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Juan Antonio Garvía es un hombre que tuvo 22 años en 1978 y quiso acondicionar cuatro paredes de Madrid para que acogieran todo tipo de arte, especialmente poesía y canción. Era un concepto que no existía en España porque no había tenido cabida durante la dictadura, pero que pedía abrirse paso entre la tierra pedregosa de la primera Transición.

Por ello, se asoció con unos amigos, pero pronto quedaron solos su mujer y él dirigiendo una pequeña cuevita de la calle Segovia. La cogieron encharcada y con una moqueta impracticable. Levantaron ellos mismos el suelo y, con ello, pusieron los cimientos del local que descubriría algunos de los talentos más notables del país.

Joaquín Sabina, Amaral o Quique González empezaron aquí sus carreras. Algunos como Melendi o los Delinqüentes firmaron incluso su primer contrato entre sus muros. Ahora, el club lo dirige Sara Garvía, la hija de Juan Antonio, y ambos pueden afirmar orgullosos que son la sala de música en directo más antigua del país, mientras otras muchas han ido cayendo asediadas por la subida de los alquileres o la fuga de público a espacios más grandes.

Juan Antonio Garvía en El Rincón del Arte Nuevo.

Juan Antonio Garvía en El Rincón del Arte Nuevo. Sara Fernández EL ESPAÑOL

Él mismo estuvo en el grupo Rinconete y Cortadillo, pero sobre todo entregó el alma y el cuerpo a lo que no resultó un desengaño, pero sí un sueño exigente que le robó demasiadas horas de ídem durante toda una vida. Para esta entrevista ha hecho memoria y con él vamos a viajar por casi cinco décadas de historia musical en España, y a conocer algunos de los secretos que quedaron para siempre prendidos de las paredes de su local.

Forjados en noches invariablemente largas. Por ejemplo, que aquí conoció un novato Quique González a un coloso como Enrique Urquijo, y tras ello le regaló ese himno titulado Aunque tú no lo sepas.

Pregunta.– Dos preguntas sobre el inicio del Rincón del Arte Nuevo. ¿Cuál era el Madrid de 1978 en su memoria, y quién era usted en ese momento?

Respuesta.– Yo pertenecía al club de amigos de la UNESCO, donde hacían actividades e íbamos a recitar. Después nos dijeron que aquí en la calle Segovia había un poeta que recitaba sus versos, y dejaba recitar a quien quisiera. Vine y ahí conocí a un grupo de gente con el que luego formé este local. Pedían 600.000 pesetas de traspaso. Nos juntamos 6 y pusimos 100.000 cada uno. Cuando llegamos teníamos muchas ganas, pero esto estaba aislado del mundo: ahora es más centro, pero antes no. Toda la zona estaba llena de barras americanas, como el Liverpool, que estaba al lado. Esto estaba encharcado completamente, con una moqueta que imagínate cómo estaba… Tuvimos que levantar el suelo y pusimos un suelo de cemento pintado de rojo.

P.– Un apaño para arrancar motores.

R.– Empezamos como Rincón del Arte Nuevo, pero el concepto era Rincón Poético porque la poesía iba a ser la base de este garito. Pasó el tiempo y no venía ni San Pedro, porque la gente no estaba acostumbrada, este tipo de ocio no existía. Hacía nada que había muerto Franco. Había muchas manifestaciones en ese momento, el 8M empezó ese año, de hecho. Empezaban los movimientos culturales, vecinales. Estuvimos un año duro, pero la cosa se empezó a mover por el boca a boca. Y porque los cantantes que querían hacer sus pinitos venían aquí porque no existía otro sitio en Madrid para ello.

La moda eran salas de música sudamericana; ahí reventaba Rafael Amor, por ejemplo. Pero es que nosotros no nos habíamos podido expresar hasta ese momento, de hecho me llegaron a hacer pintadas que ponían zona republicana, cuando aquí venían de todos los colores. Primero vinieron los progres, pero luego vinieron los no progres, y luego se mezclaban entre ellos y aquí no pasaba nada. La única diferencia que había entre unos y otros que se pudiera notar era la ropa, pero la conexión entre ellos era el arte.

P.– Era la materialización de la Transición en un bar.

R.– Sí, y aquí ha habido gente muy roja, muy roja. Y muy facha, muy facha. Políticos y jueces se mezclaban con el charcutero.

P.– Además del Rincón, en aquella época crea también una revista de poesía, Hojas, por la que pasan poetas como Antonio Gala o cantantes como Pablo Milanés. ¿Qué recuerdos tiene?

