Los argumentos del actual portavoz para disputar el liderazgo a la mujer a la que, hace sólo tres meses, rendía exagerada pleitesía como su “más leal escudero” son tan inconsistentes que merecen poco comentario. Pero el dilema de Ciudadanos no consiste en decidir entre Inés Arrimadas o Edmundo Bal, o entre ellos y Begoña Villacís. Ni siquiera en refundarse mediante la confrontación o la integración.
El dilema de los dirigentes y las bases de Ciudadanos consiste en gestionar su decadencia de forma que pueda ser útil a las ideas que defienden o arriesgarse a quedar fuera del juego parlamentario, ayudando involuntariamente a su mayor adversario actual.
Hace año y medio me dirigí a la Convención de Ciudadanos en el Palacio de los Duques de Pastrana con un mensaje que ratifico hoy y reiteraré siempre: “He venido a pediros que no desistáis de dar testimonio como personas de vuestra conducta liberal; que no desfallezcáis como activistas políticos en vuestro empeño de aplicar una estrategia liberal; y que no renunciéis nunca como intelectuales a divulgar y expandir vuestra ideología liberal”.
Ni la conducta liberal, más necesaria que nunca para enfriar las pasiones; ni la ideología liberal, más vigente que nunca para regenerar la democracia, están en cuestión por mucho que hoy se manifiesten en España a contracorriente o bajo persecución. La disyuntiva y el desasosiego se centran nada más -y nada menos- que en la estrategia política que deben seguir quienes aún nos representan a los liberales que, de manera tan menguante, les votamos en las últimas elecciones generales.
Es un dilema que produce desazón porque se trata de optar entre dos males, tal y como Isaiah Berlín, el más liberal de los grandes pensadores del siglo XX, identificaba los “conflictos de suma negativa”.
Pero por mucha nostalgia, rabia o rebeldía que sintamos ante la gran oportunidad dilapidada en 2019 por la necedad política de Albert Rivera -¡cómo me lo ha recordado ahora el divismo mesiánico y tozudo de Luis Enrique!-, es imposible escapar de esta coyuntura. Vuelvo a recurrir a Serrat: “Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”. Y la verdad irremediable es que el consenso de las encuestas, avalado por lo ocurrido en Madrid, Castilla y León y Andalucía, advierte que Ciudadanos obtendría hoy cero escaños en el Congreso de los Diputados.
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Así las cosas, la menos mala, la menos inútil y la menos desaconsejable de las opciones consistiría en iniciar una negociación con el PP para que los principales dirigentes y nuevos valores de Ciudadanos se integraran en sus listas de las próximas elecciones generales. No se trataría de una coalición electoral como las ensayadas con tan poco éxito en el País Vasco o Navarra -al partido naranja no le queda fuerza para reclamar eso-, pero sí de una presencia singular en las candidaturas.
El coordinador general Bendodo ha declarado una y otra vez que el PP tiene las “puertas abiertas” para esas personas valiosas no ya por su notoriedad, sino por su posicionamiento ideológico y su testimonio político. Alguien que, como él, formuló una oferta idéntica a Juan Marín y sus colaboradores en Andalucía sería el interlocutor perfecto para explorar esa vía con comprensión y generosidad.
"No se trataría de que Ciudadanos se “despidiera de la forma más digna” de la vida política, como ha dicho Feijóo, sino de que se convirtiera en una corriente dentro del PP"
Hay un precedente que podría ser inspirador de esta estrategia política, aunque haya que remontarse cuarenta años en el tiempo. Me refiero a la incorporación de Francisco Fernández Ordóñez y buena parte de los cuadros del recién creado Partido de Acción Democrática a las listas del PSOE en 1982. Seis de sus dirigentes fueron diputados y uno -Javier Moscoso- formó parte del primer gobierno de González.
La utilidad de su influencia se hizo patente cuando el propio Paco Ordóñez sustituyó a Fernando Morán como ministro de Exteriores, certificando así el tránsito del PSOE desde el “socialismo mediterráneo”, con Argelia y Libia como referentes, al atlantismo sin ambages.
