María Rosillo fue diagnosticada con un cáncer de mama con 31 años.

María Rosillo fue diagnosticada con un cáncer de mama con 31 años. Raúl Amores

Salud

Cuando el cáncer de mama te llega con menos de 40 años: "Cada nuevo día de mi vida es como un gran regalo"

Entre el 5% y el 7% de las mujeres con este tumor en todo el mundo tienen menos de 40 años. Tres de ellas comparten su experiencia con EL ESPAÑOL.

Más información: El científico español que logra erradicar la recaída del cáncer de mama más letal: "La idea es empezar con pacientes en 2026"

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Las claves

El cáncer de mama en mujeres jóvenes ha aumentado un 45% desde el año 2000, con diagnósticos cada vez más frecuentes antes de los 40 años.

Factores como el retraso en la maternidad y la reducción de la lactancia materna podrían estar influyendo en el aumento de casos de cáncer de mama en mujeres jóvenes.

A pesar del diagnóstico temprano, el tratamiento y la supervivencia han mejorado, con un enfoque en la importancia de la investigación y el apoyo comunitario.

Las historias de mujeres diagnosticadas con cáncer de mama antes de los 40 destacan la importancia del apoyo familiar y la necesidad de reconstruir la identidad tras la enfermedad.

Cada año se diagnostican en España más de 35.000 cánceres de mama, el más frecuente en mujeres. Cada uno de ellos, sin embargo, es una historia única, intransferible.

La experiencia es aún más personal cuando el diagnóstico llega antes de lo esperado. La mayoría de los tumores se detectan entre los 45 y 65 años, cuando se producen los cambios hormonales de la peri y postmenopausia.

Sin embargo, cada vez más mujeres son diagnosticadas antes de cumplir los 40. En el año 2000 se detectaban 6,7 casos por cada 100.000 mujeres de esas edades.

En 2016, según los datos de la Agencia Internacional para la Investigación en Cáncer, ya eran 9,7, un 45% más.

No hay un único factor para explicar este fenómeno. Se cree que el retraso en la edad de tener el primer hijo o la reducción de la lactancia materna pueden influir en el aumento de los diagnósticos.

Por otro lado, hay una mayor conciencia del cáncer de mama y, hoy en día, se diagnostica antes y mejor.

Además, algunas mujeres tienen una mayor predisposición a desarrollarlo por ser portadoras de variantes genéticas relacionadas con su aparición.

Afortunadamente, a medida que mejora el diagnóstico también lo ha hecho el tratamiento y la supervivencia es cada vez mayor.

En nuestro país hay medio millón de mujeres que conviven con esta enfermedad. Aunque no hay cifras concretas, se estima que, globalmente, entre el 5 y el 7% de las mujeres con este tumor tienen menos de 40 años.

Aplicado a España, hasta 35.000 mujeres de esta edad han vivido con el tumor. Este 19 de octubre, Día Mundial contra el Cáncer de Mama, EL ESPAÑOL habla con tres de ellas.

Cada una de sus historias es única. Pero también guardan mucho en común.

"No te olvides de vivir"

La vida de María Rosillo cambió en mayo de 2016, a los 31 años. Ya lo había hecho 20 meses atrás, cuando nació su hijo Alonso.

Se notó un "bultito" bajo el pezón pero la primera vez, tras una ecografía en la sanidad privada, le dijeron que era cosa de la lactancia.

Sin embargo, "pasaron los meses y no se iba, así que acudí al médico de cabecera: en mes y medio tenía todas las pruebas hechas, estaba operada e inicié el tratamiento".

El diagnóstico a una edad tan temprana fue un shock para ella y para los que la rodeaban. No tenía antecedentes familiares ni dio positivo a los genes que predisponen al cáncer de mama.

"Nunca estás preparada para que te den un diagnóstico así", confiesa. "Cuando me tocaba plantearme tener otro hijo, lo que me tocó fue un cáncer".

