Alí el Canario, el pescador que fue capturado por piratas y terminó siendo Gran Almirante de Argel

Alí el Canario, el pescador que fue capturado por piratas y terminó siendo Gran Almirante de Argel

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Alí 'El Canario', el joven español apresado como Cervantes por los piratas de Argel: se convirtió al Islam y llegó a Almirante

Simón Romero nació en Las Palmas de Gran Canaria en torno a 1639, en el barrio marinero de Triana. Con apenas 15 años, Simón fue capturado por corsarios argelinos.

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En el siglo XVII muchos españoles creían que cruzar el Atlántico podía acabar en tragedia, pero el verdadero terror estaba mucho más cerca. Bastaba con alejarse unos kilómetros de tierra firme para ser interceptado por los temidos corsarios berberiscos. En pocos minutos, la pesca se convertía en esclavitud, la religión en traición y la patria, en un recuerdo lejano.

Eso fue lo que le ocurrió a Simón Romero, un joven pescador de Las Palmas de Gran Canaria, capturado por piratas mientras faenaba cerca del Sáhara. Lo llevaron como esclavo a Argel, pero en solo unos años, renegó del cristianismo, se convirtió al islam y cambió su nombre.

Fue un renegado, un corsario y, para muchos, el mayor traidor salido de las Islas Canarias. Pero también fue un estratega naval, un líder diplomático y un personaje que desafió las fronteras culturales de su tiempo. Esta es la incómoda y fascinante historia del Gran Almirante de Argel, Alí el Canario.

Argel en el siglo XVI.

Argel en el siglo XVI. Wikimedia Commons

De pescador a esclavo

Simón Romero nació en Las Palmas de Gran Canaria en torno a 1639, en el barrio marinero de Triana. Era hijo de una familia humilde dedicada a la pesca costera, uno de los oficios más peligrosos del archipiélago en aquella época, ya que las incursiones de piratas norteafricanos eran constantes, y Canarias, puente entre Europa y América, era uno de sus objetivos prioritarios.

En una de esas salidas al mar, con apenas 15 años, Simón fue capturado por corsarios argelinos que lo llevaron a Argel, donde comenzó su vida como esclavo, un lugar en el que la vida no valía nada, rodeado de cadenas, trabajos forzados y el constante temor a la muerte.

No fue el único, ya que miles de canarios y andaluces vivieron destinos similares. Algunos murieron en galeras y otros fueron rescatados por la Iglesia. Pero hubo unos pocos, como Simón, que eligieron otro camino: convertirse en uno de aquellos piratas que tanto odiaban.

Renegado y corsario

Con el tiempo aprendió árabe, se convirtió al Islam y adoptó el nombre de Alí Arráez Romero. “Arráez” no era un apellido, sino un título, el de capitán. Este cambio no fue solo religioso, sino que era una puerta a la libertad.

Como musulmán, pudo comprar su emancipación y unirse a las naves corsarias, donde su valentía y astucia hicieron que destacara sobre los demás, lo que acabó provocando que, en 1667, el bajá de Argel le financiara una embarcación propia, a la que llamó simplemente “El Canario”. En aquel barco diseñado para el corso, ágil y letal, comenzó su carrera como corsario.

Sus ataques eran quirúrgicos, rápidos, eficaces y, en ocasiones, dirigidos contra su propia tierra natal, lo que hizo que su reputación creciese como la espuma. Atacó al menos 13 barcos canarios, capturando pescadores y mercantes que acababan en los mercados de esclavos de Argel. Pero lo hacía porque no tenía otro remedio.

Se debía a su nueva patria. Su ambición lo llevó aún más lejos, ya que surcó las costas de Galicia, Portugal, el Estrecho de Gibraltar y las aguas italianas, interceptando cargamentos de oro y especias. Su bandera, temida en el Mediterráneo, era un símbolo de audacia, pero Alí no era un depredador. Su alma canaria lo llevó a proteger a los cautivos, especialmente a sus paisanos.

Flotas inglesa y holandesa atacando a corsarios berberiscos.

