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El alemán Jörn o los hermanos Prieto, rostros de la tragedia en Lusío, donde no queda una casa en pie: "Invertí todo mi dinero"

Esta población de apenas 11 habitantes se ha llevado una de las peores partes del incendio que se descontroló entre Orense y León: "No se puede rescatar nada, hay que tirar todas las viviendas que se han quemado".

Más información: Las 3 noches en vela de Arsenio Pombo, el alcalde de Oencia que no se rinde contra el fuego: "Los vecinos han salvado los pueblos".

Oencia (León)
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En un rincón al que solo se accede por caminos de montaña, oculta hasta este sábado entre un mar de árboles, se levantaba Lusío, una pequeña población de apenas 11 habitantes fijos que se integra en el municipio leonés de Oencia. Pero este domingo, este paradisíaco rincón de El Bierzo se convirtió en un cenicero por culpa de las llamas, que no dejaron piedra sobre piedra.

Este miércoles por la tarde, tres días después de que las llamas tomaran el pueblo, el humo sigue saliendo de entre los restos de lo que hace solo unos días eran casas; y que hoy apenas son paredes que luchan por no derrumbarse.

Jörn, como todos los vecinos, no vio venir el horror. Este ciudadano alemán concede una íntima entrevista a EL ESPAÑOL mostrando su casa sin abrir las puertas, porque ya no están. Todo es un amasijo de cenizas de las que aún emana calor.

"Es un desastre", lamenta el germano. Se mudó a Lusío porque allí encontró lo que siempre había estado buscando: un espacio libre, completamente rodeado de la naturaleza, de árboles y de animales, donde el aire que se respiraba era el más puro que pudiera imaginarse. "Llevaba viviendo aquí más de un año".

PREGUNTA.– ¿Ha podido rescatar algo de entre las cenizas?

RESPUESTA.– Absolutamente nada. Tenía una instalación de placas solares que me costó más de 10.000 euros, y también ha quedado completamente reducida a cenizas.

Jhörn, vecino de Lusío (Oencia), sentado en las escaleras de la entrada de lo que fue su casa, antes de ser devorada por las llamas.

Jhörn, vecino de Lusío (Oencia), sentado en las escaleras de la entrada de lo que fue su casa, antes de ser devorada por las llamas. J. I. M.

El horror llegó precedido de una falsa ilusión. Este sábado, ante el avance de las llamas que por entonces se avistaban a lo lejos, la Guardia Civil ordenó desalojar esta pequeña villa. Sin embargo, se les permitió volver al día siguiente. Jörn lo encontró todo en su sitio, y pensó que todo habría quedado en un mal susto.

Para su desgracia, ese mismo domingo, los agentes regresaron pidiendo evacuar el lugar con mucha más urgencia. Y ese día, el infierno se abalanzó sobre Lusío. "Cogí a mis perros, unos vaqueros y dos pantalones cortos. Eso es lo que he podido rescatar".

"Por suerte no ha muerto nadie", afirma, buscando un consuelo entre las cenizas. Pasea por lo que hace solo unos días eran calles. Se asoma a su casa desde el marco de la puerta, pero no encuentra nada.

El cartel que indica la entrada a Lusío, abrasado por las llamas.

El cartel que indica la entrada a Lusío, abrasado por las llamas. J. I. M.

Avanza hasta la siguiente vivienda, mira entre las ventanas. Trata de encontrar desesperadamente algo a lo que aferrarse para justificar su carácter alegre. Finalmente, se acuerda de su jardín, y la sonrisa le vuelve a la cara porque "al menos se ha salvado una parte".

"Ahora habrá que ver a qué ayudas podemos acceder. Porque de mi casa no se puede rescatar nada, hay que tirarla entera. Y hay que hacerlo antes del invierno, porque aquí llueve mucho y si no se limpia todo esto, la fuerza del agua arrastrará los restos y tirará sin control las paredes".

P.– ¿Dónde está viviendo ahora?

R.– Unos amigos me han dejado una casa para vivir en los próximos meses. Pero quiero volver a vivir aquí, reconstruir todo lo que se pueda y ayudar a los vecinos. Pero nos llevará años recuperar la normalidad.

Jörn comparte su drama ante varios vecinos que asienten cabizbajos mientras escuchan su relato. Son Antonio, Toña y Beni los hermanos Prieto García, una familia unida a Lusío desde su infancia más temprana.

