Image: Los inicios del teatro lírico español. Calderón y la música

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El Cultural

Los inicios del teatro lírico español. Calderón y la música

Cuarto Centenario de Calderón de la Barca

2 enero, 2000 01:00

La púrpura de la rosa, representada en el Teatro de la Zarzuela de Madrid

Calderón tuvo la fortuna de respirar un clima altamente favorable a la creación teatral y a su representación escénica al máximo nivel. Pudo ver sus obras en el lujoso ambiente del Palacio Real o en el Coliseo del Buen Retiro, donde dispuso de los escenógrafos y de la tecnología más avanzada, pudo llevar sus obras a los corrales de comedias, y sus autos sacramentales, género elevado por él a lo más alto, a las mejores plazas de la ciudad, al aire libre y ante el pueblo embelesado con el ir y venir de su asombrosa dialéctica. Estuvieron a su disposición los mejores "autores" (actores) de aquel tiempo, pero, sobre todo, usó de la música profusamente, sentando las bases de la zarzuela y de la ópera del barroco español.

Se conserva bastante música para las obras del gran escritor madrileño, correspondiente a medio centenar de sus comedias y zarzuelas, además de la destinada a los autos sacramentales y a la ópera Zelos aun del ayre matan. Producción que puede estudiarse en unas treinta fuentes conocidas, españolas y extranjeras.

La principal fuente es el llamado Manuscrito de la Novena, procedente de la antigua Congregación de Nuestra Señora de la Novena, del gremio de representantes. Contiene más de 125 piezas musicales sobre los textos de Calderón, correspondientes a veinte comedias y autos. Su composición, cuando es exclusivamente vocal, suele ser a solo, a dúo, a cuatro y cinco voces, combinándose a solo y a cuatro. A veces encontramos un paisaje solista con violín o violines, o una pieza a cuatro voces más violines. Conviene advertir que en los teatros del Príncipe y de la Cruz había siempre dos o tres músicos de compañía, un guitarrista o un arpista como mínimo. También hubo actores que cantaban e incluso tocaban el violón o la guitarra, además de actuar como tales.

Tras la muerte de Lope de Vega en 1635, Calderón comenzó a trabajar con el célebre ingeniero y escenógrafo florentino Cosme Lotti, que estaba en Madrid desde que Felipe IV ordenó contratarle para montar las representaciones de La selva sin amor (1629) de Lope de Vega. Durante el verano de 1635 se puso en escena en el Retiro El mayor encanto amor en su primera versión, con el conocido tono humano "solo el silencio testigo..." y un buen número de danzas. Entre junio, julio y agosto se representó ocho veces la historia de la seductora maga Circe (sobre la que Chapí basaría su importante ópera de ese título). Cosme Lotti aprovechó el estanque y la isla artificial del Retiro, que a partir de entonces se usó para naumaquias y conciertos cuyo desarrollo se prolongaba hasta altas horas de la noche. En muchas de sus obras Calderón se valió de la música y la danza. En Los tres mayores prodigios (1636) o en La reina de las flores (1643) se presentaron nutridos ballets de hasta cerca de cuarenta bailarines.

A la muerte de Lotti, en 1643, Felipe IV solicitó un nuevo escenógrafo al Gran Duque de Toscana, el cual envió al notable pintor y arquitecto, también florentino, Luis Baccio del Bianco, conocido en nuestro país por Viaggio. Frente a los cinco decorados de mar, selva, cielo, infierno y palacio ajardinado empleados por Lotti, en Los encantos de la Circe o El mayor encanto amor, Viaggio presentó siete decorados diferentes para celebrar el cumpleaños de la reina Mariana de Austria con La fiera, el rayo y la piedra, representada en el Coliseo del Buen Retiro durante el mes de mayo de 1652. Es ya, por la importancia de la música, una verdadera zarzuela con sus coros de las parcas o el canto de los cíclopes en la fragua. De ella se conservan en la Biblioteca Nacional diseños de una representación muy posterior, en l690, reproducidos en la moderna edición de Aurora Egido (Ed. Cátedra, Madrid, 1989). También se han conservado los muy espectaculares que Baccio trazó para Andrómeda y Perseo, reproducidos igualmente en la edición de Rafael Mestre realizada por el Museo Nacional del Teatro de Almagro, la cual, por cierto, incluye el facsímil de la partitura.

