Indalecio Prieto, ministro de Defensa de la II República en 1937, y el puerto de Cartagena.

Indalecio Prieto, ministro de Defensa de la II República en 1937, y el puerto de Cartagena. Wikimedia Commons

Reportajes

El plan secreto de la República para armarse contra Franco: vender a Inglaterra los puertos de Vigo, Mahón y Cartagena

En 1937 Indalecio Prieto, entonces ministro de Defensa, quiso ceder la soberanía total y permanente de estas infraestructuras. La propuesta fue rechazada y borrada del relato oficial.

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En plena Primera Guerra Mundial, el Gobierno griego cedió el control del puerto de Salónica a las potencias aliadas. Fue una cesión forzada pero estratégica, ya que Francia y Gran Bretaña necesitaban una base para operar en los Balcanes.

Grecia, un país neutral presionado por ambos bandos, aceptó un trato que no sólo supuso una humillación diplomática, sino que también dividió al país, debilitó al Gobierno y precipitó una guerra civil interna. Pese a todo se hizo.

Dos décadas después, un episodio de corte similar estuvo a punto de ocurrir en España. En 1937, mientras la Guerra Civil arrasaba el país, el Gobierno republicano, exhausto y aislado, contempló una propuesta inaudita: ceder los puertos militares de Cartagena, Vigo y Mahón al Reino Unido a cambio de apoyo financiero y militar. Y no se trataba de una cesión temporal, era una entrega total de soberanía.

La idea la planteó el ministro de Defensa, Indalecio Prieto, y aunque la propuesta fue rechazada, silenciada y borrada del relato oficial, fue muy real, y revela hasta qué punto la República estuvo dispuesta a sacrificar parte del país con tal de salvar lo poco que ya quedaba de ella.

Desesperados

A mediados de 1937, la Segunda República vivía su momento más crítico. Tras resistir milagrosamente en Madrid el año anterior, las fuerzas franquistas avanzaban sin freno por el norte. Bilbao había caído, Santander estaba rodeada, el frente republicano se resquebrajaba y la ayuda internacional no llegaba o era insuficiente. Además, ni Francia ni Reino Unido parecían dispuestos a intervenir en serio.

Indalecio Prieto.

Indalecio Prieto. Wikimedia Commons

En este contexto, Indalecio Prieto asumía la cartera de Defensa en sustitución de Largo Caballero. A diferencia de otros políticos, Prieto creía en una República funcional, europea y moderna, y sabía que, sin aliados internacionales, la guerra estaba perdida. Pero también sabía que Stalin no daba nada gratis y que la dependencia de la Unión Soviética resultaba cada vez más impopular dentro y fuera de España.

Por eso Prieto miró hacia Londres. Y por eso se atrevió a plantear lo que nadie se habría atrevido a hacer antes.

Un plan impensable y real

Según los documentos revelados años después por el historiador Ángel Viñas, Prieto transmitió a su agregado militar en Londres, el entonces coronel Segismundo Casado, la propuesta de ceder tres enclaves estratégicos españoles al Reino Unido a cambio de apoyo directo: Cartagena, sede de la marina republicana; Vigo, conexión con el Atlántico; y Mahón, clave en el Mediterráneo.

La oferta era clara e incluía la soberanía total y permanente sobre los puertos, no una simple cesión temporal. Su objetivo era el de conseguir armas, barcos, financiación y, sobre todo, romper el aislamiento diplomático, convirtiendo a Inglaterra en aliada de la República.

Casado tanteó discretamente la idea ante los británicos, aunque la respuesta fue ambigua, ya que ni hubo aceptación ni rechazo explícito. Londres no se movió, ya que prefería la pasividad antes que intervenir a favor de un Gobierno al que ya veían demasiado vinculado con Moscú.

¿Una propuesta indecente?

A ojos de muchos republicanos, la propuesta de Prieto fue un acto de desesperación, pero también de lucidez. Él mismo sabía que no era una solución justa, ni patriótica, ni popular. Aquella era, sencillamente, la única opción que le quedaba a un Gobierno que se hundía.

Entregar Cartagena, Mahón y Vigo era perder una parte del país para salvar el resto y hacerlo a manos de una potencia democrática como el Reino Unido podía interpretarse como una forma de europeizar la República, alejarla del estigma soviético, atraer simpatías internacionales y, quizá, forzar una mediación.

Prieto no lo planteó como una traición, sino como un sacrificio. Él mismo, en sus propios textos, nunca reconoció públicamente el plan, pero dejó entrever su frustración con el abandono internacional, su temor a la creciente influencia comunista en el Gobierno y su angustia ante un conflicto que se prolongaba sin esperanza.

Rechazada por todos

La propuesta no prosperó en Londres, pero tampoco dentro del Gobierno republicano, donde la idea de entregar soberanía territorial fue recibida como una ofensa. Juan Negrín, presidente del Consejo de ministros, lo consideró inaceptable, y Manuel Azaña, desde su puesto de presidente de la República, tampoco lo apoyó.

Además, en un país fracturado, cualquier mínima señal de debilidad podía ser mortal. A ojos de la propaganda franquista, la cesión habría sido un regalo: "La República vende España a los ingleses, como antes al oro de Moscú". El impacto propagandístico habría sido devastador y en el exterior tampoco estaba claro que esa concesión fuese suficiente para cambiar la política de no intervención.

Tropas sublevadas entrando en Bilbao en 1937.

Tropas sublevadas entrando en Bilbao en 1937. Wikimedia Commons

Por eso el plan fue desechado, sepultado en la discreción, sin votaciones y sin consultas. Fue una idea que murió en la confidencialidad diplomática, pero que existió, porque las pruebas también existen.

La historia que no convenía contar

Durante décadas, nadie habló de ello. Ni en el exilio republicano, donde se prefería recordar los ideales y no las renuncias, ni en la historiografía franquista, que nunca necesitó inventar esa cesión para acusar de traidora a la República. Era un episodio incómodo para todos, para los que habían intentado resistir con dignidad y para los que preferían recordar solo las gestas.

Pero los documentos estaban ahí. Y cuando se revisaron los archivos británicos, cuando se cruzaron las memorias, los telegramas y las notas diplomáticas, la historia salió a la luz.

Mahón en la actualidad.

Mahón en la actualidad. Wikimedia Commons

Imaginar hoy a Cartagena, Vigo y Mahón bajo bandera británica es un ejercicio inquietante, no solo por lo que habría supuesto para la soberanía nacional, sino por lo que revela sobre el coste de la supervivencia. Cartagena, con su astillero militar y su historia naval; Vigo, la salida estratégica al Atlántico; y Mahón, con su bahía natural, codiciada desde el siglo XVIII. Cederlos no habría sido una decisión técnica, habría sido una amputación geográfica y simbólica.

Pero en 1937, con la República cercada, saqueada y silenciada, cualquier opción parecía mejor que la derrota total. Y esa era la lógica de Prieto. No se trataba de ganar, se trataba de aguantar. Y si para ello había que vender el país por partes, se vendería.

Un reflejo brutal de la guerra

La historia del “plan de los puertos” no es solo una anécdota, es un espejo que muestra hasta qué punto la guerra desdibuja las fronteras éticas, patrióticas y políticas, y enseña que, en la ruina, incluso los estadistas más sensatos contemplan decisiones límite.

Indalecio Prieto no fue un traidor a su República, fue un hombre atrapado entre el colapso y la conciencia y que intentó salvarla como pudo. Si para ello tenía que ofrecer a Inglaterra tres puertos españoles, lo hacía. No lo consiguió, pero la historia, como el mar, recuerda incluso lo que nunca llegó a ocurrir.