Un niño pequeño utiliza una tablet en un viaje en coche.

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Ciencia

Neurólogos japoneses advierten del riesgo de las pantallas en los niños: "Pueden afectar a la maduración del cerebro"

Un nuevo estudio afirma que cuánto más utilizan los menores estos dispositivos, más síntomas de inatención desarrollan.

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Las claves

Un estudio en Nature siguió a casi 12.000 niños durante dos años y halló que más tiempo frente a pantallas se asocia con síntomas de inatención e hiperactividad.

El uso excesivo de pantallas se relaciona con cambios en la estructura cerebral infantil, como menor volumen cortical y desarrollo más lento en regiones implicadas en el control de la atención.

El tipo de contenido y el momento de uso influyen: programas educativos tienen menos impacto negativo, mientras que el uso nocturno afecta al sueño y al rendimiento cognitivo.

Expertos recomiendan no prohibir pantallas, sino establecer hábitos saludables que incluyan proteger las horas de sueño y priorizar actividades físicas, sociales y contenidos participativos.

La escena es familiar: un niño de primaria salta entre vídeos, juegos y mensajes como quien cambia de canal con el pulgar. Para muchos padres, la duda no es si las pantallas "son malas" (nadie vive ya fuera de lo digital), sino qué coste tiene ese hábito en una etapa en la que el cerebro todavía está levantando andamios.

Un estudio de Nature ha vuelto a agitar el debate con algo poco habitual en estos temas: no se queda en encuestas de un solo día, sino que la investigación consiste en un seguimiento a los mismos niños durante dos años y cruza el tiempo de pantalla con síntomas tipo TDAH y con medidas de estructura cerebral obtenidas por resonancia.

El trabajo analiza datos del ABCD Study, un proyecto estadounidense enorme que recluta a menores en 21 centros y los evalúa de manera periódica. En este análisis se parte de un grupo de 11.878 niños que tenían 9–10 años al inicio, y se comparan medidas de "pantalla diaria" con escalas de conducta reportadas por los padres. La clave es esta: quien tenía más horas de pantalla al principio tendía a mostrar más síntomas de inatención/hiperactividad después, incluso ajustando por los síntomas que ya presentaba al inicio. Dicho en claro: no es solo una foto fija, también hay una señal temporal.

Señales en conducta y huellas en cerebro

El patrón es consistente: más pantalla se asocia con más síntomas, y la asociación se mantiene cuando el modelo intenta "descontar" lo que ya estaba presente en la línea de salida. En vez de quedarse en "se portan peor", el estudio busca si hay huellas en la arquitectura cerebral.

Encontraron que, en el punto de partida, un mayor tiempo de pantalla se relacionaba con menor volumen cortical total (la "corteza" es la capa externa implicada en lenguaje, planificación y control atencional) y con menor volumen del putamen derecho, una pieza del estriado que participa en aprendizaje por recompensa y formación de hábitos. Dos años después, el tiempo de pantalla se asoció con un desarrollo más lento del grosor cortical en regiones como el polo temporal derecho y zonas del giro frontal (superior y rostral medio) del hemisferio izquierdo.

Al analizar en qué se traducen estos cambios estructurales del cerebro, la parte más afectada es el putamen, que sería como el "motor automático" del cerebro. Cuando repetimos algo porque nos da una recompensa rápida (una notificación, un vídeo nuevo, un nivel superado), ese circuito aprende. Las plataformas modernas están diseñadas para que la recompensa llegue pronto y a menudo. El estudio no demuestra que eso cause TDAH, pero sí sugiere que algunas piezas relacionadas con hábito y control aparecen en la asociación entre pantallas y síntomas atencionales.

También encaja con un marco neurobiológico que ya existía antes de TikTok. Un artículo del equipo de Philip Shaw (NIMH) ya apuntaba a esa hipótesis al observar trayectorias de maduración diferentes en niños con TDAH, especialmente en áreas vinculadas al control ejecutivo. No significa que las pantallas "fabriquen" ese retraso, pero sí que el nuevo trabajo encaja con ese marco: si algo en el entorno empuja hacia recompensas inmediatas y fragmentación constante, puede chocar con un cerebro que aún está aprendiendo a sostener la atención.

Cuando ampliamos el foco, la literatura global suele contar una historia similar: hay relación. Una revisión con 87 estudios y más de 159.000 niños concluyó que más tiempo de pantalla se correlaciona de forma débil, pero significativa, con problemas externalizantes (por ejemplo, conductas disruptivas o inatención) e internalizantes (ansiedad/depresión), y que las diferencias de método explican parte del caos de resultados que vemos en titulares. Es una manera elegante de decirlo: el fenómeno existe, pero medirlo bien es dificilísimo.

Contenido, contexto y el mediador del sueño

Además, no todo el tiempo de pantalla se parece. Un estudio en JAMA Pediatrics con casi 16.000 niños de infantil encontró que, a igualdad de tiempo total, el tipo de contenido importaba: mayor proporción de programas educativos se asociaba con menor riesgo de problemas de salud mental, mientras que el contenido no dirigido a niños se relacionaba con mayor riesgo. La pantalla no es un "alimento único": cambia mucho si es un videojuego creativo con amigos, una videollamada con abuelos, un dibujo animado calmado o un scroll infinito.

Y luego está el gran mediador silencioso: el sueño. En un experimento, leer por la noche en un eReader con luz se asoció con tardar más en dormirse, menor melatonina, retraso del reloj circadiano y peor alerta a la mañana siguiente, comparado con leer en papel. Si el uso de pantallas se concentra antes de acostarse, el impacto puede llegar "disfrazado": no parece un problema de atención, pero al día siguiente el cerebro funciona con menos gasolina.

¿Entonces qué hacemos con todos estos datos? La Academia Americana de Pediatría es bastante clara en una cosa: no existe un número universal de horas "seguras" que valga para todos; recomienda mirar el contexto y construir hábitos familiares (zonas sin pantallas, tiempos sin pantallas, y reglas para que no se coma el sueño). Su 'Family Media Plan' insiste precisamente en eso: evitar que el uso interfiera con dormir, estudiar y relacionarse, y poner normas sencillas como "una pantalla a la vez".

El consejo más realista no es prohibir, sino diseñar el día: proteger la hora de dormir (idealmente sin pantallas en la última parte de la noche), favorecer actividades físicas y sociales que compitan de verdad con el móvil, y, cuando haya pantalla, priorizar contenidos y usos que impliquen participación (crear, aprender, hablar) más que consumo automático. Y si un niño muestra inatención, impulsividad o hiperactividad que le afecta de forma persistente en casa y en el cole, lo sensato es consultarlo con pediatría o psicología infantil: ni las pantallas explican todo, ni ignorarlas suele ayudar.