Andrómeda y Perseo se estrenó en el Coliseo del Buen Retiro el 18 de mayo de 1653 con un éxito clamoroso al que contribuyó la música, probablemente de Juan Hidalgo de Polanco, colaborador favorito de Calderón a partir de entonces. Precisamente en 1653 abandonaba Madrid, adonde había llegado siete años antes como nuncio de su Santidad, Giulio Rospigliosi, futuro papa Clemente IX. Rospigliosi, autor de excelentes libretos de óperas, tuvo que conocer mucho a Juan Hidalgo y a Calderón y disfrutar con la mezcla de tragedia y comedia que caracteriza su dramaturgia. Si él se llevó de España un importante bagaje de asuntos españoles (ver, por ejemplo, su comedia lírica Del mal il bene), contribuyó a la vez a la instauración del teatro musical a la manera florentina o mantuana (conde Bardi, palacio de los Gonzaga) en la corte madrileña.

Juan Hidalgo de Polanco (1614-1685) y Calderón de la Barca fueron los encargados de acomodar aquel invento florentino al gusto madrileño, adelantándose a los principales países de Europa. Calderón ya tenía experiencia en el teatro musical antes de iniciar su colaboración con Hidalgo, único en la facultad de la Música, según el duque del Infantado; el arpista madrileño fue además constructor de instrumentos y compositor de lindo gusto de tonos divinos y humanos, al decir del cronista y cantor de la capilla real Lázaro Diaz del Valle. Recordemos que Calderón ya había solicitado música para Los tres mayores prodigios (1636), Auristela y Lisadante (1637) y, sobre todo, para El jardín de Falerina (1648), representada en el Alcázar madrileño con música de José Peyró, para celebrar el matrimonio de Felipe IV con Mariana de Austria.

El 17 de enero de 1657 se representaba en el Palacio de la Zarzuela la égloga piscatoria El golfo de las sirenas con tal éxito que hubo de repetirse en el Buen Retiro el 12 de febrero. Esta obra en un acto o jornada, sobre tema mitológico, presenta ya el modelo de lo que va a ser el germen del género zarzuelístico español, con recitativos musicales, partes habladas o dialogadas y partes cantadas.

Esta fórmula quedará bien definida en la loa de la inmediata zarzuela de Calderón e Hidalgo, El laurel de Apolo (1657), en cuya loa Calderón reconoce la deuda a lo italiano: No es comedia, sino solo/ una fábula pequeña,/ en que a imitación de Italia/ se canta y representa.

Apartir de ese momento, libretista y compositor mantendrán encendida la antorcha del género lírico en castellano: La púrpura de la rosa (1659), donde se incluye un "cuatro" del gran José Marín ya presente años antes en Las armas de la hermosura; Zelos aun del ayre matan (1660), tragedia toda cantada, es decir, una ópera; El Faetone (1661), una maravilla calderoniana; El monstruo de los jardines, que coincide con el estreno en Francia del Ercole amante de Cavalli; Ni amor se libra de amor o Psiquis y Cupido (1662); Los tres afectos de amor; Apolo y Climene, etc., son un impresionante legado.

De los años 60 data otra importante colaboración entre Calderón e Hidalgo, La estatua de Prometeo, y de 1680 es su último trabajo juntos, Hado y divisa de Leonido y Marfisa, representada en Carnaval por dos famosas compañías y dirigida por el octogenario poeta.

Pero siempre se ha considerado Zelos aun del aire matan la mejor de las obras de Hidalgo y Calderón. Para el especialista Jack Sage, esta ópera, la primera que se ha conservado íntegra en español, tiene "uno de los más admirables libretos que haya, aun teniendo presentes los de Boito". En 1667 se pidió desde Viena la partitura, que fue enviada a aquella Corte.

Zelos... es una joya de directa expresividad en sus coros, ariosos y arias. Madrid lo podrá apreciar el año 2000 en el Teatro Real.