Oriol-Marsé

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El Cultural

Juan Marsé: "La Barcelona de hoy es completamente irreal"

6 diciembre, 2013 01:00

Parece que el teatro va a redimir a Juan Marsé (Barcelona, 1933) de los desencantos que le ha procurado el cine. En concreto, la obra Adiós a la infancia, una aventi de Marsé, que se estrena en el Lliure el próximo miércoles. La verdad que no ha visto en la gran pantalla sí ha emergido sobre las tablas. El escritor ha lamentado una y otra vez la incapacidad de “los peliculeros” de injertar en el terreno fílmico su narrativa. Sólo ha sido víctima de fiascos. Es una maldición que le persigue y le escuece. No en balde es un amante confeso del séptimo arte. Él tiene su teoría para tanto desatino: “Un director debe tener un mundo personal que ha de imponer. Si no lo tiene, estás perdido, porque al final ni respeta tu obra ni hace su película. Yo creo en parte que han fracasado precisamente por ser demasiado fieles”, explica a El Cultural.

Para no tropezar en la misma piedra, Marsé les dijo claramente a Oriol Broggi y Pau Miró que le echasen cara. No quería que su proyecto de trasladar su universo literario a la escena quedase encorsetado ni por una innecesaria literalidad ni por un respeto mal entendido. El primero, que viene de montar en el Español Tirano Banderas, es el responsable de la puesta en escena. Y el segundo recibió el encargo de adelgazar la prosa de Marsé sin traicionar su espíritu. Un reto bien complejo.

Más todavía si tenemos en cuenta que lo que intentaban era mostrar un mosaico de diversos títulos de Marsé. Pau Miró, después de leerlo con el microscopio, de cabo a rabo, se quedó con cinco de sus libros: Si te dicen que caí (1973), Un día volveré (1982), El embrujo de Shanghai (1993), Rabos de lagartija (2000) y Caligrafía de los sueños (2011). Luego los escurrió y sobre su mesa de trabajo gotearon los temas esenciales y recurrentes del Premio Cervantes de 2009: la Barcelona cenicienta y miserable de la posguerra, el sexo encanallado y sórdido, muy lejos del erotismo, la ausencia del padre, la resignación de los perdedores y el retrato de unos niños a los que se les negó la infancia... “Pau Miró ha hecho un excelente trabajo seleccionando los materiales idóneos para un montaje teatral abierto y sugerente”, elogia Marsé. “En cuanto a las adaptaciones al cine, la comparación no es posible. La narrativa teatral usa estrategias distintas”.

Pau Miró y Broggi han armado su propio artefacto dramático, situado en otro nivel narrativo e hilado con una trama sutil que le permite pasar de una novela a otra sin que asomen las costuras. Con el joven Ringo, protagonista de Caligrafía de los sueños y alter ego de Marsé, interpretado aquí por Oriol Guinart, en el epicentro de todo lo que acontece sobre el escenario. De entrada le vemos en el baile que se montaba en la antigua cooperativa de La Lealtad, en el barrio de Gracia, donde además de organizarse la lucha obrera, se desarrollaba una intensa actividad cultural, representaciones teatrales incluidas. Casualidades de la vida, el Lliure ocupa ahora el mismo edificio que la acogía.

-Usted iba también allí cuando era un chaval, ¿no?
-Sí, sobre todo las tardes de domingo, con 14 o 15 años, al baile popular. Tocaba una gran orquesta, con más de una decena de músicos. Íbamos a sacar a las muchachas a bailar.

-¿Y tenía éxito?
-Pues no mucho, la verdad. No era un buen bailarín y esto se sabía porque las chicas se lo contaban las unas a las otras. Tampoco era lo bastante alto ni guapo ni tenía ojos azules. La verdad es que se pasaba mal cuando te decían que no.

