El Cultural

A 100 años de Albéniz. Aniversario del músico que retrató España al piano

La España romántica, por Alberto Ruiz Gallardón

15 mayo, 2009 02:00

Isaac Albéniz (1860-1909) acapara las programaciones de teatros y auditorios en vísperas de la celebración, el próximo lunes, del centenario de su muerte. Un acontecimiento, pues elevó la composición española a cimas desconocidas desde los tiempos de Tomás Luis de Victoria, e hizo de su piano la bandera que cristalizaría en Iberia, mezcla de nacionalismo transfigurado y folclore de vanguardia que le dió fama mundial. Dos de las mayores autoridades en el músico, Alberto Ruiz-Gallardón, alcalde de Madrid y sobrino-nieto del compositor, y Tomás Marco, musicólogo, académico y premio Nacional de Música, hacen balance de la vida y la obra de un creador que no sólo destacó al piano, sino que dejó tras de sí un importante legado operístico.

La enorme personalidad humana y artística de Isaac Albéniz supone la culminación en España de las corrientes nacionalistas que impulsaron la música europea a finales del siglo XIX, poco antes de que el impresionismo francés -otro modo de nacionalismo- se impusiera con la figura excepcional de Debussy. Pero Albéniz no surgió por arte de magia, como se ha venido diciendo. Pues, aunque se creía que la música española no existió desde Tomás Luis de Victoria hasta la aparición de Albéniz, o que apenas tuvo nombres de relieve, lo cierto es que la musicología y un número incalculable de ediciones y grabaciones han ido sacando a la luz nombres fundamentales de la historia musical española, como Juan Hidalgo de Polanco o Tomás Torrejón de Velasco, ambos en el siglo XVII, y Antonio Literes, José de Nebra o el padre Soler en el XVIII.

Ya en el XIX, la emigración liberal a Londres y París sirvió para que autores como Fernando Sor o Juan Crisóstomo Arriaga incorporaran la música española a las primeras generaciones del Romanticismo. Así, cuando surgen las primeras obras de Albéniz, algunos compositores románticos ya habían dado en el piano retazos extraídos del riquísimo acervo de la música tradicional. Pero Albéniz, desde sus primeras obras, superó y trascendió aquellos tímidos brotes nacionalistas. Pensemos lo que supone la Suite Española nº 1 con títulos como Granada o Sevilla.

Albéniz fue un niño prodigio que hizo de los viajes una forma natural de aprendizaje. Así, estudió piano en el Conservatorio de Bruselas, donde escuchó a Liszt, modelo desde entonces para él. Después, conoció Alemania, instalándose en Leizpig, donde estudió con Carl Reinecke, compositor vinculado a Schumann y Mendelssohn. Viaja a Praga, a Viena, a Budapest, a París -donde ya había estado de niño para ingresar, sin éxito, en el Conservatorio-. Finalmente, recala en Londres, donde sus recitales de piano despiertan el entusiasmo de los aficionados por el repertorio, con programas que incluían pasajes enteros de El anillo del nibelungo. Es una lástima que las únicas grabaciones de Albéniz como pianista provengan de los primitivos rollos de pianola, aunque son suficientes para captar su dominio técnico y don de improvisación.

La boda con su alumna barcelonesa Rosina Jordana Lagarriaga dio paz familiar a su vida errante, además de dos hijas, Enriqueta y Laura, y un hijo, Alfonso, que llegó a ser jugador del Fútbol Club Barcelona. Durante tres años, más o menos, Albéniz vive en Londres con su familia. Primero porque un empresario, Lowenfeld, le pide que compusiera para el Lyric Theatre. Luego porque un poeta y aristócrata, Lord Latymer, de nombre Francis Thomas B. N. Money Coutts, le encarga que componga obras líricas sobre libretos suyos. Coutts le dejó mucha libertad de acción mientras se enfrascaba en escribir una trilogía, basada en Thomas Malory, sobre el rey Arturo, tema de moda a finales del siglo XIX.

