Image: De charla con La Cibeles

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El Cultural

De charla con La Cibeles

31 mayo, 2010 02:00

Estatua de La Cibeles en Madrid



La Cibeles no cierra nunca, o eso dicen las autoridades. Es diosa chulona y castiza que se ve invadida cada vez que el Real Madrid cumple con ella ajustando la liga, se entiende.

-¿Qué pasó este año con la liga? -Pregunto, como quien no quiere la cosa.
-Se la llevaron a Barcelona. -Me responde ella con despecho, alzando la cabeza por encima del hombro, a la vez que muestra el muslo desnudo, insinuante. Es sólo un efecto visual, ya sé, pero suficiente para que endulce mi ánimo, dicho por lo fino.

-Estuvo muy reñida la temporada. -Apunto yo, sin perder de vista el muslamen de la diosa.
-Dejaron de ser galácticos para ser un equipo de fútbol y lo están consiguiendo. Si no hubiera sido por los árbitros ahora tendría liga -suelta con rencor.
-Ya -le digo-. Ya veo que el colegio de árbitros ha sido el culpable de la derrota merengue ¿Cuántas van ya?

La Cibeles se enfurruña. Pedir cuentas futboleras es como preguntarle la edad, poco más o menos. De mala educación. Pero yo voy más lejos pues sé que bajo sus posaderas hay un tesoro; una galería húmeda que conduce a la obsesión.

Porque las riquezas de nuestros dueños se acumulan de manera indecente en las tripas de esta ciudad que la tiene a ella, a la Cibeles, custodiando lingotes de primera ley. Dicen que hay que tener los nervios bien templados para cometer una fechoría de este tamaño pues, si saltan las alarmas, la diosa se pone a hacer aguas y el ladrón que lo intente quedará igual a un cadáver arrastrado por las aguas fecales del pueblo.

-Tendría que buscar el tapón -suelto con ironía.
-O buscar un traje de buzo -me reta ella.

Como no quiero que descubra mis intenciones la intento despistar y sigo hablando de fútbol, de ligas y de lencería íntima. Sugiero como nuevo entrenador del Madrid al Mono Burgos y con esas y otras cosas desvío la conversación fuera del área. Pero ella es muy hábil, enseguida me pone en el sitio advirtiéndome que ningún caco ha sido capaz de realizar la proeza y llevarse los lingotes que custodia.

-Para eso ya están nuestros administradores a los que otorgamos el derecho al atraco -salto yo con resentimiento de clase.
-Corta la demagogia, moreno- ataja ella muy garbosa para, de seguido, ponerse a hablar de la dificultad y el riesgo que lleva un palo de tal calibre. Según la tía, sus bajos se encuentran fortificados a través de una serie de trampas. Una puerta de acero de no sé cuántas toneladas de peso que se abre con tres llaves: la del director general, el interventor y el cajero; los únicos que conocen la clave que abre su cinturón de castidad.

-Todo un reto, moreno -sigue con el rollo- y por lo que veo no eres Indiana Jones.
-No, yo no soy Indiana Jones, aunque a veces me comporto como si lo fuera. Además, y por lo que veo, robar los lingotes es tan difícil como que el Madrid gane una liga -le aclaro, para que se pique.

Pero no me hace ni caso. Sigue en sus trece, mirando el Banco de España, como una de esas féminas que saben que en esta vida la última palabra no la tiene la mujer, sino una buena billetera.