercicio tan delicioso... lo único comparable a leer es escribir.

P.- ¿Pone ambas cosas al mismo nivel?
R.- Sí, yo sufriría mucho si no pudiera escribir. Escribo todos los días y el día que no lo hago me descontrolo, me descompongo. Una vez Ernesto Pérez Zúñiga dijo que escribir era como llevar un río dentro, y que si no lo sacabas aquello empezaba a empozarse y hacía daño. Esa imagen, que me encanta, es muy acertada.

P.- De Los maletines dijo que era una novela que le debía a Caracas, ¿ésta la ha escrito por alguna deuda similar?
R.- No sé, puede que tenga algo que ver la alegría que me producen ciertos libros cuyos personajes están al margen de la ley. Esa transgresión me gusta; quería ese personaje, alguien fuera de la ley, un ladrón entrañable y singular. Y creo que necesitaba despegar del libro anterior, que era muy duro.

P.- Aquí está también Venezuela, pero con sordina. Late sin embargo un amor cierto por España, por Madrid... ¿Cómo afecta a su literatura este estar entre dos patrias?
R.- Llevo veinte años en España, en Madrid dieciocho años. Madrid ya es un espacio natural en mi ficción. Esto me generó en su día algún conflicto, pero no tiene sentido torturarse por algo así. Mis personajes toman esos aviones que van de un lado a otro, eso forma parte de ese universo que he ido creando, que es personal, creo, que es un universo de aeropuertos, de gente que va y viene.

P.- En su prosa ya no hay tantos giros venezolanos... ¿Es de los que necesita mantener ciertas constantes en el estilo, de los que teme desnaturalizarse?
R.- Andrés Neuman lo llama la prosa Frankenstein... Después de veinte años hay una modificación en mi estilo, es evidente y yo lo noto. Pero me gusta vivir esa mezcla con placer y disfrute, con naturalidad: mi vida es así, mi estilo es así.

P.- ¿Ha intentado sustraerse a la angustiosa realidad de Venezuela en este libro?
R.- Sí. Y creo que lo necesitaba. Estaba escribiendo otro libro y lo dejé porque sentí que tenía demasiado que ver con Los maletines y que, por su atmósfera asfixiante y feroz, no me estaba haciendo bien literaria ni humanamente. Necesitaba otra cosa, como una frescura.

P.- ¿Vuelve a menudo a su país?
R.- Últimamente vuelvo una vez al año, por temas literarios y por ver a la familia. Incluso por temas prácticos: en el último viaje llevé medicamentos para mi madre, que es una cosa terrible. Mi última maleta hacia Venezuela parecía una maleta de posguerra, con jabones, pastas de dientes... Literariamente siento también que me fortalece regresar, se me ocurren nuevas historias. Venezuela se complementa con Madrid, que es mi ciudad del presente, pero en donde no tengo infancia.

P.- ¿Tienes relación con escritores de Venezuela? ¿Cómo es su vida allí?
R.- Tienen una vida cotidiana muy complicada, como todo el mundo. La hiperinflación, la escasez. En este momento, sin embargo, y pese al horror del día a día, han surgido pequeñas editoriales y la relación entre escritores y lectores parece que se va estrechando por primera vez en veinte años.

P.- Cabrera Infante siempre decía que el verdadero drama no era su exilio sino que sus libros estuvieran prohibidos en Cuba. Porque así perdía a su lector natural: el habanero. ¿Cómo es la distribución de sus libros en Venezuela?
R.- Bueno, yo estoy contento porque el cariño de los lectores venezolanos conmigo es inmenso. Ha habido la posibilidad de que haya algunos libros míos allí. En octubre he publicado un libro de viajes allá. Entiendo lo que decía Cabrera Infante, por eso es fundamental para mí mantener esa conexión. Ahora con Internet es mucho más fácil, yo hablo con muchos lectores venezolanos por Twitter y Facebook. Alberto Barrera Tyszka, que vive medio año en México, siempre me lo dice: es importante para nosotros pero también para los lectores venezolanos.

P.- ¿Cree que ciertos segmentos del panorama cultural español han mirado durante años con complicidad al régimen de Chávez?
R.- Creo que hubo un momento de cierta ingenua complicidad con el régimen de Chávez, sí. Un poco por aquello del buen salvaje: mira, decían, ha llegado un caudillo que los va a salvar. Pero en los últimos años la situación se ha volteado y ahora muchísimas personas de todo espectro ideológico han tomado conciencia de lo que lo de Venezuela es un proceso militar, un gobierno militarista que hace sufrir a la gente. Esto creo que está claro para todos salvo para algunos reductos muy fanatizados, vinculados a la extrema izquierda y al estalinismo, pero esos no se van a mover de ahí nunca. Lo importante es que la izquierda democrática que pudo tener dudas en su día haya tomado conciencia.