Las ginecólogas que le dieron la noticia "lo estaban pasando mal, porque yo era muy joven". Inmediatamente después, la psico-oncóloga la llevó a una habitación. Le había leído la mente.

"Con mucha calma y tranquilidad, me explicó: 'Yo sé que ahora solo piensas en tu hijo, pero vas a verle hacer la primera comunión, vas a verle casarse y tú vas a ir de madrina con la mantilla'. Eso se me quedó grabado".

María Rosillo muestra el tatuaje que se hizo para recordarse que hay que vivir cada día.

María Rosillo muestra el tatuaje que se hizo para recordarse que hay que vivir cada día. Raúl Amores

Comenzó el periplo. Una primera operación, "me reconstruyeron el pecho con parte de la tripa". Cuatro sesiones de quimioterapia, una cada tres semanas, a lo que siguió otra semanal "que me quitaron por toxicidad".

Ya se le había caído el pelo. "Me miraba en el espejo y... En la cabeza puedes ponerte una peluca o un pañuelo, pero con las pestañas y las cejas es distinto".

Alonso, su hijo, era muy pequeño todavía y lo vio como algo natural. Pero a los 18 meses tuvo una recidiva y volvió al quirófano.

"Para él, el cáncer es bastante familiar, por desgracia. Mi padre también ha pasado por uno, y un tío mío también. Me dio pena cuando me dijo: 'Cuando sea mayor, me casaré y tendré hijos si mi mujer no se pone mala'".

En esa segunda ocasión tocó de nuevo pasar por la quimioterapia —"seis sesiones, una cada tres semanas"— y también por la radioterapia. A día de hoy solo toma una pastilla y va a revisión tres veces al año.

Casi una década después del diagnóstico, echa la vista atrás y agradece todo el apoyo que tuvo de su entorno. "Familia, amigos, compañeros de trabajo... Todos me apoyaron un montón".

Rosillo trabaja en banca en Madrid capital y, en cuanto se vio con fuerzas, pidió el alta voluntaria. "Primero antes de los 12 meses; la segunda vez tardé algo más".

Agradece que en su oficina "me han tratado súper bien, me han permitido adaptarme sin presión. Me he reincorporado al 100%, algo que mucha gente no puede".

Ella es muy consciente de la importancia de investigar el cáncer, por eso, desde el primer momento buscó echar una mano recaudando fondos: primero, en su pueblo, Casas de Haro (Cuenca), y luego apoyando a la Fundación Cris Contra el Cáncer, dedicada a financiar proyectos de investigación.

"Si sigo aquí es gracias a la investigación. Por eso empecé a colaborar en temas benéficos, organizando pequeños eventos para recaudar fondos".

Buscó mujeres que habían pasado por su misma situación y formaron una asociación, Vive, ni una estrella más, y luego apoyaron otra, Dame 5 más.

Haber pasado un cáncer le hecho ver la vida de otra manera. "Cada día es como un regalo, no hay que olvidarse de vivir". Para ella es tan importante este mantra que se lo ha tatuado.

Ahora bien, ¿qué le diría a una mujer que esté pasando por lo que ella pasó? "Que no va a ser fácil pero de todo se sale. La vida es cada día y hay que vivirla, disfrutar de cada momento. Yo ya no me pierdo nada".

"La sombra siempre está ahí"

A los 25 años, Nerea Palomares se hizo un test genético. En su familia había antecedentes de cáncer y la prueba lo corroboró: BRCA2, un oncogén asociado a tumores de mama hereditarios.

"Mi madre tiene cinco hermanas. Ellas y mis primas nos hemos hecho el test. De mis tías, las tres que dieron positivo han acabado teniendo cáncer. Lo mío era cuestión de tiempo".

Para ella, el cáncer era "una sombra que siempre estaba ahí", con analíticas cada seis meses.

Pasaron los años, se casó y tuvo dos hijos, Álvaro y Clara, a quien tuvo con 38 años. Esta era muy pequeña, estaba todavía con la lactancia, por lo que las siguientes analíticas de Nerea se retrasaron un poco.

