Opinión

La propiedad no es un robo, el robo es no tenerla

La Pepa. / Manuel Asur

La Pepa. / Manuel Asur

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Lo mismo sucede con la libertad: cuando no se tiene, alguien la ha robado. La soldadura entre propiedad y libertad es de carácter ontológico. Es curioso que los historiadores de la economía no hayan reparado más en la naturaleza de este nexo. Fue Richard Pipes, en su libro Propiedad y Libertad, quien más se ha aproximado, pero su sociologismo le impidió darse cuenta.

Hay que remontarse a la Grecia clásica para entenderlo. Al siglo VI a. C. y examinar los escritos de Plutarco y Aristóteles acerca del sabio Solón: abolió los créditos de los campesinos, derribó los mojones para devolverles la tierra y para no soliviantar a la nobleza, hizo de 100 dracmas, la mina, que valía 73, dando así lo mismo en número, aunque menos en valor. Aliviados quedaron los que pagaban y no sentían detrimento los que recibían. Abolió casi todas las leyes draconianas y, pese a instaurar un sistema timocrático, logró reunir a los sin voz en una asamblea.

Así, rápidamente expuesto, lo fundamental estriba en que aparece por primera vez en la historia una estructura -- propiedad, libertad y ley (la Polis) –, que antes no existía, y a partir de entonces sobrevivió hasta nuestros días. De aquí su carácter ontológico. Y tanto que, en esta estructura, funda Aristóteles su ética y moral. La ética hace referencia a los derechos inalienables de las personas, como son la propiedad y la libertad. Y la moral es la ciudad, el Estado. Curiosamente, F. Jiménez Losantos sostenía que Santiago Abascal no tenía derecho a la intimidad por ser un hombre público. Pues se equivoca. El líder de VOX, como cualquier otra persona, tiene derecho inalienable a la “intimidad”, a no pronunciarse si se vacunó o no. La moral pública, el Estado, no es nadie para entrometerse en la “intimidad” de Antígona.

Un hogar no es una madriguera. En la casa donde se mora (mos moris), se acentúan unos componentes frente a otros de tipo moral, costumbres, creencias, etc. Son valores. Y estos, a su vez, proceden de las condiciones del hábitat. Habitar es habilitar. Y habilitar, cuidar, conservar la vivienda, su mantenimiento. Un mantenimiento que va inextricablemente unido a la tierra, a la propiedad. La libertad para cultivarla supone la ley para protegerla, supone el Estado, que, con frecuencia, cae en la tentación de abolirla.

Mientras la palabra comunismo se ha agotado históricamente, tanto que se la pretende mantener a la fuerza, “manu militari”, sin embargo, la palabra “liberal” pudo conservar su frescura. El dualismo maniqueo izquierda-derecha, pese a su despliegue publicitario y globalista, no ha logrado desprestigiarla. Además, ahora aparece reforzada por el concepto liberal-libertario. El ideal libertario siempre predicó la autogestión y siempre se le consideró una utopía. Pero las nuevas tecnologías lo desmienten, por ejemplo, el blockchain. Bakunin venció a Marx.

Me gusta coleccionar liberalismos. Por ahora tengo cuatro. El de los Estados Unidos, liberalismo institucional. El inglés, liberalismo económico. El francés, liberalismo formal (Montesquieu y Benjamin Constant). Y el español, liberalismo comunal. El español fue el primero en pedir cuentas a un Rey y, pese a ser derrotado en Villalar, revivió en 1812 hasta conseguir implantar la soberanía del pueblo, del cual dependen los demás poderes del Estado. Sobrevivió a las dictaduras y hoy día se enfrenta a las dictaduras comunistas. “Comunismo o libertad”, gritó por primera vez en un acto institucional la presidenta de Madrid, Isabel Ayuso.

Dada la circunstancia, el poeta invita al mareado lector a despejar un poco la cabeza paseando con él por un jardín liberal.

UN JARDÍN LIBERAL

A solas por un jardín,
olvideme en sus verdores,
atrás dejé sinsabores
de oficina y de bombín.
Era otoño y pude huir
de mi jaula de hojas blancas
para buscar las estancias
libres de cualquier postín.
Fui a jardines otoñales
con egoísmo de abril,
a los árboles subí
y hallé miel de otros panales;
son profundos, liberales
de la raíz a la copa,
cuando el Leviatán los poda
deja perennes sus males.
¡Ay, quién pudiera sentir
en la floresta nocturna
el perfume de la luna
sin que medie otra nariz!
Y regresar al jardín
transformado en sus verdores,
libre de los sinsabores
para poder elegir.