Imagen del funeral de Estado de este sábado en Teherán.

Imagen del funeral de Estado de este sábado en Teherán. Reuters Reuters

Hospitales bajo fuego: simetrías morales entre Irán e Israel

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Un hospital bombardeado en Israel supone un momento de inflexión simbólica y estratégica en el actual ciclo de confrontación. Más allá de la pérdida de vidas humanas y la transgresión del derecho internacional humanitario, el hecho adquiere una dimensión analítica más compleja si los comparamos con intervenciones israelíes en Gaza, el sur del Líbano o Siria.

La simetría en las violaciones del principio de distinción, piedra angular del derecho humanitario, que establece la separación clara entre combatientes y civiles, muestra un doble rasero según quién los perpetre.

Las instalaciones médicas son inviolables, tanto el derecho internacional humanitario y los Convenios de Ginebra, salvo en casos excepcionales. Sin embargo, tanto Israel como ahora Irán lo justifican con "uso dual" de hospitales, "escudos humanos" o "infraestructura civil convertida en objetivo militar legítimo".

El problema no está solo en la comisión de estas acciones, sino en cómo estas son recibidas por el sistema internacional. Mientras el bombardeo iraní ha generado condenas inmediatas y homogéneas en medios y cancillerías occidentales, bombardeos similares por parte de Israel en Rafah o en instalaciones de la UNRWA en Gaza han sido objeto de una reacción diplomática mucho más suave o del silencio.

Este doble rasero erosiona no solo la legitimidad de las normas internacionales, también la arquitectura normativa que sustenta el orden global.

Desde una perspectiva teórica, el ataque iraní puede ser leído como una inversión simbólica de las prácticas israelíes que, durante años, se han desarrollado bajo el principio de "superioridad tecnológica y legitimidad preventiva". En el ámbito militar, los actores no estatales han aprendido a replicar, adaptar o reinterpretar estas prácticas. En comunicación se aprecia un doble rasero: lo que en un caso se describe como defensa preventiva o "daño colateral", en otro se cataloga sin matices como terrorismo o crimen de guerra.

Este comportamiento se cataloga en lo que autores como Mahmood Mamdani, Edward Said o Richard Falk denominan "jerarquización del sufrimiento" en el discurso internacional: una narrativa que construye víctimas legítimas e ilegítimas, dependiendo de su ubicación geopolítica, su filiación ideológica o su utilidad estratégica.

El caso israelí también puede ser analizado desde la lente de la teoría de la víctima-verdugo, desarrollada en distintos enfoques de la teoría crítica y la memoria colectiva. Hannah Arendt, y más recientemente teóricos como Ilan Pappé y Judith Butler, advirtieron sobre el riesgo de que pueblos marcados históricamente por el trauma, en especial, el trauma fundacional del Holocausto en el caso israelí, transiten hacia formas de violencia institucionalizadas, al reconfigurar su pasado como justificación para prácticas presentes de opresión o exclusión.

Este patrón no es exclusivo de Israel pero se ejemplifica con claridad en su historia reciente, pone en duda la legitimidad moral de quienes fueron víctimas estructurales de la violencia y luego reproducen estructuras similares de dominación. Cuando un actor previamente victimizado asume una posición de superioridad estratégica y retórica, el riesgo de que la memoria se convierta en ideología es real.

El bombardeo iraní al hospital israelí no sólo es un crimen desde el punto de vista jurídico, también revela una dimensión simbólica: obliga a Israel, y a quienes lo exoneran discursivamente, a confrontar su propia relación con la violencia y la inmunidad política.

Desde el punto de vista sistémico, la equiparación de prácticas violentas por actores rivales sin una respuesta coherente del sistema internacional plantea serias dudas sobre la sostenibilidad de un orden global basado en normas. El caso de Israel y el reciente ataque iraní pueden acabar reforzando un modelo de disuasión mutua, una suerte de "equilibrio del terror humanitario", minando la rendición de cuentas.

A largo plazo, la comunidad internacional debe aplicar principios universales de forma coherente o abre paso a una peligrosa lógica de reciprocidad: si el ataque a hospitales puede ser justificado por unos, puede eventualmente ser normalizado por todos. Banalizar el uso de la fuerza contra objetivos protegidos puede llevar al colapso de los marcos éticos que regulan el conflicto armado.

El bombardeo iraní a un hospital israelí no es un episodio aislado ni una excepción histórica. Es un reflejo de los límites de la arquitectura internacional contemporánea para contener la violencia contra civiles. Se hace necesario repensar el régimen de legitimación que rodea el uso de la fuerza por parte de Estados y actores no estatales.

Comprender cómo las víctimas pueden llegar a convertirse en verdugos y cómo el trauma colectivo puede cristalizar en estructuras de dominación es esencial para romper los ciclos de impunidad que siguen cobrando vidas en nombre de la seguridad.