Rafa Nadal, en la derrota contra Tsonga. / Reuters

Rafa Nadal, en la derrota contra Tsonga. / Reuters

Tenis Masters 1.000 de Shanghái

Rafa Nadal encuentra el camino

Cae en las semifinales del ante el francés Tsonga, pero cierra la gira asiática tras elevar su nivel de juego y recuperar la confianza.

18 octubre, 2015 00:54

Rafael Nadal creció en la derrota. El mallorquín cedió 4-6, 6-0 y 5-7 en las semifinales del Masters 1000 de Shanghái frente a Jo-Wilfried Tsonga y se quedó a un paso de jugar su segunda final consecutiva en pista rápida, algo que no logra desde 2013 (Canadá y Cincinnati). El campeón de 14 grandes, que había ganado ocho de los 11 encuentros previos contra el francés, dijo adiós tras competir mal en el arranque (los seis primeros juegos, lo que le costó un break definitivo), reaccionar a lo grande después para empatar el encuentro (amarrando el segundo set en blanco) y dejar escapar el triunfo en una tercera manga cerrada, peleada a cara de perro, que bien podría haber llevado su sello.

Pese a eso, el español se marchó a preparar el torneo de Basilea (arranca el 26 de octubre) con el objetivo más que cumplido. La gira asiática comenzó con Toni Nadal, tío y entrenador del campeón de 14 grandes, dejando por primera vez la puerta abierta a posibles cambios en el equipo si en 2016 los resultados no mejoraban y terminó con ese aviso embargado: Nadal ha encontrado el camino de vuelta sin necesidad de pedir ayuda fuera de su entorno, en el que se apoyado para evolucionar, recuperar el nivel de juego y rescatar su confianza, acercándose a su versión más reconocible en Shanghái.

“Lo más importante son las sensaciones”, resumió el mallorquín tras la derrota contra Tsonga, de sabor agridulce porque disputar la final habría sido el broche perfecto a unas de sus mejores semanas de la temporada. “Y las sensaciones son buenas, mucho mejores. Vine aquí tratando de hacer mi trabajo y han sido dos torneos muy positivos en los que he logrado hacer final y semifinales”, continuó el español, que estará en la Copa de Maestros de Londres el próximo mes de noviembre, donde se citan los ocho mejores tenistas del año.

“Estoy feliz por la forma en la que he jugado la mayoría de los partidos aquí y también en Pekín. He jugado de nuevo a un nivel alto, sin los altibajos que había tenido antes”, recordó el mallorquín, subido en el vagón de una montaña rusa desde el pasado mes de enero. “He sido capaz de ganar muchos partidos. Pero no sólo he conseguido ganarlos, lo he hecho jugando a un gran nivel. Hoy [por el sábado] he perdido, pero no estoy decepcionado porque he tenido la oportunidad de disfrutar cada partido y de jugar con la energía que quiero. Ha sido un buen calentamiento para el comienzo del próximo año. Estoy disfrutando en la pista. Ésta es la manera”.

La explicación de Nadal puso en perspectiva el botín que se lleva de Asia. El mallorquín se marchó de Shanghái tras evidenciar que su progresión no es humo. De entrada, y tras perder con Novak Djokovic la final de Pekín en otra semana fantástica, el español superó un partido hermético ante Ivo Karlovic (tie-break en la tercera manga), cuando en 2015 se le habían escapado varios encuentros cortados por ése mismo patrón. El gigantón croata, coronado días antes como el jugador que más saques directos, ha conseguido en la historia (superando a Goran Ivanisevic, que tenía en posesión el récord con 10.237 aces), se encontró a un rival inspiradísimo, como un pintor en el momento de rematar su obra maestra.