Cuando llegó el momento de hacérselas, llegó la pandemia. "Tenía cita en febrero o marzo, me la anularon y me pusieron para julio. Cuando fui, me detectaron dos tumores y afectación en los ganglios linfáticos".

Con la quimioterapia buscaron reducir el tumor todo lo posible antes de la operación, que llegó en enero del año siguiente. Esta vez le coincidió con otro fenómeno histórico: la tormenta Filomena.

"Yo estaba ingresada en el Puerta de Hierro, viendo nevar sin parar". En esa intervención le extirparon un pecho.

"Me ofrecieron hacer la reconstrucción en ese mismo momento pero si después me iban a radiar, les dije que podía estar un año sin un pecho, porque la radioterapia daña la piel".

Sin embargo, la primera vez que se vio sin un pecho sintió un mareo como no había vivido nunca. "Fui a ducharme, me quité las vendas, me vi y me tuve que sentar porque me caía".

Fue al año siguiente cuando le quitaron el otro pecho y le hicieron la reconstrucción. La quimioterapia continuó, con sus efectos: caída del pelo, dolor articular —"no me podía abrochar los botones"—, sabor metálico en la boca...

Lo que más tardó en superar, sin embargo, fue un efecto menos conocido de la medicación: problemas de memoria y pensamiento que se conocen como 'chemobrain' o 'quimiocerebro'.

Nerea es psicóloga y compaginaba la consulta con las clases en la universidad. Cuando regresó al aula vio que, si se le cruzaba un pensamiento en mitad de la clase, no era capaz de volver a lo que estaba diciendo.

"Les decía a mis alumnos que me tenían que ayudar recordándome de qué estaba hablando. No me centraba en lo que estaba contando, fue el efecto que más tiempo me duró".

Nerea Palomares.

Nerea Palomares. Jorge Barreno

En 2023 la enfermedad parecía controlada pero llegó otro golpe: un bulto sospechoso en el páncreas.

"Están relacionados con el cáncer de mama", explica. "Desde entonces, me lo han estado vigilando. Ahora, dos años después, sigue sin haber variado, puede ser que ya lo tuviera hace 20 años, pero hay que vigilarlo: mi abuela murió de cáncer de páncreas".

Aunque tuvo que dejar momentáneamente algunas de sus tareas, volcarse en parte de su trabajo le ayudó a salir adelante durante los meses más difíciles.

También lo hizo el apoyo familiar. "Álvaro, mi marido, decía que el cáncer era de los dos, y eso me ayudó muchísimo. Mis padres también me apoyaron una barbaridad".

Los niños eran muy pequeños para entenderlo pero cree que la experiencia les ha influido. "A Clara le cuesta mucho ahora separarse de mí. Como estaba desaparecida cuando iba a operarme y había veces que no la podía coger... Algún efecto ha habido".

Después de todo lo pasado, Nerea reconoce que volver al día a día ha sido lo más difícil. "En el momento, había que actuar, resolver cosas. A los dos años, de repente, me llevé el hostión. Algunas noches empiezo a darle vueltas, he tenido que trabajar el miedo a morirme".

A pesar de que el bulto en el páncreas no se ha movido, los días antes de las revisiones empiezan los nervios, "estoy como pollo sin cabeza". Después de ellas "es como si reiniciara la vida, y me digo que me voy a concentrar en lo importante".

Por eso, al preguntarle qué le diría a las mujeres que están pasando por lo que ella vivió, duda. "Decirles '¡venga, adelante!', no ayuda. Les diría: 'Qué putada'. Validaría el miedo que tienen es normal. Les diría: 'Qué putada más grande, qué mala suerte'".

"Reconstruir tu identidad"

En ocasiones, el cáncer llega tan pronto que ni siquiera los propios médicos se lo imaginan.

Es lo que le pasó a María Martín con tan solo 22 años. "Fui al médico porque tenía mucho dolor en el pecho derecho, un dolor punzante, que ni siquiera me dejaba dormir", explica a EL ESPAÑOL.