R.– Sí, se llamaba Hojas de poesía Rincón, eran folios y dentro de los folios había hojas sueltas. Benjamín Prado venía por aquí de pequeño con uno de los primeros grupos poéticos que hubo, y entrevistó a Aute por ejemplo. También venían muchos poetas en ese momento. Gala venía con un montón de poetas, con José Hierro entre ellos. Y también porque había un cantautor de Extremadura, no sé qué tipo de relación tendrían, no lo sé y no me voy a meter, que le puso música a sus poemas.

P.– Anda, qué bonito, y él venía a escuchar sus poemas hechos canción. ¿Y Gala no se animaba a salir a recitar?

R.– No. Él era más de tertulia y de cachondeo. Y cuando le iban a sacar fotos le decía al fotógrafo "por favor, retirad las copas de la mesa". Él era muy simpático, fuera del escritor que era, cuando llegaba el tilín de las copas, se acabó, era como todos.

Juan Antonio Garvía, durante su entrevista con EL ESPAÑOL.

Juan Antonio Garvía, durante su entrevista con EL ESPAÑOL. Sara Fernández EL ESPAÑOL

P.– Pero quería salir como el erudito que era y no mezclado con copeteo.

R.– Sí. Y él tenía un secretario y un secretario poeta. Y uno de los dos era jurado de nuestro premio de poesía del Rincón. Hicimos ocho o nueve años de concurso de poesía. Y también en ese intervalo de tiempo montamos una librería enfrente. Teníamos una mesa camilla donde nos juntábamos al parloteo, y allí quedé con Sabina mucho para ir a entrevistas de radio con el añorado Andrés Aberasturi.

Y a Pablo Milanés, por ejemplo, lo entrevisté yo para esa revista. Silvio Rodríguez y Pablo Milanés vinieron a tocar en los primeros años, cuando eran los reyes. Todo el mundo tocaba sus canciones, aunque tuvieran sus propios temas. A Pablo lo tenían como más blandengue, pero Silvio era el ídolo. Con Milanés hablé de todo un poco, de la situación de Cuba. Ambos eran la representación del régimen fuera de allí. Nos invitaron después a su concierto en el Palacio de los Deportes y quedamos en que luego venían aquí.

P.– ¿Y vinieron?

R.– No (risas). Y yo por bocazas se lo había dicho a todo el mundo. Fue horroroso, ¡trágame, tierra!

P.– Eran esos años de primera libertad. Cuando crea el Rincón estaba empezando a germinar la Movida, aunque no se la conoció así hasta muchos años después… ¿Quiénes venían de público, o simplemente a vivir la noche?

R.– Antonio Banderas por ejemplo, que estaba en el Teatro Español, recién llegado a Madrid. Tenía un amigo que era Antonio Sánchez, el primer guitarrista de Joaquín Sabina, y que tocaba aquí con Miguel Vigil, de Académica Palanca, y con Javier Batanero. Y entonces Banderas venía muchas noches por su amigo y a jalearse entre la gente.

P.– Por entonces no era tan conocido, claro.

R.– ¡Pero era muy guapo! (Risas). Venía en los primeros años, y las chicas lo miraban mucho, porque la verdad es que aquí siempre hubo muchas mujeres, estaba siempre lleno de mujeres.

P.– Me imagino que gente como Banderas tenía que ver.

R.– Sí, y por los cantantes. Se formaron muchas parejas aquí. Me estoy acordando: había un locutor que hacía un programa de radio aquí, pero justo aquí donde estamos sentados nosotros ahora, que entrevistó a Antonio en esta mesa. En aquel momento ya estaba casado, vivía por la plaza de los Cubos con su primera mujer, antes de Melanie Griffith.

Juan Antonio Garvía, fundador de El Rincón del Arte Nuevo, durante su conversación con EL ESPAÑOL.

Juan Antonio Garvía, fundador de El Rincón del Arte Nuevo, durante su conversación con EL ESPAÑOL. Sara Fernández EL ESPAÑOL

P.– ¿Almódovar también venía?

R.– Venía de cliente, pero no sabíamos quién era. Trabajaba en Telefónica en ese momento. Y también en ese momento había un grupo, Fuera de la Ley, de Fernando de Diego, y los que venían a verlo eran Ángela Molina, Victoria Abril, la hermana de Victoria... También Juan Echanove. Fernando era un fuera de serie con las chicas.

P.– Eso no ha cambiado con los años, ese perfil de cantautor conquistador.

