Un comprimido abierto.

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Salud

Cada vez más cerca de la pastilla de la longevidad: la dosis podría ser más pequeña de lo esperado

Un estudio ha descubierto que sólo hay que dar un inmunosupresor a ratones durante sus primeros meses para que sus vidas se alarguen.

1 septiembre, 2022 02:54

En los últimos siglos, la esperanza de vida en la mayoría del mundo se ha disparado gracias a muchos descubrimientos de la ciencia. De hecho, en España podemos presumir de tener una de las tasas más altas en este sentido. A pesar que la cifra de años que acumulamos es cada vez mayor, los científicos no se dan por vencidos y están seguros de que todavía se puede alargar más. Uno de los mecanismos más prometedores de los últimos tiempos para lograrlo puede ser tan simple como una pastilla.

Existe un compuesto llamado rapamicina que ya ha demostrado que es capaz de alargar la vida en algunos animales, como las moscas y los ratones. Los humanos también lo toman, pero no con esta intención: la rapamicina se suele utilizar para que las personas que han recibido un trasplante no lo rechacen, pero también puede ser un antibiótico. Sin embargo, los científicos se preguntan cómo se pueden aprovechar los beneficios de esta sustancia para nuestra propia esperanza de vida.

La rapamicina tiene un problema y es que al ser un inmunosupresor no podemos tomarlo durante toda la vida sin presentar efectos secundarios negativos. El precio de este elixir de la vida es caro porque si nos pasamos —lo que tampoco es muy difícil— puede causar los efectos que, precisamente, queremos evitar: enfermar. De todas formas, un estudio publicado recientemente en Nature Aging puede haber encontrado una manera de beneficiarnos de la rapamicina sin que resulte peligrosa.

Moscas y ratones

Los investigadores del estudio, que pertenecen al Instituto Max Planck para la Biología del Envejecimiento en Colonia (Alemania), piensan que se pueden obtener los beneficios de la rapamicina a través de una sola dosis corta durante la adultez temprana. En este caso, las desventajas de esta sustancia podrían ser menores o, incluso, evitarse. De momento, estas conclusiones han surgido de un estudio con animales en el que se observaron los efectos de esta sustancia en moscas y en ratones.

La especie de mosca que emplearon en el estudio tiene una esperanza de vida muy corta y, por eso, resultó sencillo observar si la rapamicina funcionaba. El estudio confirmó que la sustancia alargaba la vida de estas moscas, pero, además, obtuvo un resultado prometedor: no hacía falta dar rapamicina a las moscas durante toda su vida, las que la habían recibido sólo en los primeros días de vida presentaban el mismo beneficio. Eso sí, las que recibieron la rapamicina a edades tardías no conseguían vivir más.

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Después de las moscas, los investigadores probaron con ratones —mamíferos, como nosotros— y obtuvieron resultados similares. En este caso, observaron además cómo cambiaba con el tiempo un biomarcador llamado proteína de unión a lipopolisacáridos (LBP). En los ratones que no han tomado rapamicina, la LBP aumenta con el paso del tiempo y se relaciona con un intestino debilitado. En el caso de los ratones que sí tomaron la sustancia entre los primeros tres y seis meses de vida la LBP se mantuvo baja por más tiempo.

La sustancia milagro

Esto está considerado como un claro signo del poder antienvejecimiento de la rapamicina y, al igual que sucedía con las moscas, se observó tanto en los ratones que tomaron la sustancia durante toda la vida como en los que lo tomaron sólo entre los tres y seis meses de vida. Es decir, con una dosis durante la juventud era suficiente. Por esta razón, los científicos que han realizado el estudio piensan que los humanos también pueden llegar a vivir más tiempo si reciben esta medicina a edades tempranas y en un corto período. De todas formas, advierten de que realizar estos estudios en humanos es muy complicado.

Si las promesas de la rapamicina parecen maravillosas, las condiciones en las que se produjo su descubrimiento tienen un tinte muy exótico. La sustancia fue descubierta a principios de la década de 1960 en la remota Isla de Pascua después de que los investigadores que llegaron ahí se dieron cuenta de que los nativos andaban descalzos, presentaban heridas y, a pesar de ello, no enfermaban de tétanos. La clave del misterio se encontraba en una bacteria del suelo que evitaba el crecimiento de otros patógenos.

De ahí se obtuvo el compuesto, la rapamicina, que debe su nombre al nombre original de la isla, Rapa Nui. A partir de ahí, surgió la investigación de las sorprendentes propiedades de la molécula y sus aplicaciones en trasplantes o como antibiótico. Una de las personas más importantes en su investigación es el bioquímico Michael Hall que en 2020 recibió el Premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento en Biología y Biomedicina. Partiendo de la rapamicina realizó el descubrimiento junto a un compañero de la vía mTOR, el mecanismo que regula el crecimiento de las células.

EL ESPAÑOL tuvo la oportunidad de entrevistarlo en dicha ocasión y, al ser preguntado por una posible pastilla de la longevidad, respondió: "Lo óptimo sería vivir muy sanos, sin necesidad de ir al médico, hasta el día, pongamos a los 85, en el que caigamos muertos. ¿Por qué íbamos a necesitar más gente en este mundo?, ¿no hay suficientes problemas ya?, ¿y por qué necesitamos una vida más larga? Es más importante la calidad de vida". Una prueba de que no todas las preguntas se responden con la ciencia.