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A Astrid Gil-Casares (52) se le rompió la vida cuando hace varios años falleció su madre, la aristócrata francesa Catherine Marlier, a causa de un cáncer. Su padre es el ingeniero naval Santiago Gil-Casares Armada y por parte de padre es sobrina nieta de Alfonso Armada y Comyn, implicado en el Golpe de Estado del 23-F.

Da lo mismo la edad que se tiene porque la tristeza de la pérdida se posa en los poros de la piel, no transpira y a veces te ahoga. Acaba de publicar el libro No digas nada donde Alana, el personaje principal, tiene ciertos retazos de Astrid. "El libro parte del dolor que sentí yo, como Astrid, y a raíz de ese dolor que sentí decidí escribir el libro. Es por el dolor de la muerte de mi madre", asegura a EL ESPAÑOL.

A lo largo del relato se entremezclan las semblanzas entre Astrid y Alana. Ambas son de clase social alta, hacen lo que quieren sin importarles la opinión de los demás, son de educación y valores parecidos, se codean con los grandes nombres de la aristocracia de sangre y del dinero… Astrid Gil-Casares era una perfecta desconocida hasta que en 2006 se casó con uno de los hombres más poderosos de nuestro país, Rafael del Pino y Calvo-Sotelo (66), presidente de Ferrovial y un nombre fijo en el listado Forbes de las personas más ricas de España.

Astrid Gil-Casares, escritora.

Astrid Gil-Casares, escritora. David Morales EL ESPAÑOL

Se había conocido varios años antes en Londres mientras Astrid trabajaba en banca de inversión como JP Morgan, HSBC y CSB. Anteriormente lo había hecho en París para el banco Rothschild.

Según la Biblia de los más ricos, el año pasado el empresario ganó 6,5 millones de euros, un 21% más que en 2023. Se le calcula una fortuna de 6.900 millones de euros. A nivel mundial ocupa el puesto 487. A esa boda de alta alcurnia acudieron algunos de los nombres más relevantes de la que podríamos denominar la nueva beautiful people, entre ellos, Kyril de Bulgaria, Sabino Fernández Campo -ex Jefe de la Casa del Rey-, Helena Boyra y José Federico de Carvajal, Mar Flores y su esposo Javier Merino o los hermanos José María y Santiago Bergareche, delegado y consejero de Vocento, respectivamente.

La madrina de la novia fue Isabel Sartorius, que pertenece al círculo íntimo de Astrid y que en el pasado se convirtió en la primera novia oficial del rey Felipe VI. Por cierto, en No digas nada aparecen nombres que evocan un pasado y presente de esplendor como los Niarchos o los Fürstenberg. Pero ojo, avispado lector o lectora, a ver si son capaces de encontrar a Felipe VI que aparece desdibujado entre las palabras.

Fruto de aquel matrimonio, Astrid y Rafael tuvieron tres hijas, Alec, Tadea y Cleo, a quienes la escritora ha dedicado sus tres libros, Nadie me contó (2020), Ese jueves al anochecer me subí al tren (2022) y No digas nada (2025). El matrimonio se separó en 2016.

Tras haber curtido intelectualmente y de haber devorado centenares de libros, Astrid dio el paso a la literatura para que, de cierta manera, los fantasmas de su relación amorosa quedasen exorcizados. Al igual que el resto de los mortales, nuestra protagonista ha pasado por etapas oscuras, claras y claras, pero casi siempre ha salido victoriosa.

Criada en la urbanización Puerta de Hierro, donde su residente más ilustre es Isabel Preysler (74), con unos veranos de lujo en Sotogrande y unas vivencias actuales en La Moraleja, Astrid siempre se ha puesto el mundo por montera. De algo le ha tenido que servir cierta indocilidad mamada en la cuna.

Pregunta.– Esa rebeldía que ha confesado en infinidad de ocasiones, ¿es por genética o se va moldeando?

