Image: Francisco Javier Irazoki

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El Cultural

Francisco Javier Irazoki

"Albert Camus me puso en guardia frente a las verdades opacas"

5 marzo, 2013 01:00

Francisco Javier Irazoki. Foto: Barbara Loyer

Acaba de publicar 'Retrato de un hilo' (Hiperión)

Poeta y periodista musical, Francisco Javier Irazoki (Lesaka, Navarra, 1954) acaba de lanzar su Retrato de un hilo (Hiperión), libro que reúne poemas compuestos entre 1991 y 1998 que le explican y nos explican, a vueltas con el amor, el fracaso, la lucha y la pasión. Que nadie busque en ellos, sin embargo, "inelegantes" festivales de dolor ni rendiciones. En las puntadas de hilo del libro está el Irazoki más verdadero, inconformista, libre, generoso de sí mismo y enamorado, el mismo que formó parte destacada de CLOC, el grupo de surrealistas, o que tanto ha hecho por resucitar la memoria de Félix Francisco Casanova. El poeta, que lleva viviendo en París desde el 93, confiesa ahora que sigue "militando en la duda" y que en el origen de este último viejo libro está el amor, ese que le llevó a dejarlo todo y a seguir a la amada "como un minúsculo animalillo feliz", pero sin abandonar jamás una acerada conciencia social que no admite "la impostura de descuidar el arte". Pregunta.- ¿Cómo nacieron los versos de Retrato de un hilo? Respuesta.- Mi deseo de depurar la expresión poética coincidió con un viaje a la India y un posterior encuentro amoroso. Una joven parisina redactaba su tesis doctoral de Geopolítica sobre el País Vasco, y en Madrid le dieron la lista de cien personas que podían guiarla. Cualquier día encontrarán el Santo Grial, pero seguirá indescifrable un misterio: ¿qué pintaba yo en aquella lista? Nada de nada. El caso es que la chica me encontró. Le dije cuatro trivialidades que se evaporaban por su falta de consistencia y... nos enamoramos. Un año más tarde, ella acabó la tesis, se encaminó hacia su París, y yo, como un minúsculo animalito feliz, eché a andar detrás de ella. Instalado en Francia, compuse los poemas que ahora edita Hiperión. P.- Los escribió entre 1991 y 1998. ¿Por qué ha esperado tanto para publicarlos? R.- Las prisas conviven mal con la poesía. Las fechas de escritura de Retrato de un hilo son más antiguas que las de los poemas en prosa de Los hombres intermitentes y las semblanzas musicales de La nota rota, pero estos dos libros salieron antes, también con el respaldo de Hiperión. ¿Qué importa el tiempo en la literatura? Mientras escribo la continuación de Los hombres intermitentes, entregué a Jesús Munárriz y Maite Merodio el poemario inédito que guardaba en uno de los cajones de mi casa. P.- ¿Se reconoce en el poeta que fue entonces y en estos versos que son el "retrato de un hilo"? R.- Me reconozco aunque a veces disienta artísticamente. El título explica mis intenciones: cualquier objeto diminuto puede resumirnos y los matices son universos. Al fondo aparecen los viajes, el cambio de país, las escenas en unas calles nuevas para mí, la extranjería. P.- ¿Cómo se combate, si hay que hacerlo, “la añoranza / de dicha que descuidaste”? R.- En el poema Elogio de la planicie propongo retener cada deleite oculto en los días anodinos. Es un texto de celebración. Discrepo de quienes identifican el pensamiento hondo con los ceños fruncidos. Para mí, desde hace mucho tiempo, la alegría consciente es más profunda. P.- ¿Y a aprender “los maquillajes del dolor”? R.- En el poema Citas con el dictador, uno de los que más aprecio de la obra, describo al dolor como un déspota senil contra el que he construido un humilde refugio de resistencia. El dolor es ahí un tirano que ha perdido la fuerza del misterio. P.- Sus poemas hablan de derrotas, de exilios y soledades, de mendigos y borrachos. ¿Qué puede un poeta frente a la miseria no sólo económica sino moral? R.- Retrato de un hilo está dividido en cinco partes. En la segunda de ellas, Calle de los viajeros, con mis palabras hago fotografías del dolor. Pero no abandono la lucha. La participación en los campeonatos de dolor me parece inelegante. Busco una respuesta. De la misma manera que el vecindario corre para estar en buena forma física, yo practico la gimnasia con un aforismo de Ramón Eder: “Sin compasión no hay cordura”. P.- El poeta indignado da paso al amor. ¿Dónde se encuentra más cómodo como autor, en la poesía social o en los versos sobre cuerpos y deseos? R.- Hay una cuerda íntima que suena en todos mis recuerdos, pero también soy una persona hecha con las aportaciones de quienes estuvieron a mi lado. Yo tuve la buena suerte de nacer en una familia económicamente modesta. El objetivo de mi familia era evitar las deudas. Esa modestia me ha ayudado a comprender las angustias de los que cuentan sus monedas para no ser víctimas. Creo que la abundancia nos encastilla. Poesía social, sí, pero sin la impostura de descuidar el arte. E intuyo que ningún tipo de poesía puede identificarse con la comodidad. P.- ¿Sigue militando en la duda? R.- Sí. En la mayoría de las situaciones me importa más la prudencia que la afirmación, y la duda es el escudo que elijo para no ser eclesiástico. A finales de los años setenta, la palabra “revisionista” era un insulto que llegaba a mis oídos como un elogio involuntario. No quería que mi inconformismo oliese a celda ideológica. La lectura de los libros de Albert Camus me puso en guardia frente a las verdades opacas. P.- Hablando de dudas, los últimos poemas del libro los escribió originariamente en francés. ¿En qué idioma piensa y en cuál crea? R.- El español es mi lengua literaria. El euskera, la lengua de los afectos de mi infancia. Desde hace veinte años, la lengua francesa es la principal en mi comunicación cotidiana. Las tres me sirven para pensar, pero pierdo eficacia creativa si no uso el castellano. Sin neurosis he repetido una convicción: quien ama un idioma ama todos los idiomas. Y suscribo la frase certera del poeta Carlos Aurtenetxe: “Me parece irrisorio comprobar cómo unos seres, por concepciones políticas, son capaces de despreciar un idioma en el que otros seres han sido capaces de amarse”. P.- ¿A qué poetas españoles actuales lee? R.- A muchos y de estéticas literarias muy diferentes. Los sectarismos no me interesan. Disfruto con la profundidad serena de Álvaro Valverde y las explosiones imaginativas de Juan Carlos Mestre. También con la hondura clara de Eloy Sánchez Rosillo, la lucidez de Felipe Benítez Reyes, Isabel Bono y Fernando Aramburu, las reflexiones de Francisco Brines, la maestría musical de Jorge G. Aranguren... La lista es larga e incluye a jóvenes valiosos.

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