Todo tiene un reverso negativo y, así, una de las más tétricas conclusiones de la victoria por 2-1 que ha dejado líder en solitario al Real Madrid en la llamada mejor Liga del mundo es que se trata de un triunfo que ha reforzado el argumentario del piperismo. Tanto duele negarlo como ciego sería no reconocerlo.

Mucho se ha escrito tratando de describir los rasgos definitorios del piperismo, término inventado por el finísimo Hugues. A grandes rasgos, el pipero es un aficionado madridista que preconiza la importancia del jugador nacional (y preferentemente canterano) sobre el nacido allende los mares, abuchea permanentemente a todo aquel futbolista a quien As o Marca le dice que tiene que abuchear -nos referimos, atención, a jugadores del propio Real Madrid-, refunfuña todo el partido, considera que Bale debe jugar siempre por la izquierda y abandona su localidad en el minuto 80 a más tardar, dado que ha aparcado en Padre Damián hacia arriba y luego tiene que dar una vuelta enorme para volver a enfilar Castellana, donde se organizan atascos a los que es mejor adelantarse abandonando siempre pronto su localidad.

Otra característica inconfundible del pipero es la de enmendar perpetuamente la plana al entrenador del Real Madrid, sea este quien sea. El entrenador no tiene nunca ni puta idea de lo que hace, a diferencia del pipero, que sabe perfectamente a qué jugadores habría que poner en el once y cuáles serían las eventuales sustituciones a lo largo del partido, es más, en qué minuto y a cambio de qué otros jugadores deberían llevarse a cabo.

El que suscribe (qué poco se usa ya esta fórmula, quizá para bien) opina que Zidane tiene muchísimo más que alguna puta idea de esto, y se reconoce desprovisto de los elementos de juicio necesarios para imponer al marsellés un once y/o los cambios que deberían recomponerlo a lo largo del choque. 

Pero he aquí que incluso el que suscribe pipeó ayer un poquito, reconozcámoslo sin ambages, reclamando a Zidane la entrada al campo de Lucas Vázquez y de Morata desde mucho antes de que estas entradas se produjesen.

Pipeé, sí, y lo que es más grave: todo indica que mi pipeo ocasional no andaba desencaminado en sus premisas, a la luz del resultado final y de cómo se produjo, como si yo lo supiera todo sobre el modo de entrenar de Morata y Lucas o sobre sus situaciones familiares o sentimentales.

Yo, que no me tengo por pipero, compartí ayer con el piperío dos de sus más conspicuas cualidades: la omnisciencia y la querencia por el producto nacional. Pero qué le voy a hacer si tanto Morata como Lucas son buenísimos, incluso aunque ambos les gusten muchísimo a As y Marca, biblia y corán respectivos en la religiosidad huérfana de sesgos del pipero.

Encima, las cosas se empezaron a arreglar para el Madrid (que facturó un primer tiempo limitado donde solo se sostuvo sobre la efervescencia de Marcelo, Isco y Kroos, con dominio del fútbol pero escasez de ocasiones) cuando Bale empezó a adentrarse por la izquierda.

Ya antes del descanso, accionó el cohete por ese costado con innegable peligro, y perfeccionó su complicidad con Marcelo por el lado zurdo a lo largo de todo el segundo tiempo. El 1-1 campeaba en el marcador (otra expresión que ha quedado obsoleta) como la amenaza de uno de esos balances de la relación con tu novia que tan bien conoces -una cosa es el concepto de balance como referencia a un punto de equilibrio y otra empatar hasta con el proverbial Tato- y en el Bernabéu ya olía a nuevas tablas, que por esos lares es como oler a chamusquina.

Las calvas no hieden como las pelambreras al arder, emitiendo a cambio un penetrante olor a incienso, pero nadie -y menos yo- quería empezar a pensar en la mera amenaza de nada semejante o en que se especulara con la amenaza. Zizou sentó a Isco para sacar a Lucas Vázquez, y como yo tenía el corazón pipero y lleno de alegría (es un decir) lamenté que el sustituido no fuese Kovacic.

Luego quitó a Benzema -que marcó el primero pero estuvo flojo- para que entrara Morata, y ahí lo vi bien. Habrá que contemplar sin apriorismos y espíritu científico la opción de que Morata tenga que jugar siempre, porque lo cierto es que remató estupendamente el servicio de (ejem) Bale desde la izquierda, remendando la parada de Iraoz a bocajarro.

Para entonces, claro, era el minuto 82, y los piperos bajaban raudos y veloces por los vomitorios del templo, a fin de llegar a tiempo a desaparcar. Se lo perdieron. Se perdieron el triunfo de sus argumentos. El ser demasiado taciturno te conduce a que, en ocasiones, el tener razón te luzca bien poco.

Por lo demás, el Madrid es líder pero Cristiano marca pocos goles y, por consiguiente, iniciamos nueva semana de apocalipsis, fin de la historia y carne resurrecta.