Image: La liturgia de la fiesta. Calderón y el Barroco

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El Cultural

La liturgia de la fiesta. Calderón y el Barroco

Cuarto Centenario de Calderón de la Barca

2 enero, 2000 01:00

Escena del auto El gran teatro del mundo, dirigido por José Tamayo en 1998. Foto: Centro Documentación Teatral

El Barroco es complejo, contradictorio, plural y lleno de contrastes, que impiden cualquier simplificación ideológica empobrecedora. Nuestro principal dramaturgo barroco e integrante del canon universal, don Pedro Calderón de la Barca, es, en consecuencia, un creador complejo en sus planteamientos teatrales, plural en los géneros que cultiva, variado en su ideología, maestro en el dominio de metáforas, imágenes, retórica, alegoría, símbolos, síntesis de las artes..., con gran capacidad para ofrecer "visualmente" los pliegues y repliegues de su mundo poliédrico, que va de las grandes ideas a los ámbitos carnavalescos de la mojiganga.

La fiesta barroca, en su variedad de formas, es culminación y síntesis de las artes, y a ella contribuyó, de forma decisiva Calderón de la Barca. Son los caminos que van de la celebración del Dios católico en la exultante fiesta sacramental de los autos del Corpus a la celebración "ornamental" de los dioses de la gentilidad en las mitológicas fiestas de palacio, que llenaron los jardines de Aranjuez, Buen Retiro..., los salones del Alcázar, Zarzuela, Pardo..., Coliseo del Buen Retiro con la altura de verso y escena que cuenta teatralmente las historias de Apolo, Faetón, Cupido, Venus, Prometeo..., correlato en movimiento dramático de la pintura que adornaba los salones del rey y sus nobles. Y además estaba la fiesta cortesana en la calle -de arquitecturas efímeras, carros triunfales, aparatoso cortejo- y la fiesta popular, que rompía el ritmo del trabajo con expansiones diversas, variadas formas de cristianización de antiguos ritos paganos,manifestaciones folclóricas que han llegado a nuestros días, etc.

Calderón de la Barca fue el dramaturgo por excelencia de la fiesta sacramental barroca con sus autos representados, año a año, en los callejeros carros y tablados del Corpus y en los interiores de corral de comedias y palacio. Sus autos sacramentales -con piezas memorables como El gran teatro del mundo, El gran mercado del mundo, El pleito matrimonial del cuerpo y el alma, La cena del rey Baltasar, El veneno y la triaca..., sólo pueden ser entendidos en su riqueza teatral en el marco de una fiesta que consigue articular ceremonia religiosa, procesión, danza, tarasca, etc. La fiesta sacramental barroca es el lugar de encuentro de teatro y liturgia, de acción escénica y ceremonia, en un complejo mundo de conceptos teológicos, éticos, de historia sagrada..., puestos de manifiesto por la riqueza de alegoría y símbolo, la altura estilística, la espectacularidad escénica, con incitaciones para todos los sentidos. Y de este rico conjunto celebrativo no estaba incluida la comicidad, el regocijo del "disparatar adrede", la fuerza lúdica de la proximidad más "realista" en las piezas menores que acompañaban al auto (loa, entremés, mojiganga), danzas, gigantes, tarascas, etc. Dentro plenamente del espíritu barroco está la complementariedad, el contraste, la articulación de contrarios, el regocijo lúdico celebrativo, que testimonian la riqueza de una cultura y alejan de toda simplificación interpretativa.

Calderón de la Barca fue también el dramaturgo por excelencia de la gran fiesta barroca del teatro mitológico palaciego, que guarda relación con la fiesta cortesana, en que la calle se transformaba en espacio escénico con arcos triunfales, obeliscos, pirámides..., sobre la base de una cultura simbólica, que hundía sus raíces en saberes mitológicos, bíblicos, que si no eran entendidos por todos, sí constituían espectáculo para la mayoría. Es ahora el Calderón del teatro ostentoso y de aparato -de complejo estilo, rica escenografía y tantas veces colaboración de la música- que llena los odios de palacio con piezas como Fortunas de Andrómeda y Perseo; La fiera, el rayo y la piedra; El laurel de Apolo; El hijo del Sol, Faetón; Eco y Narciso; La estatua de Prometeo; La púrpura de la rosa, y muchos más.

No parece que a la altura del siglo XVIII pudiera haber competencia celebrativa religiosa entre el Dios católico y los dioses paganos de la gentilidad, aunque, por otras razones, algunos problemas hubiera con la Inquisición y aparezcan descalificaciones en escritos de moralistas y sermones. Pero esto no significa reducir lo mitológico a mero ornato y externidad, pues Calderón sigue planteando problemas de alcance, muchas veces de forma más velada que en otras obras suyas, con la complejidad de pensamiento entre los pliegues y repliegues de la dramatización de la mitología.

El sólo título de sus piezas mitológicas evoca correlatos pictóricos, que luego encontramos repetidamente en los textos, en apasionantes encuentros de imagen y texto, que nos llevan también a las costumbres decorativas del rey y sus nobles, aparte del imaginario visual popular en el que tenía gran peso la estampa devota. Pero, sobre todo, estos encuentros de artes y temas testimonian la complejidad barroca de la celebración en un dramaturgo de oficio como fue Calderón de la Barca.

José María DíAZ BORQUE