Una representación gráfica de Pedro Bohórquez.

Una representación gráfica de Pedro Bohórquez.

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Pedro Bohórquez, el andaluz que convenció a los incas de que era nieto de Atahualpa y acabó liderándolos contra España

Este minero y comerciante nacido en Granada reunió a 6.000 indígenas armados y fue nombrado gobernador de Calchaquí por el virrey del Perú, hasta que fue descubierto planeando una revuelta contra el Imperio Español.

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En 1532, cuando Francisco Pizarro capturó al inca Atahualpa en Cajamarca, el Imperio Inca, el más vasto de América, se desmoronó bajo el peso de la conquista española. Pizarro, un ambicioso extremeño, prometió riquezas a sus hombres, pero dejó tras de sí un legado de sangre y división.

Un siglo después, un hombre común de Granada cruzó el Atlántico para revivir ese imperio perdido. No era un descendiente de los incas, ni un noble con sangre real, era un aventurero que se proclamó heredero legítimo de Atahualpa, uniendo a indígenas en una rebelión que desafió al virreinato del Perú.

En su cabeza el plan sonaba bien: crear un reino ficticio en los Andes, donde españoles e indígenas convivirían bajo su corona, pero la historia lo condenó como impostor.

Así fue como un 'inca andaluz' soñó con un trono imposible y pagó con su vida el precio de su farsa: Pedro Bohórquez.

Un granadino en busca de fortuna

Pedro Bohórquez nació alrededor de 1602 en Granada, España, en una familia humilde de artesanos. Huérfano desde muy joven, su vida fue turbulenta, tras alistarse en el ejército y participar probablemente en campañas locales, tras la Rebelión de las Alpujarras, y en conflictos europeos.

En la década de 1620, con alrededor de 20 años, cruzó el Atlántico hacia el Nuevo Mundo, atraído por las promesas de riqueza en las Indias. Llegó a Cartagena de Indias, donde trabajó como minero y comerciante, navegando en un mundo repleto de oportunidades.

En el Virreinato del Perú, aunque legalmente los indígenas eran ciudadanos de pleno derecho, la realidad era otra, así que el resentimiento hacia los españoles era palpable. Además, movimientos como el de Túpac Amaru I, en el año 1572, habían dejado un legado de esperanza que el tiempo todavía no había disipado. Y fue en este contexto de crispación donde el astuto y carismático Bohórquez vio una oportunidad única.

Según el Archivo General de Indias, en 1650 fue encarcelado en Lima por estafas menores y, tras su liberación, se trasladó a las regiones andinas, aprendiendo quechua y costumbres incas de los nativos, adoptando el nombre de Pedro Chamijo para sonar más indígena.

Creando un príncipe

En 1656, Bohórquez llegó al valle de Calchaquí, en lo que hoy es el noroeste de Argentina. Allí se proclamó Inca Hualpa, supuesto descendiente de Atahualpa, el último emperador inca ejecutado por Pizarro.

Con una corona improvisada y relatos de profecías incas, convenció a tribus calchaquíes, diaguitas y quilmes de unirse a él, prometiendo restaurar el imperio inca. Su carisma y su magnetismo acabó calando hondo mientras hablaba de un reino donde indígenas y españoles convivirían en igualdad.

El 'reino' de Bohórquez tomó forma en las montañas de Calchaquí, un territorio árido donde el control español era débil. Pedro reunió a unos 6.000 indígenas armados con arcos, lanzas y algunas armas robadas y negoció con el virrey del Perú, Luis Enríquez de Guzmán, conde de Alba de Liste, presentándose como un aliado que pacificaría las tribus rebeldes.

Luis Enríquez de Guzmán.

Luis Enríquez de Guzmán. Wikimedia Commons

En 1657, impresionado por su elocuencia, el virrey le otorgó el título de 'gobernador' de Calchaquí, donde Bohórquez construyó un 'palacio' rudimentario en una fortaleza indígena en la que celebraba ceremonias que mezclaban ritos incas con cristianos, consolidando su autoridad. Además, reclutó desertores españoles y mestizos, formando un ejército híbrido, y exploró minas de oro olvidadas, alimentando la ilusión de riqueza para sus súbditos.

Su reino duró tres años, de 1656 a 1659. Era un espejismo de autonomía nacido de una farsa que tenía muchas grietas. La peor, su ambición. Porque su 'reino' atrajo a miles de indígenas que veían en él un mesías, pero también alarmó a las autoridades españolas, que temían una revuelta generalizada, algo que, en 1659, el virrey descubrió que se estaba planeando, así que, furioso, envió tropas a Calchaquí.

Tras ser descubierto, Bohórquez huyó a Tucumán, donde se entregó, prometiendo revelar tesoros incas a cambio de clemencia, algo que no evitó que fuera enjuiciado.

Descubriendo el pastel

El juicio de Pedro Bohórquez en Lima, iniciado en 1660, fue un espectáculo de ambición y traición. Según el Archivo de Indias, Bohórquez mantuvo su farsa, afirmando ser un descendiente inca con derecho a gobernar, pero cartas interceptadas y testimonios de algunos indígenas lo desmintieron.

Fue condenado a cadena perpetua en una prisión de Lima, posiblemente en la isla San Lorenzo ubicada frente a la costa del Callao, pero Bohórquez no se rindió. En 1662, prometió guiar a los españoles a minas de oro perdidas, motivo por el cual consiguió ser liberado provisionalmente. Pero en vez de llevarlos al oro, huyó a Calchaquí, donde reavivó la rebelión junto a 3.000 indígenas, atacando haciendas españolas.

Situación de la isla San Lorenzo frente a la costa del Callao.

Situación de la isla San Lorenzo frente a la costa del Callao. Wikimedia Commons

La segunda revuelta fue feroz, pero efímera. En 1665, el gobernador Alonso de Mercado y Villacorta lo capturó en una emboscada en las montañas. Fue trasladado a Lima y se enfrentó a un nuevo juicio en el que fue condenado a muerte.

Muerte al impostor

El 3 de enero de 1667, con unos 65 años, fue ejecutado en la horca en la Plaza Mayor de Lima. Su cuerpo fue descuartizado y su cabeza exhibida como advertencia a futuros estafadores. La rebelión costó cientos de vidas y miles de pesos al virreinato, pero el mensaje estaba claro: que nadie ose traicionar al virreinato.

El reino ficticio de Bohórquez fue mucho más que un simple engaño, ya que encendió una chispa que resonó en todos los Andes. Su rebelión inspiró movimientos posteriores, como la de Túpac Amaru II en 1780, que buscaba restaurar el poder indígena. Y a pesar de que Bohórquez era un impostor, su capacidad para unir a miles de indígenas mostró la fragilidad del dominio español en América.

Representación artística de Pedro y su ejército de nativos y desertores.

Representación artística de Pedro y su ejército de nativos y desertores. Iván Fernández Amil

Pedro Bohórquez no era un verdadero inca, era un aventurero que explotó el resentimiento indígena para su gloria personal. Su reino efímero en Calchaquí reveló las fracturas del virreinato y la debilidad española en las fronteras, anticipando las guerras de independencia del siglo XIX, donde mestizos e indígenas reclamaron sus derechos y expulsaron a España del continente.

En España, algunos cronistas afirmaban que Pedro había sido un astuto villano. En América, otros lo consideran como una parte importante de la chispa de la independencia. Quizá, tan solo fue un andaluz que un día tuvo un sueño