Respuesta.– Soy rebelde en los ojos de los demás, no es que yo quiera serlo. Es como si no oyera las reglas, sé que hay que respetar y soy muy consciente de cuando algo daña o no. A veces he hecho cosas sabiendo que haría daño, como cuando me hice los tatuajes, ya que no forman parte del mundo de padre, mi hermano o la familia cercana. Hubieran preferido que no me los hiciera, al hacerlo piensan que no estoy bien conmigo misma. En definitiva, soy rebelde porque hago lo que me da la gana. Siempre lo he hecho y nunca me ha condicionado lo que dijeran los demás, es la gran suerte que tengo porque es mi carácter.

Además, tengo también suerte en mi vida porque nunca me he esforzado en nada, ni un solo día en mi vida, porque cuando decido hacer algo ya no es esfuerzo. Soy consciente de que hay que hacer esto para llegar a la meta. He trabajado muchísimo, he estudiado, y cuando era pequeña sí quería tener más dinero además de la paga de mis padres tenía que trabajar. Fui babysitter, azafata de congresos, estuve en un restaurante, puse copas… Con los años llegué a trabajar en banca, pero eso no es esfuerzo. Por eso le doy tanta importancia en el libro a la libertad de hacer algo. He nacido así. Cuando hablan de la cultura del esfuerzo no sé lo que es.

Astrid Gil-Casares.

Astrid Gil-Casares. David Morales EL ESPAÑOL

P.– Quizás cuando se hace por placer no se nota el esfuerzo, pero es que en su caso ha tocado parcelas tan complicadas como la banca de inversión en París y Londres…

R.– A ver, los trabajos duros en la vida son otros, como bajar a una mina, limpiar cuartos de baño… No son los que yo he hecho. No perdamos la perspectiva nunca del privilegio que ha sido mi vida. Soy extremadamente consciente y Alana también lo es. Dicho esto, cuando trabajé como niñera o sirviendo copas lo hice porque fue una decisión mía, quería más dinero y, por ello, mis padres me dijeron que me buscara la vida. Si iba a un congreso miraba de qué se trataba, me las apañaba para poder escuchar. A lo mejor estuve 14 horas en tacones, pero no se me ocurrió pensar que fuera un sacrificio. Esto es genético. Es como la gente que bebe y nunca tiene resaca.

P.– ¿En cuántas burbujas ha estado y por qué deciden un buen día ahí os quedaréis?

R.– (Se queda muy pensativa) Una vez que has estado en un cierto tipo de burbuja en un momento determinado fue decisión mía si vivía en un cierto ostracismo social. Es verdad que no querría volver a ese tipo de gente (los ricos y poderosos) o actos sociales porque, además, particularmente no querrían que yo volviese, así que nos ignoramos amigablemente en la actualidad. Quizás tengo suficientes burbujas en las que puedo refugiar, algunas mucho más interesantes que las otras. Sobre todo, en el extranjero. Tengo mucha suerte de haber conocido el mundo tecnológico en Estados Unidos, la aristocracia en Europa o la de los bohemios en Bali. En esas burbujas entro y salgo en el momento vital en el que estoy.

P.– A ese ostracismo social le denomina con humor 'el éxodo' o 'el exilio'. ¿Hasta qué punto durante su matrimonio con Rafael del Pino fue consciente de la mendacidad de los ricos y poderosos?

R.– ¿Qué quieres decir con mendacidad?

P.– Las dobleces, la insinceridad.

R.– Hmmm, en general uno se mueve por intereses por intereses en cualquier estatus social. Quizás, a medida que vas subiendo socialmente, se multiplica exponencialmente. En todos los estratos sociales hay que aplacarse al poder, quizás lo que llama la atención cuando llegas a un cierto nivel donde hay gente con mucho poder es el número y la importancia de lo que está en juego. Por eso, parece que la gente sea más destacada, pero no sé, creo que en todos los sectores, como tu gremio, no todos son muy amables con todos, ¿no? Las reglas del juego son similares.

Astrid Gil-Casares.

Astrid Gil-Casares. David Morales EL ESPAÑOL

P.– Cuando se mueven cantidades estratosféricas de dinero que uno ya no sabe como poner los ceros, si van al revés, o al derecho, a la derecha o la izquierda, por regla general el ámbito de los negocios son de hombres, ¿hasta qué punto es la mujer de..., dejando claro que siempre ha sido una mujer independiente…?

