Aspecto de una terraza de un bar en el centro de Barcelona.

Aspecto de una terraza de un bar en el centro de Barcelona. EFE

Salud

"Salvar la Semana Santa": así ha conseguido España su mayor éxito en la gestión de la pandemia

Pese a que la incidencia sigue con una tendencia al alza, la llamada "cuarta ola" no termina de despegar gracias a las restricciones impuestas por las comunidades.

19 abril, 2021 01:12

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El 10 de marzo, vísperas del puente de San José en buena parte del país, el Consejo Interterritorial de Salud decidió no relajar medidas y reforzar las ya existentes de cara a dicho puente y con la vista puesta en la inminente Semana Santa. Reuniones privadas de cuatro personas como máximo en sitios cerrados; seis en lugares al aire libre, toque de queda, limitaciones de aforo en lugares públicos…

El mensaje estaba claro: esta vez no iba a haber excepciones. Esta vez íbamos a salvarnos a nosotros mismos. Pese a contar con el voto negativo de Madrid, que pretendía evitar un cierre perimetral llamado a perjudicarles por su alta densidad de población, la medida podría catalogarse en perspectiva como el mayor éxito de la gestión compartida de la pandemia en España.

Aquel 10 de marzo, la incidencia acumulada era de 133,83 casos por 100.000 habitantes y se habían registrado 858 nuevos ingresos en los hospitales españoles. La tercera ola agonizaba, después de haber llegado a máximos nacionales de 900 y con las UCI de todo el país al límite de ocupación.

Es fácil suponer que, en cualquier otro momento de la pandemia, la decisión habría sido la equivocada: como están bajando los casos y la tendencia es buena, como los hospitales se van vaciando y los muertos cada vez son menos… ¿por qué no darnos un homenaje en forma de movilidad sin restricciones y reuniones familiares? Mantenerse firmes en aquel momento nos libró no ya de una masacre como la derivada de la Navidad, pero sí de un susto importante.

Porque es obvio que el Consejo Interterritorial tenía en mente el gran error cometido tres meses y medio antes, cuando, en plena resaca de la segunda ola, decidió que las fiestas navideñas bien merecían una celebración.

La irresponsabilidad de permitir a la gente saltarse las medidas que el propio Consejo consideraba necesarias para controlar los contagios durante días señalados de diciembre y enero derivó en más de 20.000 muertos en los dos meses siguientes.

No se controló bien el Puente de la Constitución, no se controlaron las cenas de Nochebuena ni las de Nochevieja y se hizo la vista gorda ante las previsibles reuniones intergeneracionales del Día de Reyes cuando el proceso de vacunación apenas empezaba a dar sus primeros pasos.

@homosensatus

Si somos benevolentes, podemos decir que las primeras decisiones de febrero y marzo de 2020 partían del desconocimiento. Otra cosa es, desde luego, hasta qué grado de soberbia se defendió ese desconocimiento. Lo de diciembre no tenía explicación alguna: todos sabíamos ya cómo funcionaba el virus, todos intuíamos una tercera ola cíclica acercándose, todos sabíamos lo peligroso que es el invierno en cualquier epidemia por un virus respiratorio… y, aun así, desde las autoridades se nos mandó un mensaje que caló, todo por no decepcionarnos.

Es normal, por tanto, que esas mismas autoridades, desbordadas durante buena parte de los meses de enero y febrero, condenadas a medidas draconianas y desesperadas, decidieran no repetir esos mismos errores. Europa estaba por entonces en el apogeo de una cuarta ola que no sabíamos si iba a llegar a España o no.

Eran los días en los que el ritmo de vacunación no acababa de despegar y empezaban las dudas acerca de si los trombos que habían presentado algunos vacunados con AstraZeneca eran una cuestión de casualidad o causalidad.

Aunque es cierto, como ya hemos comentado varias veces, que el ritmo de la pandemia es distinto en la península ibérica y las islas británicas respecto al resto de Europa, el miedo estaba ahí… y pareció concretarse cuando el 15 de marzo, por primera vez en más de un mes, se produjo el primer aumento diario de la incidencia tanto a 7 como a 14 días.

El sintagma "cuarta ola" se instaló en los titulares de los medios de comunicación como una profecía inevitable. Aquel 15 de marzo, la incidencia a catorce días estaba en 128,97 casos por 100.000 habitantes. El lunes posterior a San José, festivo en siete comunidades autónomas, ya había subido a 129,6. ¿Habría "efecto puente" en las siguientes semanas? Por un momento pareció que sí: el lunes 29 de marzo, ya habíamos subido a 149,3… justo empezando la Semana Santa como tal, es decir, cuando los niños dejan de ir a los colegios y abandonan sus burbujas para mezclarse con otros niños y familiares.

¿Qué cabía esperar? Desde Francia nos avisaban de que las UCI de París estaban llenas y había que trasladar enfermos en helicóptero a otras partes del país. Italia empezaba a respirar tras unas semanas muy duras. Alemania abría y cerraba, cerraba y abría sin tener muy claro qué estaba haciendo mientras Polonia, Chequia o Hungría, el corazón de la Europa Central, rozaban incidencias que solo se habían visto durante su terrible segunda ola de octubre. Todo dependía de nuestro comportamiento durante esa semana clave. Y, si no fue ejemplar, desde luego lo pareció.

@ngbpadel2

Condenados a quedarnos en nuestras comunidades -en la mayoría de los casos, incluso en nuestras provincias-, el pequeño repunte que veíamos crecer desde mediados de marzo, no llegó a explotar nunca. Por supuesto, vimos terrazas llenas y experimentos sociales como el concierto de Love of Lesbian que tantas iras despertó, pero los resultados han sido satisfactorios.

Según el último PDF publicado por el Ministerio de Sanidad este viernes 16 de abril, prácticamente un mes después del inicio del rebrote, la incidencia se mantiene en 213,1. Es muy probable que suba aún más el lunes y el martes, cuando salgan de la contabilidad el Viernes Santo y el lunes de Pascua… pero también es probable que a partir de ahí vuelva a bajar.

Es complicado hablar de éxito cuando la incidencia nacional roza el umbral del riesgo extremo (250 casos por 100.000 habitantes) y lo supera ampliamente en cinco comunidades y ciudades autónomas (el martes serán siete cuando Andalucía y Aragón se unan muy probablemente, aunque sea de forma puntual y poco duradera).

Es complicado hablar de éxito cuando seguimos teniendo una media de mil nuevos hospitalizados cada día y unos noventa fallecidos. Alguien podría preguntarse: "Si eso es el éxito, cómo definiríamos el fracaso". Pues bien, está descrito en el segundo y el tercer párrafo de este artículo: el fracaso sin paliativos es el desastre de enero.

Sin el mensaje claro y anticipado del Consejo Interterritorial, un mérito que comparten gobierno y comunidades de todo signo político, sin esas medidas restrictivas durante la Semana Santa, quizá no habría habido tampoco una ola como tal, es decir, una explosión que pusiera en jaque a todo el sistema sanitario hasta desbordarlo… pero sin duda habría habido un crecimiento brusco y rápido, justo lo contrario que necesitamos ahora que por fin empezamos a administrar casi medio millón de dosis por día.

La precaución nos salvó de una Semana Santa vírica y salvó muchas muertes, esto es así. Uno no puede vivir siempre con miedo pero tampoco puede ir a pecho descubierto en medio de un fuego cruzado. Estamos mal, pero podríamos estar mucho peor. Esta vez, nos anticipamos. Y en la anticipación, encontramos la victoria, aunque sea una victoria aún amarga, triste, casi por defecto.