Sala principal de prensa en el Palacio de la Moncloa.
Informar y deformar
Escribo esto con el barrunto de que nunca lo veré publicado, pero a veces es necesario decir lo que se piensa, aunque sea a contracorriente.
Siempre me ha intrigado, por no decir molestado, esa doble función que se arrogan muchos profesionales del periodismo de informar y formar. No niego que en otros tiempos en los que la cultura del ciudadano medio era más bien escasa, los medios de comunicación ejercieron el segundo papel con una cierta eficacia, pero los tiempos han cambiado y parece que hay quien no se ha percatado de ello.
Al atribuirse la función formativa, el periodista se pone en un plano de superioridad que muchas veces no le corresponde. Al fin y al cabo, y pese a la especialización de algunos articulistas, en infinidad de ocasiones estos se enfrentan a situaciones y temas en los que son tan profanos como el incauto lector al que se dirigen. Y el caso es que se llegan a creer auténticos especialistas.
No hay más que ver lo rápidamente que algunos tertulianos (periodistas y pseudoperiodistas) se convierten en expertos a los cuatro días de haberse producido algún acontecimiento relevante del que hasta el momento de su desencadenamiento no sabían absolutamente nada. En dos jornadas pasan a manejar el vocabulario especializado como si se hubieran doctorado en la materia. Vienen algunos a ser lo de aquel famoso Maestro Ciruela, que no sabía leer y puso escuela, o lo que decía un guardés de cierta finca, que cuando sus hijos le empezaban a hablar de todo y de nada, les salía con aquello de: "Querís saber de to' y no entendís de na'".
Eso va por lo que a la ignorancia y la petulancia se refiere, pero aún queda otro extremo, que si no es más preocupante, lo es tanto como el anterior.
Me refiero, claro está, al afán manipulador, impulsado por la malicia y el interés.
La manipulación, como le leí una vez a Henning Mankell, en los periodistas sin una deontología profesional produce dos tipos de “profesionales”: los desenterradores, especializados en sacar a la luz toda la porquería que pueden de los rivales u oponentes del patrón, y los enterradores, encargados de tapar las tropelías y miserias de éste.
Entre los políticos se ha dado en llamarlos fontaneros, algo más delicado que los famosos reptiles de los que hablaba Bismarck.
Creo sinceramente que la labor de los medios de comunicación es informar. Punto. Para formar ya están los padres, maestros, profesores y especialistas. El resto es deformar, ya sea por ignorancia o por interés.
Y siempre es menos peligroso el interesado que el ignorante porque el primero sólo hace el daño justo para salirse con la suya, mientras que el segundo hace daño por el gusto de hacerlo o porque es así de estúpido, como le leí en una ocasión a Carlo M. Cipolla en su ensayo Allegro ma non troppo.