R.– (Reímos). Y también tocaban Ricardo Franco y Luis Farnox, que también se las llevaba de calle. Tenían un grupo que se llamaba Música Ociosa, y uno de los que venía a verlos era Jaime Chávarri. Viéndolos aquí se le ocurrió una película, Tierno verano de lujuria y azoteas, que rodaron en parte en esta sala. Estaba José María Tasso, el de las pelis de Marisol, y Gabino Diego, que tocaba una pianola que teníamos antes. En la cinta hacían como que el Rincón era un club parisino en el que los intelectuales hablaban sobre la guerra y la República. También estaban Marisa Paredes e Imanol Arias. Estuvieron una semana rodando por aquí.

P.– En aquel entonces se podía fumar. Ahora nos parece impensable, pero supongo que lo imposible para ti es pensar en aquellos años sin estar envueltas todas sus imágenes en humo.

Quique González (i.), junto a Juan Antonio Garvía (d.).

Quique González (i.), junto a Juan Antonio Garvía (d.). Cedida

R.– Mira, si tú ves (Juan señala el techo) donde parece que está sin pintar, es porque descubrimos que eran puntos amarillos: nicotina concentrada. Aquí retirábamos los ceniceros a la hora y estaban hasta arriba, estaba todo el mundo fumando… Como decía Quique González en una entrevista que escribe para el Rincón: "Había más humo en esa cueva que en las canciones de Tom Waits".

P.– Y también tiene un verso en el que dice que no hago más que rellenar el cenicero. Él debió de rellenar también los del Rincón, ¿no?

R.– ¡Sí! Y en el mismo disco, en Personal, otro verso dice "Soy músico de guardia desde la cuna a la tumba", y se refiere a cuando era el músico de guardia aquí, porque él hacía la guardia los lunes. No había casi nadie viéndolo, pero él lo convertía en terapia y coloquio, igual que Sabina al principio. Ellos hacían conciertos y luego hablaban con la gente para ver cómo iba su tema, qué les había gustado, qué no les había gustado a los asistentes. En un concierto suyo que recuerdo había tres o cuatro parejas, y ya al acabar se puso a hablar con ellos.

P.– Hablemos de Joaquín.

R.– Con Sabina tuve mucha relación, pero luego desapareció. Aquí venía con mucha gente con la que jugaba a las cartas, y luego esa gente también venía aquí quejándose de que no sabía nada de él. Y luego Juan Antonio Muriel, que era muy amigo de él y venían mucho juntos, tocaba. Joaquín siempre pedía tocar, y tocaba aquí con Pancho Varona y con Pilar Carbajo, hasta que se la quitó de en medio. Pancho tocaba aquí con varios músicos, entre ellos con Joaquín Lera. Y luego Joaquín le pidió a él.

P.– Se ofrecía Joaquín para cantar.

R.– Sí, se ofrecía siempre para tocar lo máximo que podía, por él en esa época hubiera tocado todos los días. Necesitaba trabajar. Estando de público, él siempre estaba atento con una libreta pendiente del artista que valía, y cuando veía uno con talento se juntaba con él para coger ideas, y luego se subía a su casa y terminaba lo que hubieran empezado, y luego llamaba al artista para hacer esa canción con él.

P.– O sea que además de juerguista, era trabajador.

R.– Mucho. En ese momento más trabajador que juerguista. Por el día los que estábamos aquí, que éramos como una familia, jugábamos a los chinos. Y a los que perdían les tocaba pagar una mariscada. Y poníamos aquí una mesa enorme toda llena de marisco a las cuatro o cinco de la mañana. Y a esas venía bastante Joaquín. Él había venido exiliado de Londres, y también recuerdo que se ponía a pegar sus propios carteles de los conciertos. Yo le ayudaba, y cada vez que veía un grupo así con cierta pinta decía 'esos son fachas, cuidado, cuidado'.

Joaquín Sabina, tocando en El Rincón del Arte Nuevo, en una imagen de archivo.

Joaquín Sabina, tocando en El Rincón del Arte Nuevo, en una imagen de archivo. Cedida

P.– Porque ya se sabría que hacía canción de autor… ¿Y él cómo era, de acabar las noches a las mil?

R.– La imagen que tú tienes de él, esa misma. Y siempre tenía la frase oportuna, ingeniosa. Había un personaje aquí al que llamábamos doctor en frutas, porque era frutero, y tuvo un accidente muy grave por el que le cosieron la boca un tiempo.

P.– Como Hanibal Lecter...

R.– Y el primer día que salió del hospital vino a vernos, porque estaba aquí siempre. También estaba Joaquín esa noche, y le soltó (Juan Antonio imita la voz cavernosa de Sabina): "Mariano, ¿por qué no comes?".

P.– ¡Tan Joaquín… !

