Lada amarilla, 2010

Bajo el título Nostalgias ajenas presenta Daniel Silvo (Cádiz, 1982) su último trabajo en su puesta de largo individual con la galería Marta Cervera. Esta es una exposición sorprendente por el sesgo político que adopta el artista, una postura hasta ahora desconocida en su trabajo. Pero, ¿es realmente arte político? No. Se trata, como él mismo dice, de un experimento en torno a la relación entre política y estética, de una aproximación a asuntos de gran calado en el imaginario contemporáneo cuyo mayor debe es precisamente ése, el de ser una mera aproximación.

Silvo plantea una experiencia estética partiendo de los signos y fetiches del acervo comunista. En Cuba se detiene ante el Lada, el coche de la revolución; en la RDA lo hace ante la arquitectura y en Rusia ante las matrioshkas. El artista no oculta su interés por el fracaso de las utopías, del que se desprende el aroma a la nostalgia que da título a la exposición, que es todo lo que hoy queda del potencial transformador de los diferentes regímenes. Tampoco renuncia a alcanzar cierto ideal de belleza para vincularlo a las formas representativas de cada momento histórico. Pero su acercamiento resulta superficial por mucho que insista en que su propuesta no quiere ser del todo política. Uno quiere pensar que podría tratarse de un irónico merodear, posmoderno y mordaz, en torno a la conexión entre historia, memoria, política y estética, pero no logra esquivar la impresión de que el resultado final vaga en tierra de nadie.