R.– No, no, yo me convertí en el documento adjunto de mi ex marido, pero eso no quiere decir que todas las otras mujeres lo sean. Quizás por mi circunstancia o… es fácil de entender eso.

P.– ¿Qué entiendo por el documento adjunto?

R.– Pues que me invitaban a los sitios porque era la mujer de Rafael del Pino, de mi ex marido. No me invitaban a nada por ser yo. Me casé tarde, siempre me habían invitado a todos los lugares por ser Astrid, aportara más o menos, mucho o nada. Pero me invitaban a todo, ya fuera reuniones de trabajo, un plan, una fiesta o un viaje. Y a partir de que me caso con un hombre importante me dejan de invitar por mí y me invitan por ser la mujer de. Eso lo tuve muy claro siempre.

P.– Tal y como aparece en el libro, ¿es ahí cuando tiene acceso a lo más exclusivo de lo exclusivo?

R.– No. Yo había tenido acceso antes y sigo así. Ahora quizás en España se me han cerrado puertas, pero en el extranjero lo sigo teniendo. La diferencia es que ahora, igual que antes de casarme, donde me invitan lo hacen porque soy Astrid Gil-Casares y probablemente algunas otras cosas, no, probablemente no, hay muchas cosas que me invitaron por ser la mujer de Rafa, como ir al Foro de Davos. No he vuelto y efectivamente habrá cosas a las que no volveré a ir.

P.– ¿En algún momento fue sumisa o tuvo que rendir pleitesía al pertenecer a ese 1% de la sociedad que lo acapara casi todo?

R.– No. Intentas ser amable, intentas agradar porque eres consciente de que hay mucha gente que intenta darte lo mejor que tienen porque el dinero y el poder imponen mucho. Intentan dártelo y lo único que puedes intentar es ser amable. Bueno, yo también me podría sentir completamente obnubilada si mañana me presentan a Brad Pitt. Quizás haga tonterías frente a él porque me impone (risas). Con mucha humildad, si alguien quiere hacerte o darte algo simplemente lo hacen porque eres la mujer de alguien.

P.– En su relación el personaje principal se codea con los Niarchos, los Agnelli, o los Fürstenberg. Usted también ha tenido la posibilidad de tratarlos siendo bastante joven. ¿Quién fue la persona clave que le permitió adentrarse en esas vidas de ensueño?

R.– Carlo Clavarino, que es mi amigo, no mi ex amante (risas). Por eso, cuando te decía que antes de casarme ya había tenido acceso a ese mundo, se debe a que conocí a Carlo con 17 años. Él me abrió las puertas del mundo al ciento por ciento.

P.– Algo debió ver en usted porque la intuición es muy importante.

R.– Me lo dijo. Yo había entrado en Pachá en Ibiza y, de repente, se me acercó, me preguntó si hablaba italiano y me dijo que se había fijado en cómo observaba la sala. Le dije que no sabía el idioma, “pues estúdialo y te haré descubrir el mundo”, me dijo. Lo aprendí en tres meses, ja, ja. Y cumplió su palabra.

Astrid Gil-Casares.

Astrid Gil-Casares. David Morales EL ESPAÑOL

P.– ¿Qué es lo más maravilloso que le hizo descubrir?

R.– Buah… Son momentos que te cambian la vida. Yo venía de una familia buena, pero más estructurada, más acorde a unas normas de la sociedad española del entorno en el que nací, y conocer a Carlo me abrió otro tipo de conocimientos, personas, viajes, experiencias, conversaciones, trabajos. De alguna forma esto es como el típico modelo a la que descubren en el súper o en el aeropuerto y consigue llegar a lo más alto. El hombre que te descubre sería lo equivalente.

P.– ¿Cuándo se produce ese primer viaje en helicóptero en vez de usar el coche?

R.– A los seis meses, cuando ya había aprendido italiano. Se lo debo todo al idioma. Yo ya hablaba cuatro idiomas, incluido el alemán, porque me enamoré de un príncipe alemán que no me hacía ni caso. Pero de nuevo, el príncipe volvió a ser un tipo de vida bastante estructurada dentro de lo que es una sociedad más encorsetada, los títulos, la nobleza, los modales, etc. Todo se lo debo al italiano, en sentido figurado y literal.

