Mark Bray.
Mark Bray, el profesor de EEUU huido a Madrid por amenazas de muerte: "Hay trumpistas que sitúan España en Sudamérica"
El docente de la Universidad de Rutgers (Nueva Jersey) es un estudioso del movimiento 'antifa' y ha sido señalado por pertenecer a este movimiento de ultraizquierda, al que la administración Trump considera un grupo terrorista.
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“¿Que si el gobierno de Donald Trump puede degenerar en un modelo autoritario? Por supuesto que es posible”, asegura a EL ESPAÑOL el profesor norteamericano Mark Bray tan sólo cinco días después de que tomara un vuelo a España junto a su esposa latina y sus dos niños para poner distancia entre su familia y la jauría norteamericana de ultras que piden su cabeza y amenazan su vida.
“No puedo predecir qué va a pasar en el futuro, pero ya hemos visto cómo Trump ha enviado soldados a ciudades como Los Ángeles, Washington y Chicago, donde ordenó el despliegue de tropas de la Guardia Nacional pese a la oposición del alcalde Brandon Johnson y el gobernador Pritzker”, apunta.
“De manera que sí, en efecto, hay una posibilidad real de que Trump cancele los derechos civiles y las libertades y saque a los soldados a la calle para criminalizar la protesta e imponer un modelo autoritario”, continúa. “Esa situación es todavía más plausible si se produce una crisis de verdad –una depresión económica, un desastre natural– que le brinde una oportunidad. Y digo 'de verdad' porque, como todos los dictadores, Trump ya ha intentado crear una crisis artificial a través de las tarifas y extendiendo la idea de la migración como invasión”.
La secuencia de hechos que ha conducido a Bray a exiliarse en España dio comienzo en septiembre con una sucesión de amenazas procedentes del ecosistema trumpista: mensajes anónimos, correos con su dirección personal y publicaciones virales en cuentas afines a la ultraderecha digital.
En cuestión de días, su nombre reapareció en los listados de “profesores peligrosos” mientras dos agitadores de ese mismo circuito –Andy Ngo, periodista convertido en propagandista del odio, y Jack Posobiec, operador mediático vinculado a Turning Point USA– lo señalaban como ideólogo de Antifa. Cuando vio las señas de su domicilio difundidas en redes y su familia mencionada por su nombre, decidió salir corriendo para defender su vida.
Bray llegó el viernes a Madrid y el sábado ya había media docena de periodistas españoles llamando a su puerta. La primera vez que intentó salir del país, el embarque se canceló en el último minuto sin causa aparente. A punto de abordar le comunicaron que no podía subir a la aeronave, pese a que tenía los billetes, los pasaportes y un asiento asignado.
Nadie supo –o quiso– explicar por qué. Ni problemas técnicos, ni “overbooking”, ni alerta meteorológica. Solo una orden interna y una sonrisa burocrática. “Fue la primera vez en mi vida que me ocurría algo así”, asegura. “Y no creo que fuera una coincidencia que sucediera justo el día en que Andy Ngo y Jack Posobiec estaban reunidos con Trump en la Casa Blanca hablando sobre Antifa”.
Historiador del siglo XX
Bray no es un agitador de barricada, sino un historiador especializado en los movimientos sociales del siglo XX. Su nombre empezó a circular en los medios conservadores en 2017, cuando publicó Antifa: The Anti-Fascist Handbook, un ensayo académico que documenta la genealogía del antifascismo desde los años 30 hasta el presente.
El libro, que se convirtió en un éxito de ventas inesperado en plena era Trump, fue leído por la derecha como un manual de subversión y por sus detractores, como la prueba de algodón de una devota militancia. En realidad, era –y sigue siendo– un texto de historia social, tan riguroso como incómodo, que analizaba cómo distintos movimientos ciudadanos habían plantado cara al autoritarismo a lo largo del siglo.
Donald Trump.
La edición española de la obra, publicada por Capitán Swing, amplió el eco de su trabajo en Europa. En su prólogo a aquella versión, Bray insistía en algo que ahora repite en todas sus entrevistas: “Antifa no es una organización, sino una tradición política que agrupa a quienes se oponen activamente al fascismo, cada uno desde su contexto”.
