Jorge Serrano, presidente de ATA Aragón.
Estamos terminando el año y es momento de mirar atrás, no por melancolía, sino para ver cómo nos ha ido a los autónomos y sobre todo para hablar de ello.
En lo que va de año hemos perdido 540 autónomos, la tendencia no para y la sangría es inasumible en sectores tan importantes como el comercio, la agricultura, el transporte o la industria. Hablar de los autónomos aragoneses es hablar de miles de historias pequeñas que sostienen algo muy grande: la vida económica y social de nuestra tierra.
Es hablar de bares que levantan la persiana cuando la ciudad aún duerme, de profesionales que recorren cientos de kilómetros por carreteras secundarias, de comerciantes que aguantan un mes más esperando que el siguiente sea mejor, de jóvenes que emprenden porque creen en Aragón… y de veteranos que solo piden una cosa: que no se les ponga más difícil sobrevivir.
Hoy, desde la responsabilidad de representar a este colectivo, tengo la obligación moral de decirlo claro: el autónomo aragonés está agotado. Exhausto. Y no por falta de trabajo, de ideas o de ganas, sino por un entorno que cada vez carga más peso sobre las mismas espaldas de siempre.
La inflación acumulada en los últimos años ha sido un golpe duro, pero lo que verdaderamente está hundiendo a muchos trabajadores por cuenta propia es la combinación de cuotas crecientes, costes fijos disparados y una burocracia que no se simplifica, sino que se multiplica.
La reforma del sistema de cotización por ingresos reales, que podría haber sido una oportunidad histórica, se ha convertido en un rompecabezas con efectos imprevisibles. Muchos autónomos aragoneses se encuentran pagando más por trabajar lo mismo o incluso menos que antes.
La promesa de justicia contributiva se ha transformado en incertidumbre permanente.
A esto se suma el impacto energético -especialmente duro en una comunidad extensa, dispersa y con una climatología complicada- y la dificultad para contratar, fidelizar talento o asumir los costes laborales derivados de sucesivas modificaciones regulatorias.
En un contexto como este, el discurso fácil consiste en repetir que el emprendimiento es el motor de la economía. Sí, lo es. Pero no basta con decirlo: hay que proteger ese motor.
Porque cuando un autónomo cierra en Aragón, no solo pierde él. Pierde el pueblo que se queda sin su único bar. Pierde la familia del agricultor que ya no puede mantener la explotación. Pierde la cuidadora, el fisioterapeuta, la modista, el transportista… Y pierde Aragón.
Los autónomos no están pidiendo ayudas desproporcionadas ni trato de favor. Piden previsibilidad, estabilidad regulatoria, tributación justa y que la Administración sea una compañera de viaje, no un obstáculo constante.
Hay medidas que no requieren grandes presupuestos, sino voluntad:
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Simplificación real de trámites, con ventanillas únicas que funcionen de verdad.
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Cuotas más ajustadas a la realidad económica, evitando sablazos que no reflejan los ingresos reales y que perjudican a los que menos ingresan.
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Equiparar los derechos de los autónomos. Que los autónomos no sean ciudadanos de segunda que no tienen derecho a cese de actividad (se deniegan más del 60% de las solicitudes) que los mayores de 52 años tengan derecho a subsidio, o que las autónomas tengan permiso de lactancia, como lo tienen las trabajadoras por cuenta ajena.
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Incentivos para emprender en zonas rurales, donde cada autónomo es un pilar demográfico y los negocios no pueden funcionar exclusivamente por rentabilidad económica.
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Programas de formación en digitalización accesibles, ágiles y orientados al día a día del pequeño negocio.
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Reducciones temporales de carga fiscal en sectores especialmente golpeados por la estacionalidad o la subida de costes.
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Y algo fundamental: escuchar a quienes sostienen más del 90% del tejido productivo.
Porque detrás de cada negocio hay un proyecto de vida. Y detrás de cada proyecto de vida hay personas que arriesgan su patrimonio, su tiempo y su tranquilidad por crear empleo, dinamizar pueblos y mover nuestra economía.
Si queremos un Aragón fuerte, rico y vivo, tenemos que cuidar a quienes lo hacen avanzar. Y eso empieza por reconocer que la situación actual es insostenible y que necesitamos actuar ya.
Los autónomos aragoneses no buscan protagonismo. Solo quieren seguir adelante. Darles ese derecho es responsabilidad de todos. Y no pido privilegios: pido oportunidades justas. No se trata solo de preservar cifras, sino de cuidar vidas.
Detrás de cada baja en el RETA hay un autónomo que no pudo seguir, una familia que se tiene que replantear su futuro, un negocio que cierra las puertas para siempre y que, sobre todo, en las zonas rurales donde menos población y oportunidades existen, significa también la perdida de un servicio social que ampara y cohesiona el territorio.
Aragón necesita a sus autónomos, y los autónomos necesitan que Aragón crea de nuevo en su importancia estratégica. Es momento de actuar con valentía, de tomar decisiones con sentido común y de construir políticas que no dejen atrás a quienes cada día arriesgan para sostener la economía de nuestra comunidad.
Porque si perdemos a estos autónomos, no solo perdemos empresas: perdemos el latido de Aragón.