Pedro Sánchez y Santos Cerdán.

Pedro Sánchez y Santos Cerdán.

El ocaso de una nación

Iñaki Huete
Publicada

Nada hacía presagiar, hace casi cinco décadas, que nuestra nación sufriría de nuevo un retroceso tan profundo. Por aquel entonces se celebraba la vuelta de la "libertad", y todos los españoles respiraban el aire fresco de la democracia. Hoy, al mirar atrás, cuesta no sentir que todo aquello fue un espejismo, un canto de sirena orquestado por las élites políticas para no perder el poder que tanto esfuerzo les había costado conquistar.

No vieron a España con los ojos de un gestor honesto o de un patriota comprometido, sino como la loba que amamantó a Rómulo y Remo: una bestia que lleva décadas alimentando a hipócritas y ladrones, amoldando el Estado a sus intereses y redactando leyes no para el ciudadano, sino para blindarse entre ellos.

Durante casi medio siglo han saqueado el país sin pudor y con una impunidad que insulta a cualquiera que madruga para sacar a su familia adelante. Las elecciones se han convertido en una lucha por el trono, no para gobernar para el pueblo, sino para enriquecer a amigos, socios, familiares, asesores y "compañeros de lucha". Viajes personales en aviones oficiales, fiestas privadas, contratos amañados, redes clientelares, tramas opacas y favores cruzados han sido el pan de cada legislatura.

Y todo esto, señoras y señores, ha sido posible gracias a nuestra pasividad.

Porque España ha perdido lo que un día la hizo grande: el arrojo, la valentía, la honestidad con los suyos y, lo más importante, su identidad. Aquí ya no se discute sobre quién tiene mejores ideas o programas. Se vota con resignación, preguntándonos cuál de ellos roba menos. En eso, por desgracia, sí que somos expertos: en señalar la paja en el ojo ajeno, mientras ignoramos la viga en el nuestro.

Muchos aún quieren creer que el problema es de la derecha o de la izquierda. Pero la corrupción en España no entiende de ideologías. Solo tiene una bandera: el interés propio. La historia reciente es un reflejo cruel de cómo todos los gobiernos, de cualquier color, han manchado las instituciones:

- UCD (Adolfo Suárez): los primeros escándalos financieros de la democracia, como Rumasa, anticiparon un modelo de privatización y amiguismo que marcaría décadas.

- PSOE (Felipe González): los GAL, con fondos reservados para terrorismo de Estado, los casos Filesa, Roldán, Ibercorp, la famosa "beautiful people"… todo un catálogo de traición al socialismo decente.

- PP (Aznar): Gescartera, caso Fabra, Naseiro. Se sembró la semilla de la Gürtel, que estallaría más tarde, pero cuyo germen estaba ahí, con la red de favores en Valencia y Madrid.

- PSOE (Zapatero): la Andalucía de los ERE empezaba a desmoronarse con Mercasevilla e Invercaria, mientras se miraba hacia otro lado.

- PP (Rajoy): Gürtel, Bárcenas, Púnica, Lezo, Bankia. El colapso absoluto. El dinero público convertido en caja personal y electoral. La sede del PP pagada con dinero negro…

- Gobierno actual (Sánchez): el caso Delcy, el Tito Berni, los contratos de mascarillas, los indultos y pactos a cambio de sillones, y para colmo el caso Koldo, Ábalos y Cerdán, que por muy chiste que parezca, es el culmen de la decadencia de un país herido… pero quiero creer que no de muerte.

- Gobiernos autonómicos: Pujol y su clan, el 3 %, el saqueo del Palau, el caso de los ERE en Andalucía…

Todos han tenido su ración de escándalos. Y todos, sin excepción, han contado con una ciudadanía que se indigna durante un par de semanas… y luego sigue viendo vídeos que no hacen más que mermar nuestra capacidad de razonar y nuestro sentido crítico.

Pero lo más sangrante no es que roben. Es que nos mientan en la cara, cada día. Con relatos diseñados por asesores que no asesoran, sino que fabrican humo para tapar la realidad. Repiten frases huecas, discursos sin alma, promesas sin intención de cumplirse. Se contradicen, se insultan, se gritan… y al final, se reparten los mismos favores que ayer criticaban.

¿Y nosotros? Aplaudimos al que nos promete algo a cambio de un voto, aceptando unas migajas que, a la larga, son una condena para el país.

No se trata de ser de derechas o de izquierdas. Se trata de ser decente. Y aquí, la decencia ha sido sustituida por la rentabilidad política. El que calla, asciende. El que denuncia, estorba. El que trabaja, no sale en la foto.

Pero no todo está perdido. Aún nos queda la voz, la memoria y, sobre todo, la responsabilidad de exigir que no se gobierne pensando en cuatro años, sino en cuarenta. Que, si una ley es buena, no se derogue solo porque no fue idea propia. Que el sentido de Estado vuelva a significar algo más que una palabra vacía en los discursos del Congreso.

Nos queda entender que la corrupción no es una excepción: es el sistema. Y que, si queremos cambiarlo, no basta con votar. Hay que vigilar, denunciar, exigir… y dejar de justificar lo injustificable.

Porque si no somos parte del cambio, seguiremos siendo cómplices del saqueo.