P.– ¿Cuál de las grandes familias le impresionó más por su cultura, por dar las mejores fiestas…?

R.– Todas son un privilegio, cada una en su estilo. Es maravilloso haber podido vivirlo.

P.– ¿Es muy diferente la aristocracia de sangre a la del dinero?

R.– Se van entremezclando bastante pero (larga pausa), sí es algo distinto. Pero no quiero elucubrar más sobre esto.

P.– Creo que tiene muy buena relación con el rey Felipe.

R.– El Rey es una persona excepcional, muy sólida y es gracioso. Ahora va a parecer que lo estoy diciendo por estar donde está, pero cualquier amigo mío sabe que eso lo he dicho antes. He sido siempre extremadamente felipista, cuando hubo una época en la que lo famoso era decir que no se era monárquico, sino juancarlista. Por entonces Felipe no era Rey y, como te he dicho antes, es alguien muy excepcional.

P.– ¿Pero forma parte de su círculo?

R.– Es alguien muy excepcional (ríe).

P.– En las distancias cortas no es tan campechano como…

R.– Es excepcional como persona.

P.– De ahí no vamos a salir, ¿no?

R.– (Asiente) ¿Y del libro qué?

P.– Pues he echado de menos a Felipe.

R.– (Sonríe) Quizás no sabes leer lo suficiente o no lo has sabido encontrar.

P.– Pues tendré que leer entre líneas.

R.– ¡Ajá!, pero solo te digo que no lo has sabido encontrar. Te prometo que está en el libro, no te miento.

P.– Por cierto, ¿cómo ve a la infanta Leonor, la heredera?

R.– No voy a entrar. Si sigues con estas preguntas cortamos la entrevista. No voy a seguir por ahí.

Astrid Gil-Casares, en su entrevista con EL ESPAÑOL.

Astrid Gil-Casares, en su entrevista con EL ESPAÑOL. David Morales EL ESPAÑOL

P.– Tuvo una exitosa carrera en la banca de inversión y tras su separación, quiso volver y no le dejaron…

R.– Hmmm, ¿vas a preguntarme más cosas del libro o no? En él se habla del silencio, los privilegios sociales, la resiliencia, está la parte erótica.

P.– Si la vida era más o menos fácil dentro de una burbuja inaccesible, ¿cómo afrontarla? Alana la soledad y el dolor?

R.– El problema es que cuando estás un poco triste en general te gusta, la buscas, la deseas y luego depende de tu personalidad. Creo que Alana, como Astrid, la soledad es donde más cómoda y feliz se siente. Pero es verdad que solo la soledad acaba pesando. A lo mejor la pregunta sería qué grado de estar en sociedad o con amigos se necesita y cuánto para estar solo. Todos necesitamos las dos. El problema es cuánto es lo que te hace feliz. Esto es como el que sale demasiado porque no sabe estar solo, y eso no es sano, y a lo mejor el que nunca sale porque se abre demasiado fácilmente con otra la gente, tampoco es sano. Hay que buscar el punto medio. No hay que refugiarse en lo que nos hace sentir maliciosamente bien. La soledad está muy bien. Cuando es buscada mola.

P.– Por qué el personaje se siente tan culpable, no sé hasta qué punto hay un grado de intención, se lo dice toda ella, o si realmente cierta parte del entorno en el que se ha movido era hasta cierto punto tóxico.

R.– En Alana estuve pensando mucho qué heridas traía de la infancia porque estas son tremendamente difíciles de borrar. Alana tiene la culpa, pero hay otros que tienen la vergüenza, el no valgo, el no voy a poder, y esa creencia o sentimiento que traes de la infancia es muy difícil quitarlo. Por mi experiencia y la de mis amigas, las heridas de su infancia son algo como que nunca dejan de volver a asomar la cabeza. Es un poco deprimente lo que voy a decir, pero esto es un poco como el alcohólico, siempre va a serlo. La herida de la infancia es algo que te acompaña toda tu vida.

P.– La forma en cómo delinea a los personajes con ese verbo fácil y fluido, ¿ya viene en los genes o a qué es debido?

