Me he jugado una comida en el periódico. He apostado a que Rivera no pasará de la abstención al sí a Mariano Rajoy. Sin embargo he de admitir que me inquieta comprobar cómo, a mi alrededor, una gran mayoría, personas por lo general bien informadas, están convencidas de que voy a perder.

¿Por qué si Rivera insiste una y otra vez en que no cambiará el sentido de su voto -lo ha vuelto a hacer este miércoles tras su entrevista con Rajoy- son legión los que no le creen? Al margen de los titubeos en que haya podido incurrir su partido, yo lo atribuyo, mayormente, a la presión ambiental. Basta zapear un rato por el transistor -igual da mañana, tarde o noche- y escuchar a los tertulianos: unanimidad absoluta. Ninguno da dos cuartos por la coherencia de Rivera.  

Hay quien se acoge a los precedentes. Si Ciudadanos ha trocado el no rotundo de la campaña electoral en abstención, ¿por qué iba a tener reparos ahora en transitar de la abstención al sí? Lo curioso es que entre quienes le echan en cara que pasara del no a la abstención, están los que le exigen que llegue a un pacto con el PP, por lo que ya podemos aventurar que continuarán fustigándole en el caso de cumplir sus anhelos. 

Entiendo, de cualquier forma, a quienes piensan así. La prueba de que mucha gente da por descontado que la palabra de los políticos no vale nada y considera que ni tan siquiera cabe exigirles responsabilidades por contradecirse es que, después de haber hecho absolutamente lo contrario de aquello que prometía, Rajoy continúa siendo el candidato más votado.

También están los convencidos de que Rivera no aguantará en su sitio por pánico a unas nuevas elecciones en las que su partido -se asegura- sería el gran damnificado. Ahora bien, no sé que entraña más peligro, si cruzar los dedos a ver qué sucede en unos terceros comicios o atar tu futuro al barril de dinamita en que se ha convertido el candidato del PP. ¿Qué sería de Rivera, cómplice del nuevo presidente, una semana sí y otra también, mientras desfilan por los juzgados los chicos de Gürtel, los muchachos de Púnica, los pitufos de Barberá o los cuates del rayado de los discos duros de Bárcenas?

Con miedo no se construye nada. "Celui qui craint d'être conquis, est sûr de connaître la défaite", dicen que gritó Napoleón. O sea, que aquel que teme ser conquistado, seguro que será derrotado. Albert, sé fuerte. Me resisto a pagar la comida.