Oscar Pastor, dueño de una clínica de estética.

Oscar Pastor, dueño de una clínica de estética.

Salud

El dueño de una clínica estética, sobre cuánto ganan estos médicos: "Puedes estar entre los 5.000 y 7.000 al mes"

El empresario explica que en el inicio del negocio, el acuerdo habitual con el doctor contratado es un reparto del 50% por acto clínico.

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Oscar Pastor, dueño de la Clínica Frišia, responde a la pregunta que más morbo genera en un sector donde conviven la bata blanca y el marketing: ¿cuánto gana un médico en una clínica de medicina estética?

Su respuesta, matizada por los números reales de su negocio, rompe con los tópicos: en una clínica con buena tracción y una agenda optimizada, el salario mensual del facultativo se mueve entre 5.000 y 7.000 euros; en una consulta que vive sobre todo de tratamientos estéticos no médicos, el ingreso puede caer a unos 2.000 euros o incluso menos.

El matiz es decisivo: no es lo mismo inyectar ácido hialurónico bajo un modelo quirúrgico de procesos que "vender" un facial; el valor añadido, el riesgo y la responsabilidad médica pesan, y el reparto económico se reconfigura con la madurez del proyecto.

Pastor describe un camino empresarial que muchos replican: al abrir, sin facturación histórica, el acuerdo habitual con el doctor es un reparto "50/50" por acto clínico, un arreglo que deja margen estrecho a la clínica cuando se suman producto, alquiler, personal y publicidad.

A medida que llega la recurrencia, ese porcentaje cede paso a un modelo mixto —pago por día trabajado más una comisión— que estabiliza el sueldo del médico y, al mismo tiempo, permite a la empresa capturar beneficio. La lógica no es sentimental: si no hay beneficio en clínica, el proyecto no es sostenible; y sin un médico motivado con un fijo por jornada, tampoco hay calidad ni continuidad asistencial.

Los números de la operativa ayudan a entender el mapa. El "mínimo vital" de una clínica como Frišia, dice Pastor durante una charla con Adrian G. Martin, arranca en 40.000 euros de facturación mensual para cubrir estructura, consumibles y campañas; alrededor de 70.000 euros al mes empieza a parecer una base sólida para crecer.

El 'ticket' medio rara vez baja de 300 euros y puede escalar hasta 2.700 en armonizaciones amplias. La paradoja sociológica que observa en caja es conocida por los gestores de este negocio: quienes más gastan no son necesariamente quienes más tienen; el cliente medio financia, prioriza resultados visibles y entiende la intervención como una inversión personal comparable a una suscripción de gimnasio… solo que con un "antes y después" inmediato.

Esa inmediatez reclama una organización milimétrica. Pastor defiende una estructura mínima de cuatro o cinco personas: recepción, asesor/a que acompaña al médico, el propio doctor y un músculo de marketing que combine redes y anuncios —Google Ads y Meta Ads— con un "closer" (un profesional de ventas) entrenado para convertir la intención en cita y la cita en tratamiento.

Esta figura, a menudo infravalorada, necesita casi el mismo nivel de formación técnica que el médico para responder dudas difíciles, contener miedos y, sobre todo, transmitir seguridad sin prometer imposibles. La consigna operativa es clara: si el paciente llega convencido y es acto médico indicado, se trata ese día; dejarlo "para otro momento" enfría la decisión y diluye la venta.

Lo complicado es encontrar médicos que confíen en la clínica

Abrir no es barato. Entre reforma y equipamiento, el presupuesto de una clínica "de nivel" ronda de entrada 70.000 a 100.000 euros, aunque el renting de aparatología y la mentorización reducen la curva de aprendizaje y sobrecostes. Lo realmente difícil, admite Pastor, es encontrar un médico que confíe en un proyecto aún sin recorrido. Por eso, cuando la máquina ya está en marcha, prefiere fichar facultativos de fuera de su ciudad: evitas crear competencia a medio plazo con la notoriedad que tú mismo generas en redes y anuncios.

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En la mesa de tratamientos, el ranking no sorprende: el número uno es el aumento de labios —las técnicas "rusas" y los bioplanos que "aplanan" el perfil— seguido por mentón y pómulos dentro de armonizaciones que estilizan el rostro, sobre todo femenino.

Pastor baja al detalle clave que separa un buen resultado de un desastre: la técnica pesa más que la marca del producto. Un neuromodulador mal indicado o un hialurónico mal depositado arruinan cualquier promesa comercial. Y sí, el "rinomodelado" no quirúrgico que eleva puntas y corrige perfiles en minutos explica buena parte del efecto "wow" que sostiene la demanda.

La seguridad, advierte, no es un eslogan, es protocolo. En medicina estética no "muere la gente" como tal —el riesgo vital aparece en cirugías—, pero sí existe la oclusión vascular si se inyecta donde no se debe; el signo de alarma es inmediato (blanqueamiento del tejido) y la respuesta también: hialuronidasa para disolver el gel y liberar el vaso.

Este tipo de incidentes subraya dos batallas diarias: elegir manos expertas y luchar contra el intrusismo. Pastor lo califica de "masivo": personas sin titulación, sin seguro y sin hialuronidasa, imposibles de rastrear cuando algo falla. El consejo al paciente es elemental y urgente: clínica certificada, permisos en regla y un médico con experiencia demostrable, que hoy se acredita más por número de casos bien resueltos que por años en la pared.

La conversación inevitable enfrenta bótox y ácido hialurónico. Pastor los coloca en su sitio sin mitos: los neuromoduladores relajan músculo en frente, entrecejo y patas de gallo para retrasar el paso de la arruga dinámica a la estática; el hialurónico, gel que proyecta, aporta volumen en pómulos, mentón o labios y ofrece resultados instantáneos. Son herramientas complementarias, no rivales. Lo arruina la sobredosificación o la adición a "verse más": ahí la clínica debe ejercer también de dique psicológico, saber decir "hasta aquí" y recordar que la medicina estética mejora rasgos, no fabrica caras nuevas a golpe de jeringa.

Cuando más roles ejerza un médico, más cobra

Para explicar por qué unos médicos llegan a 7.000 euros y otros no despegan, vuelve a la ingeniería de procesos. Si el doctor pasa consulta, valora, explica, financia y luego infiltra, la hora clínica se desperdicia; si el asesor prepara todo y el médico solo trata, la productividad se multiplica. En esa lógica, los tiempos clínicos pueden ser de minutos en manos expertas, y la agenda se organiza por "bloques" —días de cierre, días de tratamiento—, una cadencia que, sumada a financiación flexible, convierte impulsos en tickets altos sin fricción.

Eso sí, la competencia existe y aprieta. En 2023 —dato que Pastor maneja en su radar— se abrieron un 25% más de clínicas respecto a años previos, lo que no reduce la demanda, pero sí trocea la tarta. El antídoto, insiste, no es bajar precios de forma suicida, sino diferenciar servicio, documentar resultados y blindar la experiencia paciente: procesos claros, expectativas realistas, seguimiento tras el pinchazo y una cultura interna que forme a todo el equipo, de recepción a dirección, para hablar el mismo idioma clínico y comercial.