El lapso de tiempo perdido puede tener consecuencias para la tecnología. PxHere.

El lapso de tiempo perdido puede tener consecuencias para la tecnología. PxHere.

Ciencia

Confirmada una rara anomalía temporal en la Tierra: una gran tormenta desactivó los relojes atómicos y 'paró' el tiempo

Los vientos huracanados afectaron al sistema del que dependen los mercados financieros, el GPS y las telecomunicaciones.

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Las claves

Una tormenta en Boulder, Colorado, provocó un corte eléctrico que desactivó temporalmente los relojes atómicos del NIST, causando una pérdida de 4,8 microsegundos en la medición del tiempo.

El incidente expuso la vulnerabilidad de los sistemas tecnológicos globales, ya que la sincronización precisa del tiempo es esencial para sectores como telecomunicaciones, navegación GPS y mercados financieros.

El fallo se debió a la interrupción de la conexión entre varios relojes atómicos y los sistemas de medición y distribución del tiempo, ralentizando el proceso de promediado de la hora oficial.

El episodio sirve como advertencia sobre la dependencia y fragilidad de la infraestructura tecnológica moderna ante fallos técnicos y fenómenos naturales, incluso cuando las desviaciones temporales son casi imperceptibles.

En su Almanaque del Pobre Richard, Benjamin Franklin, político, inventor y uno de los padres de Estados Unidos, dejó escrita una sentencia tan simple como certera: “El tiempo perdido nunca se recupera”. Hoy asumimos esa pérdida a diario, esperando a que cargue una web, haciendo cola en el supermercado o atrapados en un atasco.

Pero hace unos días esa idea dejó de ser solo una metáfora. Sin que nadie lo percibiera, el planeta perdió 4,8 microsegundos reales. Este parón microscópico fue suficiente para inquietar a los sistemas que sostienen el mundo digital y que dependen de una sincronización absoluta para su funcionamiento cotidiano.

Es un intervalo tan ínfimo que resulta totalmente imposible de percibir para cualquier persona. Un simple parpadeo humano dura cientos de miles de microsegundos. La Tierra avanza varios kilómetros completos mientras usted termina de leer esta frase. Aun así, el suceso dejó al descubierto la fragilidad del entramado tecnológico que nos conecta.

El incidente se produjo entre el 17 y el 18 de diciembre en Boulder, Colorado, en la sede del Instituto Nacional de Estándares y Tecnología (NIST). Este organismo es fundamental en el proceso de medición del tiempo en Estados Unidos y un actor clave en la definición del estándar horario internacional.

El complejo alberga la élite de la metrología, con varios relojes atómicos de máxima precisión. Entre ellos se encuentran máseres de hidrógeno y relojes de cesio que no funcionan con agujas. Miden las transiciones energéticas de los átomos, lo que les permite una exactitud increíble, con un error de apenas un segundo cada millón de años.

La causa fue algo tan mundano como una fuerte tormenta de viento que provocó cortes eléctricos. Los relojes atómicos pudieron seguir funcionando con sus baterías de emergencia, pero un generador de respaldo esencial falló. El problema no fue el ritmo del tiempo, sino la capacidad de la infraestructura para medirlo y distribuirlo con normalidad.

Ese sistema es vital, pues combina la señal de entre diez y quince relojes para generar el Tiempo Universal Coordinado del NIST (UTC-NIST). Al perderse parte de esa conexión tan importante, el proceso de promediado se ralentizó, produciéndose una desviación técnica detectable de microsegundos.

“Lo que falló fue la conexión entre algunos de los relojes y los sistemas de medición y distribución del NIST”, explicó Jeff Sherman, físico investigador supervisor del organismo. Aunque el equipo consiguió corregir la incidencia poco después, el episodio no pasó desapercibido en la comunidad científica.

Esta interrupción provocó un desfase de 4,8 microsegundos. Aunque el impacto fue limitado, el simple hecho de que ocurriera encendió las luces de alarma. Generó una honda inquietud entre los gestores de infraestructuras críticas, conscientes de la dependencia absoluta de una sincronización perfecta.

El abismo de la precisión digital

Quizás alguien se pregunte por qué importa tanto un error aparentemente insignificante. La respuesta se basa en que la sociedad digital funciona con una precisión extrema. En ámbitos como las telecomunicaciones, la navegación o las finanzas, el tiempo no es una referencia aproximada, sino un recurso básico que debe mantenerse exacto.

Los sistemas de navegación y GPS calculan posiciones midiendo el tiempo que tarda una señal en llegar desde varios satélites. Si los relojes no están perfectamente sincronizados, la ubicación se altera. Un desfase de microsegundos puede traducirse en errores de metros o kilómetros, con efectos directos en aviación o logística.

En los mercados financieros, la dependencia es aún mayor. Las operaciones de alta frecuencia ejecutan compras y ventas en milisegundos. Una marca temporal imprecisa o un pequeño retraso entre servidores puede desencadenar conflictos legales, distorsiones en el mercado o bloqueos temporales de los sistemas de negociación.

Las redes de telecomunicaciones también dependen de esta exactitud. Centros de datos y tecnologías como el 5G sincronizan el tráfico de información mediante tiempo atómico. Una mínima descoordinación puede provocar pérdidas de datos, errores de transmisión o inestabilidad en redes de gran escala.

El episodio, originado por el fallo de un generador, recuerda que bajo la vida cotidiana existe una capa tecnológica invisible que exige una precisión absoluta. Mientras los relojes convencionales marcan segundos, muchos sistemas críticos dependen de fracciones infinitesimales perfectamente alineadas.

En Europa y en España, la precisión temporal es igualmente estratégica. Instituciones como el Real Observatorio de la Armada y el Centro Español de Metrología gestionan relojes atómicos propios y contribuyen directamente al Tiempo Universal Coordinado global. Cuentan con infraestructuras diseñadas para minimizar riesgos.

El tropiezo temporal del NIST, ya corregido, podría ser tomado como una advertencia global. La infraestructura que sostiene la economía digital, la navegación y las comunicaciones sigue siendo vulnerable a fallos técnicos y a la fuerza de la naturaleza. Esto nos recuerda que la frontera entre normalidad y caos puede medirse en microsegundos.