Varios aspirantes a unas oposiciones durante el examen.

Varios aspirantes a unas oposiciones durante el examen.

Mal de Escuela

Paz Martín
Publicada

Este año se vuelven a convocar oposiciones al cuerpo de maestros en Andalucía. Son muchas las plazas ofertadas en turno libre, en que los aspirantes parten de una misma línea de salida, sin condiciones previas que permitan saltarse la cola ante la mirada recelosa del resto de concursantes.

Cerradas las puertas extra interinos, sólo los mejores serán los maestros (y cómo no, maestras, son mayoría) del futuro próximo. Muchos de ellos jóvenes aprendices de una ciencia empírica carente de los medios y la voluntad política inexcusables, se estrenarán el inmediato septiembre en la manipulación de una materia prima hipersensible cada curso más diversa; cada uno, cada una, de su padre y de su madre, sin escudos ni arneses ante el riesgo de una administración ignorante de lo que sucede en la arena de las aulas.

Porque lo que ocurre en unos pocos metros cuadrados (cada vez más escasos) es un vago reflejo de la sociedad a que se enfrentan maestros y discípulos, cuando a toque de sirena abandonan el segmento del día en que conviven, la escuela se presenta como un espacio seguro, libre de humo, a modo de la realidad virtual de los videojuegos.

Es por esto que los maestros no trabajan la realidad de los adultos. Y los educandos habitan una suerte de natural esquizofrenia 

Grosso modo, de una escuela segregadora en que el buen criterio y autoridad del maestro eran ejemplares e incontestables se ha pasado a un plantel en que todo es cuestionado y cuestionable. Allanado el piso (en algunos institutos existía un elocuente escalón que establecía la jerarquía) el desnivel desaparece confundiendo a los aprendices. No en todos los foros funciona la democracia.

Para más inri, la realidad paralela que espera a los principiantes adolece de un exceso de compasión hacia niños y adolescentes mimados intolerantes a la frustración.

Con estas premisas, la decepción está garantizada.

Por ende, el Mal de Escuela (parafraseando al zoquete que fue Daniel Pennac), hoy, se fundamenta en la indefensión que sufren los docentes ante una administración que impone modelos de evaluación imposibles mientras que presume la inocencia del menor (o mayor, depende del nivel) reclamante en cualquier caso. La falta de libertad de cátedra que experimenta el docente potencia el temor a las quejas y la desconfianza en la educación como sistema.

Desde la experiencia, en defensa de una escuela libre de postulados convenientemente correctos, en que la autoridad del maestro se entienda como exigencia natural de la sociedad ante el caos, inspirada en los eximios principios de una vieja escuela, reivindico la disciplina como orden, el esfuerzo como criterio, la memoria como ejercicio y el cuaderno como soporte.

Con las condiciones que ofrece el presupuesto bien gestionado y el conocimiento pedagógico (bien aplicado) la escuela en que pienso sería posible con una menor ratio consecuentemente con un incremento de maestros escrupulosamente seleccionados, los cuales , como dice Daniel Pennac en su ensayo, cargados de cuadernos dediquen la tarde a la enmienda de sus pupilos, y cansados se acuesten temprano para, al día siguiente, estar despejados.