George Orwell durante un programa de radio de la BBC en 1941. Foto: Flickr

George Orwell durante un programa de radio de la BBC en 1941. Foto: Flickr

¿Cómo explicamos esto?

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Y después de esta pregunta ponemos lo que sea. Es el único paso transparente. Luego todo se va emborronando. Aunque usemos el mejor lenguaje, las descripciones más precisas, el menor número de palabras, o incluso el lenguaje científico, nada es tan claro como la pregunta del título. Es imposible una respuesta a la altura. Y lo intentamos continuamente. Son las ciencias un intento de explicación evidente y también son las artes, la física, las matemáticas, el impresionismo y por supuesto el periodismo.

Y el periodismo, en su intento de explicar, hace horas extras las últimas semanas. La pregunta se repite frecuentemente. ¿Cómo explicamos esto?. Te lo explican en el bar, y tu amigo con el que te vas de senderismo. Te lo explica el de la caldera en los tres minutos que tarda en rellenarse de agua el aparato y es incómodo estar en silencio. Te lo explica indignado alguien en el trabajo. Te lo explican durante y también después de cuando ocurre la cosa. La verdad es que sí que te lo explican.

Y ahora la pregunta es una admiración ¡Cómo explicamos esto! Una perspectiva diferente cada vez. Un lío.

Relato, punto de vista, perspectiva, metalenguaje, George Orwell, Goebbles. Todo parece unido. Desde la primera pregunta a los nazis. Desde Atapuerca al comunismo. Qué aburrimiento, también, al que llegamos desde la sencillez del planteamiento. Cómo puede ser. Si parece que no se explica sino lo contrario. Pero hay que explicarlo.

Ahora están las explicaciones nerviosas, indignadas, acusatorias. Ocurren muchas cosas y hay que explicarlas, aclararlas, contarlas, analizar desde dónde se cuentan, cómo se cuentan y por qué se cuentan. Si se considera todo agobia, y no parece fácil  sacar la cabeza y poder respirar el aire transparente de la verdad. No se aprecia verdad entre tanta tormenta o quizá sólo se aprecia la verdad que uno desea. Seguimos en el lío.

Esto ha ocurrido más veces. Veamos soluciones anteriores.

Hay un caso que se estudia en la Facultada de Periodismo de la Universidad de Copenhague que nos viene perfecto a lo que hablamos. Su nombre es Knut Lüge, periodista medio alemán medio escandinavo, parece que más tirando a danés. Con orgullo lo nombran como uno de sus mejores. Aquí se le conoce poco o nada. Ni como periodista ni como escritor. Pero hay que conocer a Knut Lüge.

Ganó premios en Francia , Hungría e Italia. Knut Lüge no hablaba ni francés, ni húngaro ni italiano. No lo hablaba más allá de lo que lo habla un estudiante de idiomas en su primer año. Knut Lüge lo vio pronto. Después de leer buena parte de lo publicado en su lengua materna decidió ser escritor. Y al parecer sabía mucho y escribía bien. Sabía tanto que escribía mal. A ver si me aclaro. Escribía bien y escribía mal. Pues no me aclaro.

Usaba cientos de palabras y las ponía donde más prietas quedaban. Y a grandes lectores de su época, de hace más de cien años, les gustó. Knut Lüge encontraba la palabra idónea, la que se ajustaba en la frase. Y se lo decían, qué bien escribes, Knut. Pero Knut no dormía bien. No descansaba. Knut no pensaba que escribiese bien. 

Pese a que podía, entre miles, encontrar La Palabra; no se consideraba escritor. Pese a que tenía las ideas, no podía, pese a las miles de palabras a su disposición, rellenar el hueco que tenía en el ombligo. Knut Lüge, se dijo a sí mismo, sabes demasiadas palabras, conoces la palabra para angustia, y para angustioso, y para angustia nerviosa y para angustia tranquila y para angustia suicida. Sabes demasiado Knut Lüge, no sabes nada, por tanto.

Suponemos que acabó en Hungría porque era el lugar más cercano del que desconocía todo. Como un niño comenzó a hablar, a escribir y a leer. Un año tardó en dormir bien. Un año tardó en publicar un artículo. Un año tardó en llegar la epifanía. Del Húngaro, Knut conocía los cincuenta o cien verbos más usados, muchos sustantivos y unos pocos adjetivos y adverbios. Suficiente para publicar y tan suficiente para gustar y gustarse. Knut desveló la sencillez como parte fundamental de su oficio arte. Cómo podía expresar más con esos pocos versos y sustantivos que con todo el universo de palabras de su lenguaje materno. Le parecía el misterio máximo de la existencia. La sencillez de un lenguaje, como el de un niño de pocos años, satisfacía. Era inmensa la ventana abierta por esas pocas palabras. Ya no conocía las veinte angustias, la nerviosa, la tranquila, la suicida, ahora escribía tengo hambre y quizá no coma y el lector era quien se angustiaba.

Qué importante el hallazgo de Knut.  No se detuvo. Cuando tenía el vocabulario de un adolescente le pareció que se volvía menos escritor, así que viajó a Italia, también desconocida para él y allí publicó más y más exitosamente y luego a Francia donde lo mismo.

Aplicó el mismo principio y a la pregunta ¿Cómo explico esto? Contestó, como lo haría un niño.