Es cierto que el PAD había sido creado ad hoc sólo para servir de puente a esos antiguos cuadros de UCD y, como las cintas de instrucciones a los agentes de la serie Misión Imposible de la época, se autodestruyó al cabo de pocos meses. Su premisa fue que González ya había transformado al PSOE en un partido socialdemócrata y que esa evolución no tenía vuelta atrás. Algo que los hechos vienen cuestionando desde entonces, de manera intermitente pero contumaz.
No se trataría de que Ciudadanos se “despidiera de la forma más digna” de la vida política, como ha dicho Feijóo, sino de que se convirtiera en una corriente -formal o informal, eso es secundario- dentro del PP, con presencia en sus grupos parlamentarios nacionales, autonómicos y municipales. El caso de Izquierda Socialista también es un ejemplo, desde el otro lado del espectro ideológico.
A veces hay que amusgarse, entornar los ojos para ver mejor. De esa manera Ciudadanos ayudaría al único partido que, además del PSOE, puede ganar las elecciones a crecer por el centro, sumaría fuerzas con sus sectores más liberales y contribuiría decisivamente a mantener, en todos los sentidos, lo más lejos posible a Vox.
La otra cara de la moneda es que el desarrollo orgánico de Ciudadanos se vería hibernado y sus estructuras desmanteladas por falta de financiación. Por mucho que se pudiera perpetuar su espíritu, a través de círculos de opinión y debate, revitalizando tal vez los Clubes Liberales, el riesgo de extinción como proyecto autónomo sería insoslayable.
Supondría, en definitiva, jugárselo todo a la carta de ayudar al Feijóo candidato e influir en el Feijóo gobernante. Entiendo tanto las objeciones y escrúpulos que pudiera suscitar este camino que, ya mediado mi artículo, estoy dispuesto a reconocer que no es una alternativa mala, sino muy mala.
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El problema es que la otra es sencillamente pésima. En el contexto de actual polarización de la vida española y teniendo en cuenta lo que va a estar en juego en el próximo ciclo electoral, no veo ni margen temporal, ni mimbres personales, ni argumentario político para que el voto a Ciudadanos pueda tener esta vez utilidad. Por eso la única institución importante en la que las encuestas le dan representación es el Ayuntamiento de Madrid, gracias a la incansable labor de proximidad de la vicealcaldesa Villacís. A la postre, la falta de ingresos públicos también truncaría todo afán de continuidad.
El impulso idealista, casi romántico, de apoyar a la formación naranja, si pese a todo se presenta por separado, va a ser sin embargo una tentación para cientos de miles de centristas. Nunca como ahora sería tan conveniente contar con ese “partido regulador” que amortiguara la política de bloques que, como bien explica Virgilio Zapatero, está carcomiendo el espíritu constitucional. Pero nadie como un genuino liberal para distinguir lo necesario de lo posible.
"En unas generales, con circunscripciones pequeñas, primas a las mayorías y mínimos de entrada, lo que les ocurrió a Edmundo Bal y a Juan Marín debería servirnos a todos de escarmiento"
Si estuviéramos ante unas elecciones europeas con circunscripción única, yo no dudaría en caer en esa tentación porque cada voto podría ser aprovechado. Pero en unas generales y en la mayoría de las autonómicas, con circunscripciones pequeñas, primas a las mayorías y mínimos de entrada, lo que les ocurrió al propio Edmundo Bal y a Juan Marín debería servirnos a todos de escarmiento. En el primer caso si sus votos yermos hubieran ido al PP, Ayuso no habría necesitado a Vox ni para la investidura ni para los Presupuestos.
En otras circunstancias los sufragios de los moderados a un partido sin opciones de obtener representación, como es hoy Ciudadanos, podrían tener un efecto neutro, aunque terminaran perdiéndose por el desagüe de lo testimonial. A fin de cuentas, PSOE y PP, PP y PSOE se han alternado en el poder y se han repartido los poderes durante medio siglo de forma igualmente iliberal. Si Ciudadanos estaba dispuesto a pactar con uno o con otro, en teoría su hundimiento beneficiaría por igual a ambos.
Sin embargo, la coalición de gobiernos que lidera Sánchez ha dado durante esta legislatura, especialmente durante los últimos meses y especialísimamente durante los últimos días, saltos cualitativos que le han llevado desde ese terreno de lo iliberal a un antiliberalismo militante. Este nuevo marco no ya hostil, sino directamente agresor de los valores liberales también es parte de una realidad que nadie puede soslayar.