Ese matiz sobre el carácter de movimiento de todo lo que se aglutina bajo la etiqueta 'Antifa' –casi trivial por bien sabido en Europa– se ha convertido en Estados Unidos en una trampa semántica. Bastó con que defendiera la legitimidad del antifascismo como categoría histórica para que los medios trumpistas lo rebautizaran como “el ideólogo del movimiento”, borrando cualquier frontera entre análisis y militancia.
"Soy antifascista"
“Yo he escrito un libro que es abiertamente antifascista, pero ni soy integrante de un grupo ni lo fui en el pasado ni lo seré en el futuro”, apostilla. “La retórica de Turning Point sugiere que soy todo aquello sobre lo que he escrito. Soy antifascista, pero no antifa”.
Desde entonces, está en la diana. Durante los últimos años, cada repunte de la retórica de “guerra cultural” ha reactivado las campañas contra él. La reedición de su libro y su presencia habitual en foros universitarios han bastado para convertirle en el rostro intelectual visible del enemigo, un cabeza de turco.
Esta última oleada de acoso al profesor de Historia en la Universidad Rutgers se produce en un contexto social que recuerda poderosamente a los enfrentamientos de la sociedad norteamericana de los años sesenta: familias fracturadas por la política, universidades convertidas en trincheras ideológicas y un discurso público dominado por la lógica del enemigo.
De acoso a persecución
El detonante de esa explosiva situación fue el reciente asesinato de Charlie Kirk, fundador de Turning Point USA, el movimiento juvenil de la derecha trumpista que promueve la vigilancia ideológica en los campus universitarios y alimenta la narrativa de persecución a los progresistas. Su muerte convirtió a la organización en altar de martirio y a Bray en su chivo expiatorio.
En los días posteriores al crimen, las redes de Turning Point –el mismo entramado que lleva años señalando a profesores ‘indeseables’– reactivaron sus campañas de odio con una virulencia inédita. Y lo que antes era acoso mediático se transformó en persecución coordinada.
“La noche del lunes estuve hablando con mi madre y me decía que algunas de sus amigas se niegan a conversar con sus amistades trumpistas”, afirma Bray. “Hay polarización en las familias, en los grupos sociales y en los barrios, aunque tal vez ésta no sea tan ideológica como en otros países”.
Según el historiador, “muchos demócratas han dejado de pensar en términos de consenso y renuncian a crear puentes con los republicanos para concentrarse en organizarse, resistir y protestar. Y al otro lado, los republicanos son cada vez más explícitamente un partido de ultraderecha que dice que los demócratas son terroristas”.
El regreso de Trump a la Casa Blanca no solo ha aumentado la polarización política, también ha institucionalizado la retórica del miedo. Pocos días antes de que Bray abandonara el país, el presidente firmó una orden que designa al movimiento Antifa como organización de terrorismo doméstico. La medida, carente de sustento legal, funciona como un dispositivo simbólico para criminalizar la protesta y extender la sospecha sobre cualquier disidencia.
Concretamente, la orden ejecutiva 14089 invoca la Ley Patriot y la Domestic Security Enhancement Act para autorizar a Justicia y Homeland Security a investigar y congelar activos de “grupos y redes asociadas con Antifa”.
“Aunque carece de fuerza legal porque Antifa no es un grupo estructurado, ese orden cambia muchas cosas”, explica Bray. “Cualquier persona que haya hecho algo más o menos violento será considerada terrorista. Lo usarán también para ir contra grupos y organizaciones. El término es equiparable al “bogeyman” (hombre del saco) y les resulta útil para demonizar la protesta, un poco como lo que pasó con McCarthy”.
Manifestantes al frente del John A. Wilson Building en Washington, D.C.
"Un enemigo interno"
Joseph McCarthy fue el senador republicano que, durante los años cincuenta, encabezó la caza de brujas contra intelectuales, artistas y funcionarios acusados de comunismo. Su cruzada convirtió la sospecha ideológica en arma política y destruyó carreras enteras sin pruebas, instaurando un clima de miedo que hoy, según Bray, Estados Unidos vuelve a revivir bajo otro nombre.