R.– Tuvo a gente como tiene ahora a Leiva, con los que trabajar de cerca: Muriel, Batanero… Y sabía que cualquiera quería trabajar con él. Después de escuchar a mucha gente que ha pasado por aquí, creemos que Sabina es una persona tan importante porque ha sabido absorber las cosas que eran más brillantes de la gente que conocía e integrarlas en su trabajo.

P.– Otro enorme que pasó tiempo aquí fue Enrique Urquijo. Me gustaría escuchar lo que quiera contarme de él.

Los artistas Enrique Urquijo y Begoña Larrañaga, en El Rincón del Arte Nuevo, en una imagen de archivo.

Los artistas Enrique Urquijo y Begoña Larrañaga, en El Rincón del Arte Nuevo, en una imagen de archivo. Cedida

R.– Yo lo conocía de coincidir con él en un garito, el Lady Pepa, que se abría con contraseña. Allí tocaba un pianista que tocaba también aquí. Íbamos sobre todo a zampar de madrugada y te encontrabas con todo el mundo. Y allí me comentó Enrique que quería hacer un grupo y, en vez de ensayar en un local, tocar aquí a modo de ensayo, y llevarse su pastita. Y a mí me parece que Pilar Carbajo era también novia de Enrique Urquijo, que era camarera nuestra. Yo creo que también surgió por eso. Lo que nos pidieron por tocar, se les dio. Venía también a verlo Antonio Vega. Y Enrique hablaba muy poquito, pero lo poco que lo hacía era para lamentarse por su amigo: "Antonio, de verdad, acaba de vender no sé qué pa'ponerse…". Lo decía con pena.

P.– Me parece muy bonito que se preocupara por su amigo.

R.– Sí. Y cuando falleció Enrique, Antonio vino a pedir fecha para cantar. Vino súper humilde: "Hola, me llamo Antonio Vega". Nos quedamos alucinados, porque obviamente sabíamos quién era.

P.– ¿Y cantó?

R.– ¡No! (Risas). Me dio tres teléfonos y en ningún cogió. Pero al final sabía eso. Que su amigo, Enrique, venía aquí porque era su refugio, y la gente lo adoraba. Se ponía malo y la gente lo respetaba. Un día le dio un jamacuco en el escenario, no sé por qué, se puso a cantar e iba como el disco para atrás (Juan Antonio imita el sonido de un disco sonando al revés), y cada vez iba a más. Nos lo sacamos de aquí, lo llevamos a la otra sala que teníamos contigua, lo tumbamos y llamamos a su médico, porque siempre venía con él pero justo ese día no estaba. Llegó el médico, lo atendió, y el concierto se paró. Aquí había mucha gente y todos se quedaron esperando no para que retomara, sino para ver qué pasaba y si estaba bien. Era auténtica devoción la que le tenía la gente. Era como un dios.

Hubo una temporada en la que se internó él mismo para desintoxicarse, y también se escapaba para venir a tocar aquí.

P.– ¿Y se portaba bien?

R.– Sí. Él sabía que había algo que le superaba. Yo quería poner una placa al lado de la puerta, donde las cortinas, porque había una banqueta baja en la que se sentaba a liarse un cigarrillo, siempre lo hacía, y el tránsito entre esa puerta y este escenario iba siempre con su cigarrillo, era como un ritual.

P.– Porque era muy tímido, ¿verdad?

R.– Muy tímido. Salvo cuando le daba por hablar y me contaba cosas de esas. Hacía esas canciones porque estaba siempre pendiente. Estaba como en otra dimensión, ¿sabes lo que quiero decir? Begoña Larrañaga, su acordeonista, era la que le cuidaba. Un día se fue a pedir una copa y Begoña me gritaba 'no, Juan, ¡que no puede beber, que está con medicación!'.

P.– Después de ellos, otros tomaron el relevo… Amaral, Quique González, Melendi. ¿Qué anécdotas atesora de ellos?

R.– Amaral cantaba muy bien desde el principio. Cantaba como una bomba. A ella no hacía falta ajustarle graves ni agudos. El micrófono en vez de adaptarse a la mesa, era la mesa la que se adaptaba a ella. Era una cosa impresionante. Y era muy tímida. Y Juan también.

Luego otro día me llamó un AR (Artista y Repertorio, el profesional que dentro de un sello discográfico se encarga de descubrir nuevos talentos), y me dijo 'tengo a una gente que viene de abajo y tienes que escucharlos'. Se refería a Los Delinqüentes, que iban a tocar por primera vez en Madrid. Y no sé por qué puse a grabar la cámara. Tengo ese concierto grabado de cabo a rabo, y lo glorioso es que tocaba el Migue, que luego murió. Se pasan hablando con los representantes durante toda la grabación, 'uy, qué serios estáis', y haciendo chistes. Justo han subido un post contando ahora la historia.