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La supeditación a Podemos -es decir, a un Pablo Iglesias cada vez más resentido, bilioso y violento- ha desembocado en leyes como la del 'sí es sí' -atolondradamente respaldada aun hoy por Bal- o la Ley Trans que restringen derechos civiles y perjudican en especial a las mujeres. También en políticas fiscales arbitrarias y confiscatorias que atacan al mérito y castigan al ahorro. O en un acoso sistemático a las empresas hasta culminar con la enmienda que podría meter seis años en la cárcel al empleador que no regularice a falsos autónomos. O sea, el doble del tope máximo para quien saquee el erario sin lucro “personal”.
Un disparate así sólo se entiende porque la dependencia de Esquerra y Bildu ha convertido la política penitenciaria y nada menos que el Código Penal en monedas de cambio para la aritmética del Presupuesto. Y esa dinámica ha terminado succionando delitos tan determinantes para la preservación del Estado Constitucional y la propia moralidad pública como la sedición y la malversación.
¿Que buena parte de estas iniciativas legales pueden terminar siendo inconstitucionales? Tranquilos, compañeros y camaradas, que ya se ha cerrado el cerco para asaltar el Alto Tribunal de aquí a un par de semanas, cambiando las reglas de elección de sus miembros en una maniobra equivalente a la de Alfonso Guerra cuando en el 85 alteró la forma de elegir a los vocales del CGPJ.
En aquellos barros comenzó a formarse el actual lodazal al que el PP tampoco es ajeno. En todo caso el arreón de esta semana supone, como hemos dicho, un brutal hachazo al espíritu constitucional. Si el CGPJ ha de elegir a sus dos magistrados a punta de pistola, sin quorum ni consenso, mejor que uno sea designado por la ejecutiva del PSOE y el otro por la del PP y nos ahorramos circunloquios.
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Si hubiera la más remota posibilidad de que Sánchez gobernara solo o pudiera construir una mayoría alternativa, apoyándose en el centro, yo animaría a Ciudadanos a perseverar en el desierto e intentar sacar la cabeza entre las dunas para mantener abierta esa opción. Pero ni él, ni nadie a su alrededor, por sensato que personalmente sea, concibe otro camino para la próxima legislatura que la continuación del emprendido en esta.
No quiero ni pensar en lo que sería España en materia de libertades con el triunvirato formado por Iglesias, Junqueras y Otegi cogobernando a su lado, sin cuenta alguna por saldar con la Justicia.
"Queda menos de un año para la verdadera moción de censura, la de las urnas, que la oposición no puede permitirse perder"
Esta es una hipótesis que tiene ya fundamento empírico. Como también es otra hipótesis que el PP gane sin holgura y quede hipotecado por los reaccionarios de Vox. La única diferencia es que, así como los desmanes del monstruo de Frankenstein ya son más que palpables, los que implicaría que el futuro pasara por Abascal, Carla Toscano y Ortega Smith sólo resultan perfectamente imaginables.
Inés Arrimadas acaba de coincidir con Vox en responder a los más recientes de estos desmanes con una moción de censura en favor de un candidato independiente. Sánchez se frotaría las manos si eso prosperara porque le permitiría ningunear a su única alternativa. Seamos serios: queda menos de un año para la verdadera moción de censura, la de las urnas, que la oposición no puede permitirse perder.
[Editorial: Edmundo Bal, cuando el remedio es peor que la enfermedad]
Teniendo en cuenta que la gran mayoría de votantes de Ciudadanos se ha decantado por el PP desde que comenzó su declive, la actual dirección debe sopesar si su última baza consiste en acelerar la colonización de ese territorio, practicando una especie de “entrismo” liberal, estableciendo asentamientos junto a la orilla, siguiendo a sus electores hasta dónde les den las fuerzas o en competir con las sombras de UCD, el Partido Reformista, el CDS, y la UPyD por el título de más lustroso cadáver de la historia del centro, aun a costa de que la carambola de los votos inútiles favorezca no a la izquierda, sino a esta izquierda.
Terrible dilema el de elegir entre susto y muerte. Pero incluso en esta nefasta encrucijada cabe acertar o volver a equivocarse.