Image: Mapa de los sonidos que hicieron historia

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El Cultural

Mapa de los sonidos que hicieron historia

4 enero, 2013 01:00

Con motivo del bicentenario de los nacimientos de Wagner y Verdi este año, El Cultural hace un repaso de las mejores versiones discográficas de la historia.

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  • Extensos folios nos llevaría hacer siquiera una sucinta aproximación a lo que significan los bicentenarios de Wagner y Verdi y relacionar, bien que mínimamente, las muestras que a lo largo de los últimos doscientos años han venido produciéndose en el servicio a sus respectivas obras musicales. Si del italiano hablamos, debemos consignar que su fama empezó a cimentarse en una opera patriótica, en la que ya anidaba toda la fuerza, la energía, el sabor agreste de unos pentagramas raciales y muy conectados con el pueblo: Nabucco (1842). Maria Callas fue en la época moderna una de las pocas Abigaille que recordó a las antiguas dramáticas de agilidad.

    Tras los años llamados “de galera”, en los que el compositor trabajó en distintas latitudes creando obras de alto interés como Ernani o Macbeth -de la primera destacamos la versión fonográfica de Schippers con Bergonzi y Price (RCA, 1967); de la segunda, la dirigida por De Sabata, también con una Callas enorme (EMI, 1952) y, en DVD, la debida a Chailly (Decca, 1987)-, llega la etapa del asentamiento, que comienza con la trilogía: Rigoletto está servida en el disco compacto por la sublime versión de Dieskau, Bergonzi y Scotto a las órdenes de Kubelik (DG, 1963), y en un DVD del mismo Chailly con espumosa realización escénica de Ponnelle (Decca, 1983); Il trovatore toma encarnadura fuertemente romántica con la batuta de Mehta, bajo la que cantan, y muy bien, un joven y arrostrado Domingo, Price y Milnes (RCA, 1969), y La traviata queda firmada para la historia igualmente por una emocionada Callas, que canta al comienzo de su declive, transidamente dirigida por Giulini en La Scala (EMI, 1955).

    Hay estupendas interpretaciones, más modernas y de mejor sonido, de las óperas subsiguientes más importantes, como Simon Boccanegra, que fue objeto, a raíz de unas representaciones en La Scala con regia de Strehler, de una grabación sensacional, con Cappuccilli, Freni, Ghiaurov y Carreras al frente y con Abbado en el podio (DG, 1977). Un ballo in maschera está bien conjuntada, no mucho más, por Leinsdorf gobernando un magnífico equipo que incluye a Bergonzi, Price, Merrill, Verrett y Grist (RCA, 1966). De La forza del destino elegimos la interpretación del soso Gardelli gracias al reparto, con Bergonzi, Cappuccilli, Arroyo, Raimondi a la cabeza (EMI, 1969), y de Don Carlo las versiones dirigidas por Solti (Decca,1965) y Giulini (EMI, 1970). Digna de cita es la grabación en DVD dirigida por Decker, con Chailly en el foso, que transcurre toda ella en el Panteón de los Reyes de El Escorial (Opus Arte, 2004).

    En las óperas finales reparamos en la tornasolada y elegante Aida de Muti, con las voces de Caballé, Cossotto, Domingo, Cappuccilli y Ghiaurov (EMI, 1974), en el restallante Otello de Toscanni con el emotivo, aunque más bien corto Moro de Vinay, la discreta Desdemona de Nelli y el excelente Iago de Valdengo (RCA-BMG, 1947). Y no olvidamos las prestaciones que en este papel brindó siempre el broncíneo Del Monaco, que lo grabó varias veces (como la del Met de 1958 de Myto con De Los Ángeles). Karajan, con Vickers, realizó una detallista recreación, llevada asimismo al DVD (DG, 1973). También es Toscanni la primera opción directorial, merced a la exactitud rítmica y a la claridad del contrapunto, para Falstaff, que es aquí de nuevo un excelente Valdengo (RCA, 1950). Muti logró una curiosa interpretación en Busseto, grabada en DVD (Euroarts, 2001).

    Ascenso a la colina sagrada

    De ese gran fruto romántico que es Der Fliegende Holländer, hablando ya de Wagner, encontramos dos grabaciones añosas y fantásticas, dirigidas respectivamente por Krauss y Knappertsbusch. El primero, claro y preciso, alberga en su equipo al gran Hotter (Preiser, 1944). El segundo, de humanísima arcada, tiene al sufriente Uhde como protagonista. Los compañeros de reparto son en conjunto mejores los de éste (Bayreuth, Golden Melodram, 1955): Weber, Varnay y Windgassen.

    La caballeresca Tannhäuser encuentra espléndida respuesta discográfica en la interpretación gobernada, quizá algo tibiamente, por Konwitschny. La Venus de Schech es poco relevante, pero Grümmer sobre todo, Dieskau, Hopf y Frick brillan a gran nivel (EMI, 1960-61). Por sonido, temple y fraseo nos quedamos, a la hora de elegir un Lohengrin, con el de Kempe, que da la venia a otro gran reparto: de nuevo la exquisita Grümmer, Ludwig, Dieskau, Frick y Thomas (EMI, 1962-63). Citemos de pasada los magníficos Lohengrin bayreuthianos de Windgassen (con Keilberth, Teldec, 1953, y Jochum, 1954) y de Konya (con Cluytens, Myto, 1958).

