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A principios del siglo XVIII, un alquimista alemán nacido en el castillo del señorío imperial libre de Frankenstein buscaba el elixir de la vida. Firmaba como Konrad Dippel Frankenstein y entre sus experimentos había uno con el que pretendía convertir en materia el alma para poder extraer su esencia y poder dar la vida a los muertos.

Para ello, había quien afirmaba que experimentaba con cadáveres robados del cementerio del pueblo, lo que le valió para ser acusado de herejía por las autoridades alemanas. Konrad Dippel fue perseguido durante su vida por los rumores de que había vendido su alma al diablo y que robaba cadáveres para sus macabras investigaciones, por eso hay quien piensa que Mary Shelley oyó estas historias cuando visitó el castillo años después, sirviéndole de inspiración para crear su mito.

Sea como sea, hay un parecido evidente entre las actividades de Dippel y el doctor Víctor Frankenstein creado por Shelley, sobre todo en su obsesión en la búsqueda de la manera de crear vida a partir de materia inanimada. Falleció en 1734, poco después de anunciar que había dado con un elixir capaz de prolongar la vida. La causa de su muerte fue un ictus, hay quien cree que fue originado por un envenenamiento al probar sus brebajes consigo mismo.

La obsesión por la muerte, la resurrección y la creación de vida ha sido una constante en la mente humana a través de la historia, pero si alguien ha estado a punto de conseguir resucitar a los muertos, fue un biólogo estadounidense que no solo trajo del Más Allá a perros fallecidos, sino que quiso probar su técnica con seres humanos, pero no le dejaron. Su nombre: Robert E. Cornish.

Sangre de gladiador

Cornish no fue el último ni el único en mostrar su fascinación e interés por la muerte y su poder. Los romanos creían que una persona epiléptica se curaría si bebía la sangre caliente de un gladiador recién muerto en combate, ya que pensaban que esta enfermedad era consecuencia de una intervención divina, así que solamente la sangre de un semidiós viviente podría acabar con ella, por lo que, cuando uno caía muerto en la arena, los enfermos de epilepsia se abalanzaban sobre sus heridas abiertas para hacerse con su sangre.

Mucho después del Imperio romano, pero antes de Cornish y sus macabros experimentos, en 1907, The New York Times publicaba un comunicado de prensa en el que un médico de Massachusetts, Duncan MacDougall, demostraba que el alma humana era un atributo físico y real, y que su peso era de 21 gramos. Decía haber pesado el alma.

MacDougall había realizado un experimento con el que pretendía demostrar su teoría de que el peso que las personas pierden al fallecer se debe al peso del alma que se libera del cuerpo y, para ello, seleccionó a seis ancianos de residencias que estaban a punto de morir y, cuando entraban en fase agónica, los trasladaba a una cama especialmente diseñada para calcular el peso del paciente antes e inmediatamente después de fallecer.

Un niño prodigio

Robert E. Cornish era solo un niño cuando MacDougall realizaba sus experimentos, pero no era un niño cualquiera. Nacido en 1903 en San Francisco, Cornish era un niño prodigio con una mente muy superior a la media y estaba destinado a hacer historia. Se decantó por la biología, una carrera que finalizó con tan solo 18 años en la Universidad de Berkeley y donde cuatro años después conseguiría el doctorado.

Cornish y uno de los perros a los que resucitó.

Cornish y uno de los perros a los que resucitó. Archivo Bettmann

Gracias a su nivel académico y su fama como promesa en el mundo de la ciencia, Cornish fue rápidamente contratado como investigador en los prestigiosos laboratorios de la universidad, con carta blanca para desarrollar sus ideas. En poco tiempo se convirtió en una persona muy respetada por la comunidad de investigadores pero a partir de 1931 se obsesionó con una palabra: resurrección.

Resucitar a los muertos

Como era un respetado y prestigioso científico, los laboratorios le permitieron utilizar sus instalaciones para su experimento con el que pretendía resucitar a los muertos.

Su proyecto se basaba en una especie de balancín en el que colocaba el cadáver y al cual balanceaba de arriba abajo para dinamizar el flujo sanguíneo mientras inyectaba sangre, anticoagulantes y oxígeno al cuerpo del fallecido para reactivar sus sistemas.

El 22 de mayo de 1934 probó su teoría en cinco perros a los que bautizó como Lazarus (I, II, III, IV y V). Primero los mataba con éter etílico, un compuesto que se utiliza en medicina como anestésico, esperaba 10 minutos hasta confirmar su muerte y a continuación aplicaba su técnica.

Los tres primeros intentos fracasaron, pero Lazarus IV y Lazarus V resucitaron y sobrevivieron durante varios meses, aunque con motricidad desequilibrada, alteraciones nerviosas, ciegos y con importantes daños cerebrales.

Cornish y uno de los perros resucitados.

Cornish y uno de los perros resucitados. Archivo Bettmann

La noticia dio la vuelta al mundo y la comunidad científica no daba crédito a que se hubiera podido revivir a dos perros clínicamente muertos, pero para Cornish seguía siendo un fracaso, ya que hasta que el resucitado tuviese las mismas capacidades que antes de morir, no consideraba a su teoría un éxito.

Pero el hecho de utilizar a perros vivos y las implicaciones éticas y morales de sus experimentos le valieron para recibir grandes críticas y presiones. Su experimento generó tal revuelo que la universidad canceló el proyecto, ya que no toleraba el trato al que sometía a los perros; sin embargo, Cornish no se frenó y continuó su investigación en su propia casa empleando cerdos en vez de perros, dada su similitud con el ser humano.

Resucitando humanos

A pesar de las feroces críticas y presiones, en 1947 anunció que estaba listo para realizar el experimento en humanos y encontró un voluntario: Thomas McMonigle, un asesino de niños condenado a muerte que estaba en la prisión de San Quintín a la espera de recibir su pena.

McMonigle ofreció su cuerpo para ser reanimado tras ser ejecutado en la cámara de gas. Afirmaba que, si el experimento era un éxito, se podría salvar la vida de innumerables personas.

Sin embargo, las autoridades penitenciarias de California se negaron categóricamente, ya que temían que Cornish triunfara, resucitara a McMonigle y tuvieran que liberar a un asesino bajo la cláusula de “doble enjuiciamiento”, ya que no podría volver a cumplir de nuevo la misma condena por el mismo delito.

¿Y si lo consigue?

La propuesta de devolver a la vida a asesinos ejecutados convirtió a Cornish en el centro del furor médico, legal y ético, por lo que, finalmente, debido a la presión mediática, renunció públicamente a su proyecto y se apartó de la comunidad científica, aunque nunca dejó de experimentar.

Cornish preparando su método de resurrección.

Cornish preparando su método de resurrección. Archivo Bettmann

Falleció el 6 de marzo de 1963 por causas naturales. Oficialmente nunca probó su teoría en seres humanos. Oficialmente solo resucitó a dos perros. Oficialmente…