El norteamericano percibe esa deriva con el ojo del historiador que documenta su presente. “Hemos visto antes este patrón. Primero, construyen un enemigo interno. Luego, lo asocian con la violencia. Después, usan ese miedo para justificar la represión. Es lo mismo que hacían los autoritarios del pasado”, dice.
Claro que, a su juicio, “estamos en un contexto diferente al de McCarthy porque ahora no existe la Unión Soviética y no hay un movimiento comunista global que sirva para dar miedo. De manera que necesitaban algo nuevo que diera también miedo y ahí entra el Antifa. Y no sólo el Antifa, también los trans o los inmigrantes”.
A propósito de los inmigrantes, es obvio que no es posible descifrar a Trump y sus políticas desvinculándolo de su prejuicio hacia lo hispánico y se da la circunstancia de que Bray es hispanista. Una pregunta necesaria en las actuales circunstancias geopolíticas es si ese odio a lo latino se extiende también a lo español.
“Muchos republicanos no conocen la diferencia entre España y Latinoamérica, así que tal vez no sea el momento más seguro para visitar los Estados Unidos”, responde Bray. “Yo diría que a los españoles se les considera blancos en tanto europeos y, por lo tanto, un viajero de Madrid no debería tener problemas. Tal vez, eventualmente, podría producirse algún problema si hablara en español”.
Supremacismo blanco
“Lo que es obvio es que hay un racismo institucional en contra de los latinos”, sostiene el escritor. “Las patrullas de Trump están deteniendo a la gente por la calle. A veces sin papeles y otras, con papeles, porque, a menudo, ni siquiera importa. Los tribunales han dicho que es legal hacer perfilado racial, lo cual es bastante peligroso. El papá de mi esposa es de Ecuador y su mamá es colombiana. Estuvo en Chicago y tenía miedo de las patrullas por la calle, aunque es ciudadana de los Estados Unidos. Iba siempre con su pasaporte”.
En opinión de Bray, el odio de Trump a lo latino no guarda solo relación con esa supuesta avalancha migratoria de la que el presidente habla para infundir más miedo. “Esa no es la única razón. Ha dicho abiertamente que la gente blanca de Sudáfrica es bienvenida en Estados Unidos”, sostiene. “Se ha producido una reacción explícitamente racista y en favor del supremacismo blanco”.
Manifestación en Estados Unidos en relación a la inmigración.
“Es más, Donald Trump ha llegado a asegurar que la teoría del reemplazo es cierta”, apostilla. “Es decir, ha dado por buena una teoría conspiratoria según la cual los judíos quieren destruir la raza blanca alentando la emigración y el mestizaje. Y esta tesis que ahora el presidente ha hecho suya era explícitamente nazi”.
Mark Bray coincide en que el concepto de “blanquedad” de Trump es un constructo WASP (el acuñado por los anglosajones protestantes) sin ninguna base científica que, por ejemplo, excluiría a un hispano con ancestros europeos de esa categoría. Ello tiene implicaciones claras.
“Se ha racializado el concepto de latino y se les considera indígenas y mestizos, de acuerdo a la visión de los republicanos”, continúa. “Hace cien años, ni siquiera los italianos eran considerados blancos, pero tras la Segunda Guerra Mundial fueron integrados en su proyecto de blanquedad junto a otras comunidades. Yo mismo soy judío e irlandés”.
Obligado al exilio
Desde su nuevo refugio español, el profesor ha dejado bien claro que no se trata de un exilio voluntario, sino de una pausa forzada por el clima político: “No creo que la persecución llegue hasta aquí. No he hablado todavía con ninguna agencia española de seguridad acerca de ello, aunque no creo que sea necesario”.
“Lo que cambió todo el pasado 5 de octubre fue recibir un email con la dirección de mi casa”, recuerda. “Al principio, pensamos en ir a otra ciudad pero después lo meditamos y llegamos a la conclusión de que la mejor opción era ir a otro país. Ya vivimos un año en España desde 2023 a 2024, de modo que entendimos que esta sería la mejor alternativa para nuestros dos niños”.
De momento, el plan es permanecer en la Península hasta la primavera y leer las noticias para pulsar la situación y ver cómo evoluciona todo. “Si las circunstancias no se modifican es posible que permanezcamos aquí más de un año, pero es demasiado pronto para anticipar qué haremos”.