El Cultural

Honor y poder. Calderón, grandes temas

Cuarto Centenario de Calderón de la Barca

2 enero, 2000 01:00

La valoración moderna de Calderón es la historia de una irregularidad y de un conflicto en vías de superación pero todavía vivo. El falseamiento de la persona y la obra del poeta ha ocultado a menudo la verdadera dimensión de una obra dramática excepcional, clara hoy para los especialistas, pero no del todo evidente para un público más amplio. No han desaparecido aún ciertas actitudes mentales que insisten en los estereotipos de un Calderón dogmático, monolítico y antipático, defensor de todos los credos en el poder y de un honor, llamado por antonomasia calderoniano, arcaico y feroz, repulsivo para la mentalidad actual. Son rasgos que tomados absolutamente son falsos y que reflejan falazmente a un Calderón supuestamente caduco. Por el contrario, Calderón es uno de nuestros dramaturgos más actuales y de valor más universal. Es preciso leer o ver en el escenario adecuadamente a Calderón. Leer bien, por ejemplo, el tema del honor (en El médico de su honra, El pintor de su deshonra…), que ha escandalizado a numerosos lectores (y aquí los "progresistas" —valgan las comillas— vienen a coincidir con Menéndez Pelayo: todos, al fin, ilustrados, unos menos y otro más) anclados en una percepción literal, inútil a estas alturas del siglo. Pues lo que importa es la tragedia del individuo, de estos maridos (verdugos y víctimas) escindidos entre el amor y la obligación de la honra. Calderón escenifica la presión de una ideología —dramática— convertida en esquema rígido que obliga a los individuos y que se coloca por encima de ellos provocando la destrucción de los protagonistas, la mujer victimada y el marido ejecutor. Lo importante en el terreno artístico es el potencial expresivo del tema de la honra como metáfora dramática de la opresión ideológica y social, un tipo de condicionamientos que existe hoy con tanta fuerza como en el siglo XVII, sin que falte la soledad y la incomunicación como variante temática nuclear.

También constante universal es otro de los grandes temas calderonianos, el de la lucha generacional, en la que las figuras paternas muestran su incapacidad para afrontar el riesgo de la vida y los retos de múltiples violencias, situación perfectamente conocida en la panorámica finisecular nuestra. Reléanse La devoción de la cruz, Los cabellos de Absalón, Las tres justicias en una, La vida es sueño… No menos importante es el tema del poder y la ambición, básico en dramas como Los cabellos de Absalón, El Tuzaní de la Alpujarrra, La hija del aire, o la espléndida tragedia histórica, comparable a cualquiera de las obras maestras de Shakespeare, de La cisma de Ingalaterra.

En todas estas piezas, Calderón—lejos de la complacencia con las figuras del poder cuando este da lugar a abusos injustos—, explora los territorios de la intolerancia política y social, la rebelión y la libertad, el enfrentamiento étnico y religioso, el conflicto entre los instintos y la razón, etc. Otras dimensiones de la ética del poder, la justicia y el reclamo de la dignidad personal, se tratan en la gran comedia, bien conocida, de El alcalde de Zalamea. Y en La vida es sueño destacan de nuevo los temas del destino y la libertad, valga decir, la responsabilidad del hombre en la construcción de la historia. Las obras de Calderón son creaciones artísticas que integran densamente cuestiones fundamentales de moral, política o religión: acúdase al conjunto de los autos sacramentales, portentosa exposición de una cosmovisión religiosa, de una completa antropología preocupada por el gran tema de la salvación del hombre, de su esperanza y su destino trascendente, y territorio de admirable experimentación con las formas dramáticas, la poesía, las artes plásticas y la música.

Más livianos (no menos importantes: la diversión es necesaria para la vida humana, como sabían los clásicos y sabemos los modernos) son los tratamientos humorísticos de los temas en las comedias de enredo y entremeses: el ingenio, la habilidad para conseguir los objetivos deseados, el amor y los celos, las formas de la locura humana con máscaras amables en este género, el honor de nuevo (ahora desde un prisma cómico)… Lo que caracteriza, en suma, a los temas de Calderón, contrariamente a los estereotipos rancios que aún mantienen quienes ignoran su obra, es la variedad y la complejidad: hay, ciertamente, algunos aspectos de rigidez ideológica y religiosa (no exclusivos de Calderón ni de España ni del Siglo de Oro), pero hay sobre todo una síntesis cultural y artística de enorme relevancia expresada en temas de vigencia universal. Esperemos que el IV centenario de su nacimiento pueda impulsar en la conciencia general de nuestra cultura la valoración merecida de la imponderable, multifacética y hermosa obra de don Pedro Calderón, uno de los mayores autores del teatro universal, más denso que Lope y más complejo que Shakespeare.

Ignacio ARELLANO