R.– Creo que es una mezcla de haber leído mucho y que te guste algo. En general, cuando algo te gusta es porque se te da bien. Tengo amigas que cocinan de forma maravillosa porque les gusta y se aplican a ello, tienen más que un don, una facilidad para entender las ecuaciones de la cocina. Supongo que tu cerebro para hacer algo bien ha de estar más o menos programado para saber hacer eso mínimamente bien.

P.– Sin embargo, llama la atención porque es común que una persona que es experta en números, como es su caso, para letras son normalmente nefastos. Es como si sus dos hemisferios estuvieran perfectamente conectados.

R.– No sé si perfectamente o si fingen estar algo conectados (risas). Me gustan los números… pero es que luego no sabes cómo funciona el cerebro. Hablo seis idiomas perfectamente y con buen acento, pero bailo bien y canto francamente mal. También tengo un sentido de la orientación bestial, paso una vez por un sitio y ya sé volver, tengo una visión espacial muy desarrollada y más o menos escribo bien. A ver, no hago nada muy bien, pero más o menos me defiendo. Vamos, mi respuesta es que no sé cuál es la conexión de los hemisferios.

Astrid Gil-Casares.

Astrid Gil-Casares. David Morales EL ESPAÑOL

P.– Es muy curioso porque el lenguaje no deja de ser música.

R.– En misa de Gallo estábamos con mi madre y me puse a cantar para estar en unión. Mi hermana me dijo: “Te importa callarte que nos estás confundiendo”. Y mira que con ella me llevo genial, es la más cariñosa y atenta.

P.– Alana se hace continuamente muchas preguntas que nosotros también deberíamos contestar como, por ejemplo, ¿cómo gestionas saber que le has jodido la vida a alguien?, ¿qué es lo que más te motiva en este momento de tu vida?, ¿de verdad tenía yo la culpa de todo?. Son reflexiones que no entienden ni de tiempo, ni de lugar, ni de género. Son humanas.

R.– Cuando me pregunta por qué escribo digo que lo que quiero es hacer pensar. Cuento una historia, pero lo que me diferencia de otros escritores es que ellos buscan encontrar una historia y yo en cambio busco hacer pensar. Cuando comienzo pienso hacia donde estoy guiando a llevar sus pensamientos al lector o la lectora. A reflexionar. Que me digas que el libro te ha hecho pensar es el mejor cumplido que me podría decir. Mucho mejor que decir está bien escrito, que también está bien. Cualquiera cumplido te gusta. A partir de aquí solo podemos ir hacia abajo y sin red.

P.– Y hablando de pensar, aún estoy dubitativo con lo que dice en el libro sobre FOMO (Fear Of Missing Out/Miedo a perderse algo) y ROMO (Relief of missing out/Alivio al perderse algo).

R.– Creo que pasa más de lo que pensamos. Alana no es tan especial cuando dice eso.

P.– Sí, pero no nos paramos a pensar. Ese tiempo de reflexión que toma el personaje es algo que no hacemos por obligaciones familiares o por la adicción a las redes, adicción al teléfono, entre otras cosas.

R.– Es muy importante saber decir que no a algo. Si por casualidad vas a un sitio y no te lo pasas bien pues… a ver, aquí la regla es que si estás en una cena sentada con amigos no te levantas en mitad de la cena, si lo estás pasando mal intentas cambiar la conversación o te tomas dos copas de vino (risas). Si no es algo sentado en una mesa pequeña, yo si no me lo paso bien, me voy. Sin el más mínimo remordimiento. La facilidad que tengo de llegar a un sitio y entender que mejor estaría en casa leyendo, me doy la vuelta y me voy. Como decía, primero hay que saber decir que no, y si dices sí, entiende por qué lo dices y si al final no te lo pasas bien, volver a casa o quedar con otro a cenar. No pasa nada por perderse algo. Ya habrá otra oportunidad.

P.– Supongo que todo esto tiene que ver más con la experiencia vital.

R.– Sí, a lo mejor tiene que ver con la edad. A los 20 todos somos FOMO, no queremos perdernos nada porque no hemos vivido muchas cosas, ya desde los 45 todos somos ROMO, los años sirven para algo y no hace falta hacer las cosas 100 veces.