-¿Allí veía teatro también?
-No entonces. Pero el teatro me ha interesado siempre. Cuando fui con frecuencia fue en los años 50, en la época en que venían compañías de Madrid como la de Tamayo. Recuerdo muy bien el impacto de los estrenos en el Teatro Comedia de Tennessee William, Arthur Miller... Iba muchísimo.

-¿No se le pasó por la cabeza nunca escribir teatro?
-Sí, claro. En la época en que era un aprendiz de escritor (bueno, todavía los soy) escribí una obra. Tendría 17 o 18 años y la presenté a un premio que creo que se llamaba Ciudad de Barcelona, en el que estaba de jurado Rovira Beleta. No hubo suerte pero me sirvió como precedente, mal forjado, de lo que después sería mi primera novela, Encerrado con un solo juguete. Era una época en que estaba tanteando: también escribía poesías horribles, algunos relatos... Aquel ha sido el único intento teatral serio por mi parte.

Teatro de la inocencia

Aunque la narrativa de Marsé congenia bien con el teatro. Les hermana una liturgia común. En sus páginas los niños huían de un plomizo entorno a través de las aventis, historias que tejían con la imaginación acelerada de la infancia y recortes de realidad que iban picoteando de aquí y de allá: una conversación de adultos escuchada al azar, una noticia truculenta escupida por la radio, un diálogo de un western o de una película policiaca, una hazaña de un héroe del tebeo... Ellos eran los soberanos de los descampados de la ciudad, que bajo la maleza y los escombros todavía encubrían obuses de la guerra no estallados (la muerte siempre les rondaba, aguardando el paso en falso). Y allí se reunían en corrillos para escuchar y encarnar sus fabulaciones. Puro teatro de la inocencia. Como decía Machado, y recordaba Marsé en su discurso del Cervantes: “En los labios niños / las canciones llevan / confusa la historia / y clara la pena”.

El pequeño Marsé ya apuntaba maneras. No sólo como hábil narrador capaz de hipnotizar a sus compañeros de pandilla con sus relatos. También como actor. Aunque los curas de la parroquia, que hacían a su vez pinitos como hombres de escena, no le daban el papel por el que el mozalbete suspiraba: “En navidades representábamos los pastorcillos de Belén y estas cosas. Era muy curioso porque lo que hacíamos era una especie de zarzuela, con cantables interpretados por coros. Lucifer salía rodeado de una docena de diablillos cantando. Y a mí me daba mucha envidia. Yo encarnaba a San Miguel, el santo que acaba matándole. Tenía alguna escena estelar, sí, pero no era lo mismo”.

Estamos en la Barcelona de mitad de los 40, que como dice el propio Marsé en Caligrafía de los sueños, en una frase que se reproduce también en Adiós a la infancia, era una urbe “menos verosímil pero más real” que la de ahora. El autor se explica, sin que sirva de precedente (sabidos es lo poco que le gusta hacer hermenéutica): “La ciudad inverosímil es la que reinventaban los niños pobres de la posguerra mediante sus intrépidas aventis. Inverosímil en las hazañas, pero real en los escenarios de la miseria, del hambre, del miedo, de las humillaciones. Ahora la ciudad nos cautiva y deslumbra, su éxito es más verosímil, más aparente, pero es completamente irreal”.

-Los niños tiñosos a los que tocó vivir esa Barcelona brutalmente real despiertan hoy nuestra compasión. Tuvieron muy mala suerte. Pero ¿no le dan pena también los chavales apantallados de hoy día, enclaustrados en sus habitaciones?
-No sabría decir hasta qué punto esos aparatitos que los avances de la tecnología ha puesto en manos de los niños están supliendo el desarrollo de su imaginación. Me temo que sí. Los juegos son otros, las adicciones también. Lo que sí veo claro es que la comunicación y las relaciones entre los “apantallados”, su lenguaje y sus cuitas, son más banales, quiero decir que se cultivan más por estar al día en el uso de esa tecnología que por necesidad de comunicarnos y entendernos mejor.