Antonio, frente a los restos humeantes de su casa en Lusío, junto a sus hermanas Beni (i) y Toña (d)

Antonio, frente a los restos humeantes de su casa en Lusío, junto a sus hermanas Beni (i) y Toña (d) J. I. M.

De los tres, Antonio seguía viviendo en el pueblo, donde disfrutaba de su jubilación en la que fue la casa de sus padres. "Yo nací aquí", rememora, sin poder encontrar las palabras. "Al menos seis viviendas del pueblo están vinculadas a nuestra familia".

"Cuando vino la Guardia Civil a desalojar les dije que no me quería ir, y me dijeron que si no accedía, me arrestarían. Salí corriendo, con dos pantalones y dos camisetas". Esa decisión salvó su vida. La prueba es que su vivienda es una de las que aún sale humo. Los techos han cedido y solo permanecen algunas de las paredes levantadas con pizarra.

En la ceniza que se respira también se puede oler la indignación y la pena. Beni llora cuando narra el drama que les ha supuesto perder el lugar en el que se criaron, y donde ella misma también tenía una casa.

Beni, en la entrada a una antigua cuadra de su casa, con una fuga de agua por el incendio.

Beni, en la entrada a una antigua cuadra de su casa, con una fuga de agua por el incendio. J. I. M.

"Una de las poquísimas casas que ha quedado en pie es una que está en el borde del pueblo, y es compartida entre los diez hermanos. Pero ha sido un milagro que se pudiera salvar algo".

En un momento dado, Beni saca fuerza de entre la marea de sentimientos, y arremete contra la gestión del desastre: "Somos de pueblo, pero no somos tontos y tenemos los mismos derechos que el resto de los españoles porque pagamos nuestros impuestos. Ahora esto tienen que arreglarlo quienes han permitido que esto pase por mirar hacia otro lado".

Su hermana, Toña, amplía: "Los bomberos y la UME no tienen la culpa de lo que ha pasado porque ellos estaban agotados. La culpa la tienen los políticos, que no tienen previsión y no les importamos. Ahora nos gustaría que viniera un técnico de cualquier administración a cuantificar los daños".

P.– ¿Tienen alguna idea del valor total de los daños?

R.– Todavía no hemos podido calcularlo. Sobre los 100.000 o 150.000 euros.

Mientras el calor latente de la ceniza sigue avivando los recuerdos de la masacre, varios vecinos con picos y palas analizan casa por casa el desastre, buscando posibles fugas de agua, de las que hay unas cuantas. Entre tanto, Toña retoma la palabra.

Antonio conversa con varios vecinos que buscan fugas de agua en las casas quemadas en Lusío.

Antonio conversa con varios vecinos que buscan fugas de agua en las casas quemadas en Lusío. J. I. M.

P.– ¿Creen que este desastre se podría haber evitado?

R.– Esto viene por no haber invertido prácticamente nada de dinero en prevención. Con lo que aquí llueve y la cantidad de vegetación que había, se veía venir que como pasara algo tendríamos que irnos del pueblo.

En una línea de montañas por donde vino el incendio hay un cortafuegos muy ancho. Pero como no se limpia, el fuego lo ha sobrepasado como si fuera de broma. Y cuando venían las llamas, vi al alcalde y a mi hermano llamar una y otra vez llamando a la Guardia Civil, al 112... A todo lo que se nos ocurría. Y no le hicieron caso a nadie.

¿El Nivel 3 cuándo se decreta? ¿Cuando se han quemado 10 pueblos? A mí no me importa quién gobierne en Castilla y León o en España. Nosotros vamos limpiando aquí y allá, ¿pero cómo vamos a mantener esto si somos 10 o 15? Es devastador cómo nos han ignorado. Teníamos la tentación de ponernos a limpiar por nuestra cuenta, pero seguramente nos habrían multado.

"Ahora sobre todo es importante que no nos hagan como a las víctimas de la Dana: mucha palabrería, y luego nos abandonan totalmente".

Hasta el 18 de agosto habían ardido 348.238 hectáreas, casi el 0,7% del territorio nacional. Sin embargo, en el resto de pueblos que conforman Oencia, este miércoles alzaban la vista al monte con más esperanza.

El despliegue de medios se ha multiplicado: varios helicópteros e hidroaviones combaten las llamas sin descanso. En villas como Quintela o Villarubín, la esperanza está mirando al cielo.

Sin embargo, en Lusío, la poca esperanza que queda va en un dirección totalmente diferente: en no ser olvidados por unas administraciones cuya gestión genera controversias, y en que no se escatimen los recursos para ayudarles a recuperar su vida y su historia.