En primaria le mandaron una ecografía 'urgente': "Me citaron el 28 de noviembre y estábamos a 10 de abril".

No sería la última vez que un sistema rápido y bien engrasado para actuar rápidamente frente al cáncer se retrasaría por no sospechar siquiera que lo suyo era un tumor.

El pecho le dolía cada vez más, así que María acudió a urgencias ginecológicas. Le dijeron que lo más probable es que se tratara de un fibroadenoma, un tumor benigno, y le mandaron a hacerse una ecografía en diez días.

En esta prueba le dijeron lo mismo, que fibroadenoma, pero, para descartar otras posibilidades, le iban a hacer una biopsia. "Y pasaron otros diez días".

María Martín.

María Martín. Cedida

Mes y medio después, un 27 de mayo, llegó el diagnóstico. "Cuando tienes 40 años, tardan una semana. Conmigo, empecé con un tumor de un centímetro que, cuando me diagnosticaron, ya eran tres que en total medían 9 centímetros".

Durante 50 días había pensado que no iba a ser nada y, al llegar a la consulta acompañada de su madre, la enfermera le dijo que también entrara ella. "Ya me olía que no iba a ser bueno. Estuve en shock durante días, ni siquiera lloré porque era incapaz de procesarlo".

Sí lloró cuando le dijeron que el tratamiento podía afectar a su fertilidad. "Fue la única vez que me derrumbé, porque siempre he querido ser madre".

Finalmente, pudo extraer sus óvulos para conservarlos, en otro hospital distinto al que le estaba tratando, y es que no ha parado de saltar de un centro a otro —todos dentro de la Comunidad de Madrid— desde que se inició todo esto.

Tras la extracción, inició una quimioterapia para reducir el tamaño del tumor antes de operar. Ella también sufrió 'chemobrain': María estaba estudiando un máster de Psicología General Sanitaria y, por suerte, solo le quedaban las prácticas.

"El chemobrain te impide estudiar y no pude empezar el trabajo de fin de máster hasta un mes después de acabar la quimio, pero sí pude hacer las prácticas conectada online mientras estaba 'enchufada' a la quimio".

Lo que sí tuvo que dejar fue el trabajo de dependienta en una tienda de ropa que compatibilizaba con el máster "para sacarme un dinero mientras tanto".

La operación llegó en noviembre y Martín tenía claro que quería una reconstrucción mamaria inmediata. "Verme sin un pecho era un límite que no sé si mi cabeza podría soportarlo. De hecho, en mi hospital no había Cirugía Plástica y tuvimos que acudir a otro".

Solo ha pasado un año desde entonces, en que ha ido contando, a través de su cuenta de TikTok, todo su proceso. Pero, aunque ha pasado poco tiempo, la experiencia le ha cambiado por completo.

"Tu identidad, tu imagen corporal, tus valores, tus prioridades... No me puedo identificar con la imagen que tenía antes porque no he vuelto a ella. Cuando acabas esto, tienes que empezar una vida nueva y reconstruir tu identidad".

Esto lo ha trabajado mucho con su psicóloga, algo que agradece pues "no todo el mundo tiene esta oportunidad, en la sanidad pública me verían, como mucho, media hora cada tres semanas".

María reflexiona sobre padecer algo tan duro a tan temprana edad. "Nos creemos que, por ser jóvenes, tenemos más oportunidades, o más tiempo, pero no es así. Tienes más riesgo que una persona de 50 años, y hay que tenerlo muy presente".

Al preguntarle qué le diría a una mujer que esté pasando por lo mismo, le recomendaría paciencia. "Es un camino largo pero no eterno. Hay que cuidarse mucho, tanto física como mentalmente".

Y lanza un aforismo: "Hay que estar muy ocupada para preocuparse menos. Mantente ocupada, sal con tu gente, haz cosas... Y apóyate en mujeres que han pasado por lo mismo, no te vas a sentir sola".