Albéniz volvió a España en 1894. Siempre había estado interesado por el teatro musical y tenía grandes amigos, como Arbós, Chapí y Bretón, implicados en la creación de una ópera y una zarzuela españolas de entidad. Sin embargo, el estreno de su zarzuela San Antonio de la Florida y de la versión española de la muy británica The Magic Opal (en Madrid, El anillo) no obtuvieron el éxito que esperaba.

Como artista y creador, Albéniz aspiraba a lo mejor. Aunque no pasó por la universidad, ni siquiera por las aulas de los últimos cursos de instituto alguno, fue un autodidacta cuya curiosidad sin límites le procuró una gran cultura. Tenía un enorme deseo de aprender, de mejorar y revisar sus conocimientos, de crecer intelectualmente. Ese afán de superación queda claro en su obra. La de pianista ofrece tres etapas bien claras. En la primera, estamos ante un piano de salón, de escasa ambición formal y armónica, apto para reuniones sociales. Una segunda fase presenta piezas de mayor calado, mayor dificultad para el ejecutante y con un tratamiento de lo tradicional más depurado. Finalmente, una tercera etapa en que realiza obras de gran envergadura, como la ópera Merlin, primera parte de la trilogía artúrica que no completó, pero de la que dejó música de la segunda parte, Lancelot.


En el piano completó la poética La Vega, evocación de su querida Granada. Pero su obra cumbre es Iberia, colección de doce piezas que representa una visión de España trascendida en su momento por un arte poderoso y evocador, y hoy aún más, porque, como advirtió Falla, Iberia es la España romántica que vuelve a aparecer cuando ya la vida moderna ha borrado aquello que fue, con tradiciones y costumbres que no volverán. Iberia es como una esencia de todo ese mundo pasado, visto a través de una región que el compositor adoraba: Andalucía, la de Alarcón y la de Valera, pero sólo como fondo, porque Albéniz fue más allá para ofrecérnosla depurada, con esa mirada que únicamente la distancia puede dar.

Esa perspectiva la tuvo Albéniz desde París y Niza, donde pasó sus últimos años, aquejado de un proceso renal que pondría fin a su vida en la localidad vascofrancesa de Canbo. Allí podía ser visitado por muchos de sus amigos, y entre otros por Arbós, su amigo de juventud, que solía estar en San Sebastián en verano. Pero el de 1909 no llegó para él. El 18 de mayo falleció y sus restos se trasladaron a Barcelona, donde el entierro en el Cementerio Nuevo de Montjuich fue multitudinario. La prensa no dijo demasiadas cosas de un genio tan claro. Un artículo muy sentido de Bretón y la dedicatoria de Falla de las Cuatro piezas españolas, que tanto le deben.

Albéniz, en Madrid, Londres y Barcelona

Las sopranos Estefanía Perdomo y Eilana Lappalainen, la mezzo Judith Borràs, el tenor Xavier Moreno y el bajobarítono Dario Russo abordarán una selección de fragmentos de las óperas The Magic Opal, Pepita Jiménez, Henry Clifford y Merlín bajo la tutela del pianista Borja Mariño.

Liceo (Barcelona), 17 de mayo.

n Un plantel de jóvenes pianistas (Alina Artemyeva, Luis Grané López, Madarys Morgan Verdecia, Noelia Fernández Rodiles, Marko Hilpo, Javier Manzana Fas, Alberto Martín Díaz, Juan Andrés Barahona Yépez, Marc Heredia Trechs, Jorge Ortiz) rinde tributo al compositor en la sede de la Fundación que lleva su nombre con una interpretación colectiva de Iberia y Navarra.

Fundación Albéniz (Madrid), 18 de mayo.

n El Instituto Ramón Llul y Gramophone Records han organizado una gala-homenaje londinense en la que participará la Royal Philarmonic Orchestra, liderada por Carlos Checa y con José Menor al piano, para la Rapsodia Española, Concierto Fantástico, Suite Española y Suite Iberia.

Cadogan Hall (Londres), 22 de mayo.

n Dentro del ciclo Albéniz en contexto, el pianista Kotaro Fukuma interpreta Eritaña, Málaga, Triana en la Sala de Cámara madrileña. A continuación, el programa incluye una conferencia sobre los "iberistas".

Auditorio Nacional (Madrid), 23 de mayo.