Juan Marsé confiesa que anda trabajando -“indistintamente”- en la escritura de una nueva novela y también de unos relatos. Pero no suelta prenda: “Prefiero no decir nada porque lo cuento mal y lo estropeo”. Aunque sí se ha asomado a las librerías con una reedición de Señoras y señores (Alfabia), donde compila una serie de perfiles sobre personajes de muy dispar ralea: Ruiz-Mateos, Carmen Maura, Alfonso Guerra... Salpimentados con un tono satírico la mayor parte. En esta nueva entrega ha añadido un par, de dos enemigos íntimos: Artur Mas y Cospedal.

-¿Quién le crispa más?
-Los dos me crispan por distintos motivos. Ninguno de los dos me parecen políticamente relevantes. Mas se expresa con más solvencia, su capacidad verbal es superior, pero en sus oraciones, bastante bien construidas, asoma siempre un matiz gutural, engolado y sedoso, de visionario político irresponsable y suicida. Un hombre temerario. Cospedal es sencillamente un bluf. El embuste hecho carne.

-¿Cree que la inercia creada acabará inevitablemente en divorcio traumático entre Cataluña y España?
-Soy bastante pesimista, sí. Porque a ver, ¿qué es lo que tenemos? De momento tenemos un futimé de políticos y parlamentarios ineficientes o corruptos, en el Gobierno y en la oposición, tenemos una panda de jueces y magistrados que no sirven para una mierda y son motivo de escándalo, y tenemos también obispos y cardenales machistas y cavernícolas que ofenden a la mujer y maleducan a los niños. El panorama es desolador. No veo ni escucho a ningún responsable político con talla suficiente para aspirar a resolver los problemas de este país.

-Malos tiempos para un antinacionalista militante...
-A mí no me embarga ninguna emoción o sentimiento identitario, no me enorgullece ni me conmociona el hecho de haber nacido español o catalán en vez de chino o portugués o esquimal. Me da igual. No creo que sea una buena idea que Cataluña se independice de España, entre otras cosas porque la patria que me están preparando tanto los nacionalistas de CiU como de ERC no me gusta nada. Esta gente no es de fiar. Me siento robado y engañado tanto por los poderes de Madrid como por los poderes de Barcelona, de modo que el famoso derecho a decidir para mí no significa más que esto: derecho a decidir que me jodan unos u otros. Qué más da.

Máster de escritura con Marsé

Adiós a la infancia nació por una carambola. El cantautor Jaume Sisa, amante de la canción ligera-melódica española (de los 40, 50 y 60), y Oriol Broggi llevaban tiempo hablando de montar un musical de “andar por casa”. Querían lucir un selecto repertorio de este género. Al director escénico se le ocurrió que las canciones podrían apoyarse en la representación de alguna de las novelas de Marsé. “Pero cuando nos pusimos a bucear en su obra ésta creció tanto que decidimos ponerla en primer término”, confiesa Broggi. Y ya puestos, optaron por dar al proyecto otra vuelta de tuerca: lo que les motivaba era mostrar sobre las tablas un retrato impresionista de la narrativa del autor de Si te dicen que caí.

Hacía falta pues el valiente que estuviera dispuesto a enfrentarse con el gigante Marsé y darle forma dramática a la nueva idea Broggi. El actor y escritor Pau Miró cogió el encargo por los cuernos, aunque no sin cierto agobio en los primeros compases de su labor: “Las frases de Marsé están magistralmente construidas y, aunque su palabra es precisa, están cargadas de detalles. Es muy gustoso adentrarte en su lectura. Pero necesitas un tiempo que el teatro no tiene”. Tocaba sintetizar. Para hacerlo con tino ha estado en contacto estos últimos meses con Marsé. “Ha sido para mí como un máster de escritura”. En el que el maestro, al final de las clases, le ha concedido una matrícula de honor.