Flotas inglesa y holandesa atacando a corsarios berberiscos. Wikimedia Commons

En 1686, pagó 2.000 reales para liberar a una cautiva mallorquina tras negociar el precio con el Bajá argelino, y donó pieles de camello y alimentos a prisioneros, aliviando su sufrimiento. Incluso Cristóbal Montesdeoca, notario de la Inquisición canaria, lo describió como un benefactor que nunca olvidó su origen.¿Cómo un corsario podía ser un salvador?

Porque Alí el Canario navegaba entre la crueldad del corso y la compasión por los suyos, un equilibrio que lo convirtió en toda una leyenda. Su éxito no se limitaba al pillaje. Alí también supo ganarse la confianza de las autoridades argelinas y otomanas, hasta tal punto que fue nombrado Gran Almirante de la flota corsaria de Argel.

Gracias a su fama, llegó a ocupar cargos diplomáticos, se convirtió en figura clave de la política mediterránea y sirvió de enlace entre los corsarios magrebíes y el poder otomano.

El vínculo con Canarias nunca se rompió

Pero a pesar de su nueva vida y de su fama como enemigo de España, Alí nunca olvidó sus orígenes. En una de sus primeras acciones como almirante rescató a su padre y a su hermana, que seguían viviendo en Canarias. Los llevó con él a Argel y les proporcionó una vida cómoda.

Más adelante, donó grandes cantidades de dinero a familias isleñas para liberar a otros cautivos. Según documentos de la época, Alí llegó a prestar “más de 40.000 reales de vellón” sin intereses, y nunca exigió su devolución. El obispo de Canarias llegó a llamarlo “el protector de los cautivos” y, en privado, algunos clérigos consideraban que su conversión había sido forzada.

El caso de Alí Romero pone sobre la mesa uno de los tabúes más complejos del siglo XVII: la figura del renegado. Quienes, por voluntad o necesidad, abandonaban el cristianismo y abrazaban el islam eran tratados con desprecio por ambos bandos. En Argel, siempre existía la sospecha de una doble lealtad. En España, su nombre era sinónimo de infamia.

Y, sin embargo, muchos de ellos fueron figuras clave en la política del Mediterráneo. Porque conocían los dos mundos. Sabían negociar, espiar, traducir, mediar y, si era necesario, comandar. Alí el Canario encarna esa paradoja, un enemigo que salvó vidas. Un traidor que ayudó a su familia. Un musulmán que nunca renegó de su origen canario.

El terror de Londres

El momento de mayor fama de Alí llegó en 1668, cuando capturó una flota inglesa cerca de Lisboa. A bordo iba Lorenzo Santos de San Pedro, regente de la Audiencia de Sevilla, enviado real que regresaba de investigar un motín en Tenerife. El barco navegaba bajo pabellón inglés, pero Alí, desafiando todos los tratados, lo abordó.

La captura desató un escándalo y Santos fue liberado por 244.000 reales de plata, una suma astronómica. Londres, furioso, exigió justicia al Bajá de Argel, quien se negó a devolver el barco, por lo que, en represalia, el puerto argelino fue bombardeado. La crisis estremeció las cortes de Madrid, Londres y Argel, pero Alí, Gran Almirante de la Armada Argelina, era intocable en el Mediterráneo.

Bombardeo de Argel de 1682.

Bombardeo de Argel de 1682. Wikimedia Commons

Su flota, con decenas de galeras, dominaba las rutas comerciales, pero su osadía lo convirtió en un objetivo prioritario de los cazadores de piratas.

El final del corsario

No se conocen muchos detalles sobre sus últimos años. En 1672, tras años de ataques, desapareció de los registros. Algunos dicen que murió en combate, mientras que otros afirman que se retiró, rico y venerado, y que falleció en la década de 1690 en Argel, donde fue enterrado con honores por parte del bajá.

Con su muerte, se cerraba una página incómoda de la historia canaria, una historia que, durante siglos, fue silenciada o demonizada y que solo en las últimas décadas ha empezado a recuperarse con una mirada más crítica, más amplia. Sin blanquear, pero tampoco sin censura.

Seguro que algunos se preguntarán por qué. Por qué un canario renunció a su fe. La respuesta es muy sencilla. No fue traición. No fue odio. No fue miedo. Fue simplemente, supervivencia. Porque aunque cambió su nombre, su fe y su bandera, su corazón (al igual que su apodo) siguió siendo canario hasta el fin de sus días...