Intevención de la Policía Local, Guardia Civil y Policía Judicial en la puerta de la vivienda familiar.

Intevención de la Policía Local, Guardia Civil y Policía Judicial en la puerta de la vivienda familiar. Efe/ Ismael Herrero.

Reportajes sucesos

Miguel mató a su hermano Rafa con una reja de alcantarilla por drogas en Toledo: tenían más de 50 años y vivían con sus padres

La convivencia entre los hermanos llevaba años marcada por la droga, la dependencia y la desesperación. Esta vez, acabó en tragedia.

Más información: Un hombre mata a su hermano rajándole el cuello durante una discusión en La Puebla de Almoradiel (Toledo).

La Puebla de Almoradiel (Toledo)
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La cinta policial ya no está. El sol de abril cae seco sobre las tejas y las rejas oxidadas de La Puebla de Almoradiel, un pueblo de 4.487 habitantes en el corazón de la Mancha toledana, donde los días parecen repetirse y las tragedias, cuando ocurren, se disuelven rápido en las calles. Apenas unas horas después de que Miguel matara a su hermano menor, Rafael, la vida en el pueblo parecía haber retomado su curso.

Los niños volvieron rápido al parque, las persianas se alzaron, y los hombres regresaron a los bares de siempre. Como si nada. Fue aquí, en la calle Arcoíris —un nombre que ahora suena irónico, casi cruel— donde ocurrió todo. Donde dos hermanos, de 57 y 52 años, convivían con sus padres ancianos, muy mayores, muy frágiles. Donde uno cuidaba a todos los otros. Y se hartó.

Los hechos sucedieron poco después de las once de la mañana del martes 8 de abril. Rafael, según apuntan fuentes policiales y vecinales, le pidió dinero a Miguel para comprar droga. No era la primera vez. Según el relato del detenido, el menor de los hermanos reaccionó con violencia —como ya había ocurrido en otras ocasiones—, lo golpeó, y él respondió con lo primero que vió.

Puerta de la vivienda familiar, situada en el número de 10 de la Calle Arcoíris.

Puerta de la vivienda familiar, situada en el número de 10 de la Calle Arcoíris. Efe / Ismael Herrero.

En un acto que describió como defensa propia, Miguel cogió una tapa de alcantarilla del patio de la vivienda, de esas que sirven para drenar el agua de lluvia, y la usó para golpear repetidamente a su hermano en la cara. Después, le asestó una puñalada en el cuello con un arma blanca. Lo que terminaría con su vida.

Cuando los servicios de emergencia llegaron al domicilio familiar, no pudieron hacer nada. Una ambulancia de soporte vital básico, una UVI móvil y un equipo médico del centro de salud de La Puebla sólo pudieron certificar la muerte de Rafael. La Policía Local fue la primera en llegar. Miguel confesó el crimen. Después, lo repitió ante la Guardia Civil, que procedió a su detención. La Policía Judicial y el laboratorio de criminalística de la Comandancia de Toledo se hicieron cargo de la investigación.

Una familia conocida

El suceso ha conmocionado a la localidad. Pero esa conmoción, en La Puebla de Almorediel, no se expresa con gritos ni con gestos teatrales. Aquí, la conmoción se expresa en forma de susurros breves entre vecinos, que generalmente terminan rápido. Se ve en comentarios escuetos en la puerta del estanco. Y en un silencio espeso que se impone antes de la sobremesa.

"No era una familia desconocida", cuenta una vecina. Todo el pueblo sabía que Rafael tenía problemas de adicción y que no recibía tratamiento. Las discusiones eran frecuentes. Miguel, dicen, había pasado años soportando, cuidando, callando. Desde que cerraron la carpintería que compartían, desde que Rafael dejó de trabajar, desde que sus padres se volvieron dependientes. "Es por culpa de la droga", repiten los vecinos de la calle Arcoíris. Otros miran al suelo y susurran: "Se veía venir, ¿qué quieres que te diga?"

Alberto Tostado, el alcalde de la localidad, lo expresó con crudeza: "Nos queda mal sabor de boca por no haber podido ayudar". En declaraciones a los medios, explicó que en el pueblo "todos sabían de las adicciones" de Rafael y que las trifulcas en el domicilio eran recurrentes. Aseguró que el Ayuntamiento se plantea alguna medida institucional de repulsa ante lo ocurrido, aunque también reconoció la dificultad de reaccionar ante una tragedia que no encaja fácilmente en ninguna categoría.

"No sé qué estamos haciendo mal como sociedad para que sucedan estas cosas", reflexionó el regidor, que no ocultó su consternación ante lo ocurrido en lo que definió como "un pueblo muy tranquilo". Por la tarde, el calor apretó y las calles se vaciaron. Las voces se escondieron tras las ventanas. La cinta policial ya no estaba, pero el suceso seguía allí, flotando: en la puerta cerrada de la casa familiar, en los pasos lentos de los vecinos que cruzaban la acera sin mirar. En los padres mayores, que se quedaron sin los dos hijos con los que compartían techo: uno muerto, otro detenido.

Una pareja pasea junto a un perro en las cercanías de la Calle Arcoíris, horas después del suceso.

Una pareja pasea junto a un perro en las cercanías de la Calle Arcoíris, horas después del suceso. Julio César R. A.

Vida normal

La Guardia Civil, por su parte, descarta por ahora que el crimen fuera premeditado. Las fuentes consultadas por EL ESPAÑOL aseguran que Miguel se mostró "cansado" después del suceso y que no manifestó emociones particulares durante su confesión. Un acto brutal, pero sin rastro de planificación.

La calle Arcoíris termina en una curva, junto a un campo. Desde allí se ven los tejados del pueblo, las copas de los olivos. La vida, a primera vista, sigue igual. Pero algo se ha quebrado. No solo la familia, no solo los cuerpos. También la certeza de que las cosas malas pasan en otros sitios.

Y ahora, con el calor que regresa pegado a las paredes y el silencio pegado a las gargantas, solo queda eso: un nombre de calle que ya no parece tan alegre, una casa que ya nadie habita, y un pueblo que, sin saber cómo, tendrá que aprender a vivir con lo que ha pasado.