    La Tetralogía está sin duda bien servida, con repetidas grabaciones en Bayreuth durante los años cincuenta, dirigidas por Krauss, Keilberth o Knappertsbusch, en cuya visión humanista y trágica (1956) actúan los más grandes cantantes wagnerianos de la época, con Hotter como insuperable Wotan (Golden Melodram). Dejando a un lado las dos impresionantes versiones italianas de Furtwängler, una en La Scala (1950) y otra en la RAI (1953), de muy pobre sonido, hay que citar la de Solti, primera en estudio, espectacularmente registrada, también con Hotter, ya algo caduco, y los mejores de esos años (Decca, 1958-1965). Para ver la escena en DVD se recomiendan las versiones de Boulez/Chéreau, materialista y rompedora (Bayreuth, Philips, 1979), y la de Levine/Schenk, tradicional pero bien hecha (Met, DG, 1988-89).

    Siempre se ha hablado de la sublimidad del Tristán e Isolda de Furtwängler, con la impagable Flagstad como protagonista y Dieskau como Kurwenal (EMI, 1952). La pareja Nilsson-Windgassen dio años más tarde una lección de encendido lirismo bajo la batuta de Böhm (DG, 1966). Kleiber (Carlos) y Barenboim han tenido luego importantes cosas que decir. Este último grabó en DVD su propuesta de Bayreuth con la oscura escena, a lo Rothko, de Müller (DG, 1995). Knappertsbusch fue el más grande en Die Meistersinger von Nürnberg. Una de sus mejores interpretaciones, junto a Frantz, Della Casa, Hopf, Kuën, Frick y Pflanzl, es la tomada en vivo en la Ópera de Baviera (Orfeo, 1955). Sumemos a ella, dejando a un lado a otras muy valiosas -Kempe, Karajan, Jochum- la dirigida por Kubelik con Konya, Stewart y Janowitz como estrellas vocales (Myto, 1966). En cuanto a Parsifal hay que citar otra vez a Knappertsbusch por su espiritual lectura en la reapertura del Festival de Bayreuth con un equipo inmejorable: Windgassen, Mödl, Weber y London (Teldec, 1951). Citemos el Parsifal de Solti (Decca, 1973), el primero de estudio.

    Como era de esperar, los sellos discográficos están ya preparando los dos bicentenarios. Se anuncian, en al apartado verdiano, una reedición de La traviata de Solti con Gheorghiu (Decca), un recital de ésta acompañada por Chailly (Decca), que protagoniza un cedé con selecciones sinfónicas (Viva Verdi, Decca); otro recital, dirigido por Noseda, de Villazón (DG); además del Réquiem dirigido por Barenboim con Kaufmann (DG). En el campo wagneriano, se prevé un monumental álbum de 43 cedés con todas las óperas, que incluye algunos de los mejores cantantes y directores de los sesenta para acá. Entre los últimos, Kleiber, Jochum, Sinopoli o Levine (DG) y un recital de Kaufmann (Decca).

    Se recupera la Tetralogía de Solti, lujosamente reeditada, y se da imagen en DVD a la dirigida escénicamente en el Met por Robert Lepage. El sello amarillo difunde asimismo Wagner's Dream, documental que narra las peripecias que llevaron a la consecución de la producción neoyorquina, con Terfel (Wotan) como maestro de ceremonias. Meses atrás, Brilliant se adelantó con una caja de cincuenta cedés conteniendo algunas de las mejores versiones de todas las óperas del alemán representadas en Bayreuth de 1904 a 1960. Y eso que el año Wagner/Verdi no ha hecho más que empezar.

    Voces en peligro de extinción

    Algunos de los cantantes mencionados marcaron durante décadas el nivel interpretativo de las óperas de estos dos genios. Hoy no contamos con tenores di forza para atender las demandas de un Otello. Aunque no siempre se cantaba bien en la postguerra, ya que en Italia se mantuvo durante bastantes años el tipo de emisión verista, fueron incuestionables nombres como Corelli, Del Monaco, el primer Di Stefano o, algo más tarde, Bergonzi. Se añora a sopranos como Callas, Gencer, Sutherland o Caballé, exponentes de un belcantismo que abarcaba en casos el repertorio dramático de agilidad, hoy mal servido. O barítonos del temple de los antiguos maestros -De Lucca, Amato, Ruffo, Stracciari- o de la contundencia de Cappucilli. El viejo Nucci parece ser la excepción. Quizá sea peor la situación en la parcela de las voces wagnerianas. No se vislumbran tenores heroicos de altura, de la talla de los Lorenz, Melchior, Hopf o Suthaus. El Siegfried de hoy es Lance Ryan, voz lírica, aunque penetrante. Es una parte a la que quizá llegue Jonas Kaufmann, de emisión cupa y atractivo color. Por su parte, el más soleado Klaus Florian Vogt es un buen Lohengrin y Parsifal. Su talón de Aquiles son los agudos abiertos. En el campo baritonal, quedaron lejos los tiempos de heroicos Wotan o Sachs como Hotter, Adam, McIntyre o Tomlinson. Albert Dohmen, de buena pasta, no posee la amplitud ni el timbre exigidos. Las dramáticas tipo Nilsson han fenecido. Un voto de confianza para la joven británica Catherine Foster.