P.– Los convencieron, a los AR.

R.– Es que eran muy buenos.. Era el primer día que tocaban en Madrid, y luego fueron un éxito. Cuando ya eran conocidos venían por la noche después de sus conciertos en sitios grandes aquí a celebrar, y venían con Fernando Tejero, con los actores de Aida…

P.– ¿Y a Melendi le pasó algo parecido aquí?

R.– Había un tipo que estaba siempre por aquí y que se llamaba Carlitos Récords, un tipo con pasta que quería invertir. Y vino a ver a Pablo Moros, un cantautor asturiano muy bueno, amigo de Melendi. Y en su concierto Pablo Moro invitó a Melendi a cantar, y Carlitos Récords se quedó con Melendi. Era la época de Estopa y demás, el producto estaba hecho con él. Y es una forma de persona muy distinta a Quique González o a Amaral, pero también muy buena persona.

Dentro de que a él le gustaba más la fiesta, pero siempre se han comportado muy bien con su gente y con la sala. Luego él ha venido mucho a disfrutar ya del local en plan fiesta, igual que Los Delinqüentes o Diego el Cigala y Enrique Morente, que venían a última hora de la noche, se hacían su grupo y empezaban a tocar.

Juan Aguirre (i.) y Eva Amaral (c.) en El Rincón del Arte Nuevo.

Juan Aguirre (i.) y Eva Amaral (c.) en El Rincón del Arte Nuevo. Cedida

P.– Es como lo del casting al que van dos amigas, una para presentarse y la otra de acompañante. Pero al final cogen a la acompañante.

R.– Sí. Yo tenía esa misión porque los AR me decían 'todo lo que veas, nos llamas y venimos'. Con Amaral también llamé. Y les pagaba las consumiciones a los AR (risas), pero ya llegó un momento en que le decía a los artistas 'las copas de la mesa tal las pagas tú, o tu compañía'. Luego nos enteramos por Los Delinqüentes de que otras salas se llevaban un tanto por ciento de los artistas que se fichaban en su sala, no teníamos ni idea. ¡Y yo pagando las rondas!

P.– ¿Qué dirías que hace falta para conquistar al público, qué tiene que tener un artista?

R.– Hay algo que se ve, se palpa. Una cosa es que te pueda gustar más los temas que hace, pero hay algo que tiene el personaje que dices madre mía… Sobre todo, la novedad. Que no se parezca a nadie. Aunque no te guste, pero que digas, tengo que reconocer que este tío es único en lo que hace. Y la industria es eso lo que quería. Ahora no porque hay mucha mediocridad, pero lo único que se mantiene en el tiempo es lo diferente. Cuántos artistas hay que son de una o dos canciones. Por ejemplo Tontxu o Inma Serrano son muy amigos, y Tontxu tiene temazos y una trayectoria muy larga, por eso se ha mantenido. Tiene muy buena carrera.

P.– ¿Alguna vez has tenido que darle una paradita a alguien, aun dentro de la gran libertad que aquí se habrá respirado siempre, por estar pasándose de la raya?

R.– ¿De la raya? (Juan hace un gesto llevándose la mano a la nariz, y reímos). De la raya. Sí, claro. Todo el rato había que decirles que eso no podían hacerlo.

P.–¿Y cómo se lo tomaban?

R.- Perdona, perdona, perdona. Pero al día siguiente, o a los diez minutos, lo volvían a hacer. Hubo una época en que eso era el pan nuestro de cada día, todo el mundo estaba con ello. Parecía la cabalgata de Reyes, todos escayolados por dentro.

Melendi, en El Rincón del Arte Nuevo, en una imagen de archivo.

Melendi, en El Rincón del Arte Nuevo, en una imagen de archivo. Cedida

P.– ¿Y con Billy el Niño, qué le pasó?

R.– Billy salía de la barra americana Liverpool, que estaba al lado. Y venía todas las noches para joder. Así que ya decidí ponerle un atril con los papeles, pero no llegó nunca a multarme porque me protegieron algunos contactos. Y ese fue el comienzo de una nefasta amistad con la policía municipal. Me pusieron varias multas porque las administraciones no firmaban las licencias por silencio administrativo, pero las recurrí y las gané todas. La primera multa que sí hemos tenido que pagar nos la han puesto ahora que ya no llevo yo el local, está mi hija Sara, y ahora encima no se puede recurrir porque hay una ley de Gallardón que dice que hasta x cifra no se admite recurso. Es algo bananero, porque esa cifra es mucho dinero para un local como el nuestro, una sala pequeña que sigue intentando luchar por el arte.