Nadal, muy competitivo

De repente, al español le acompañó todo lo que había echado en falta en los meses previos, apostando por su renovada propuesta. Fue un Nadal decidido y valiente que se metió dentro de la pista para restar los misiles de su contrario. Toda una declaración de intenciones porque lo normal habría sido recular cinco metros tras la línea de fondo. Fue un Nadal calmado, que gestionó los momentos calientes del duelo (y hubo muchos) con mano de cirujano, sin perder nunca la calma. Fue un Nadal que construyó con la derecha tiros profundos de forma regular, empapando su pelota en veneno y acertando en el centro de la diana una vez tras otra. Fue un Nadal que compitió casi sin pensar, fiado a los automatismos que había exhibido en los momentos más dulces de su carrera. Fue un Nadal en tres palabras: competitivo, regular y vivo.

“Ha sido una temporada difícil a la hora de controlar mis emociones en la pista”, reconoció el mallorquín, que antes de empezar el torneo definió como “una lesión mental” la situación que había vivido en 2015. “Hoy siento que ya no estoy jugando con esos nervios. Aquí he jugado mucho más dentro de la pista que durante todo el año”, explicó el español, tras encontrar finalmente el premio que buscaba con su idea de ser más agresivo sin desangrarse en errores no forzados, algo que le había sucedido en los primeros torneos donde intentó jugar así.

“Estoy rápido y me muevo con soltura. También me siento más rápido porque tengo que pensar menos y cuando uno juega sin pensar todo va más fluido”, añadió el balear tras cerrar el torneo, avalado por el perfil de los rivales que se cruzó en Shanghái (sacadores), que por su forma de competir obligan a jugarse la victoria en dos o tres puntos. “Jugando así, y trabajando de la misma forma, lo único que puede pasar es ser mejor y mejor”.

Tres torneos hasta final de año

Después de superar a Karlovic, el mallorquín consiguió vencer a dos jugadores del top-10 (Raonic y Wawrinka) de forma consecutiva. Para él, con un discreto balance de dos victorias y ocho derrotas frente a los 10 mejores esta temporada antes de llegar a Shanghái, fue una noticia que bien mereció un brindis. Tras tropezarse con la clase alta del circuito, Nadal fue capaz de fotografiar su mejora ganando a rivales con los que no había podido antes, ni tan siquiera en tierra batida (el suizo le derrotó en los cuartos de Roma, por ejemplo). Que lo hiciera sobre pista dura y en Shanghái (una superficie bastante rápida) le añade mérito. La derrota con Tsonga, sin embargo, abrió un interrogante bien claro: ¿fue un encuentro que no debió perder?

“He perdido este año una gran cantidad de partidos que debería haber ganado porque estaba en una posición ventajosa para hacerlo, pero hoy no era el caso”, respondió Nadal. “Perdí el primer set, gané el segundo y luego el encuentro podía ir para cualquiera de los dos lados. Pero no es el mismo caso que con Fognini en Río, Berrer en Doha, Wawrinka en Roma, Fognini en Barcelona, donde tuve cien oportunidades en el segundo set, o también con Fognini en el Abierto de los Estados Unidos”, dijo el español, enumerando algunos de los encuentros de 2015 que tenía completamente dominados y se le terminaron escapando incomprensiblemente. “Tendría que haber ganado esos partidos porque estaban bajo control. No quiero decir que ganándolos ahora sería el número dos del mundo porque estaría mintiendo, pero probablemente el año se vería un poco diferente”, se despidió Nadal, al que le quedan tres torneos (Basilea, París-Bercy y la Copa de Maestros de Londres para prepararse y llegar a 2016 en condiciones de competir por todo).

Como escribió Emilio Sánchez-Vicario en EL ESPAÑOL, el campeón de 14 grandes tiene ahora los mismos problemas que el resto de los humanos. Aunque está en el camino correcto para volver a ser excepcional (y en China ha dado pasos de gigante para lograrlo, aunque el mundo no se arregla en una semana), Nadal todavía persigue a Nadal. De momento, y salvo sorpresa, lo hace con Toni Nadal sentado en el banquillo, la persona que le formó como jugador y también como persona. El reto es doble: encontrarse a sí mismo sin mover una sola pieza a su alrededor.