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    Una operación “chapucera” que rompió dos familias

    El metal fue lo que llevó a los asesinos de Anabel Segura a embarcarse en la peregrina idea de un secuestro “chapucero”, que acabó con la vida de la joven madrileña hace ya 25 años. Se truncaban tres familias: la de los Segura-Folen, que perdían dramáticamente a su hija; la de los Muñoz-García, y la de los Ortiz, cuya vida no volvería a ser igual por culpa de los cabeza de familia.

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    Guapa, inteligente y de buena familia

    Quienes conocían a Anabel coinciden en que la joven, que entonces tenía 22 años, reunía las cualidades que todo padre desearía. Perteneciente a una familia adinerada, cursaba 4º de Empresariales y, si Emilio Muñoz y Cándido Ortiz no se hubieran cruzado en su camino el mediodía del 12 de abril de 1993, se hubiera graduado pocos meses después.

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    Los Muñoz-García: buscando un futuro mejor

    Según recuerdan los vecinos, Emilio y Felisa se habían mudado desde Vallecas junto a sus hijos al municipio toledano de Pantoja, tan solo 2 o 3 años antes de saltar el caso. Como otras muchas familias que se instalaron en aquellos años, buscaban mejores viviendas a un precio menor, a unos 50 kilómetros de la capital.

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    Él, repartidor; ella, churrera

    Emilio trabaja como repartidor en Madrid para una empresa de paquetería. Aprovechando el garaje de su chalet, habían montado una churrería en Pantoja que regentaba Felisa. “El negocio lo llevaba ella y, algunas veces, la ayudaban sus padres. Bajaba a los niños al colegio; siempre era educada, pero ninguno de los dos tenía mucha relación con la gente del pueblo”, recuerda una vecina de la localidad.

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    Cándido, el fontanero

    Cándido Ortiz, amigo de la infancia de Muñoz, también se había mudado hacía pocos años. En este caso a Escalona, también en la provincia de Toledo. Se dedicaba a la fontanería y solía desplazarse a la capital para realizar algunos trabajos.

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    La Moraleja, “bingo seguro”

    La mañana del 12 de abril de 1993, Muñoz y Ortiz se desplazaron hasta las inmediaciones de la urbanización La Moraleja con la intención de secuestrar a alguien. Según comentan fuentes de la investigación, ellos estaban convencidos de que la zona era “bingo seguro”, y allí tuvieron la mala fortuna de encontrar a Anabel. 

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    Mediodía de footing, comienza el supuesto secuestro

    Aquel día, Anabel había salido de su casa en la urbanización Intergolf para hacer footing. Fue asaltada en las cercanías del Colegio Escandinavo, una zona de escasas construcciones, donde estaban aguardando Emilio y ‘Candi’. El jardinero del colegio escuchó un grito, pero no vio más que una furgoneta blanca. En el suelo quedaban el walkman y la chaqueta de Anabel.

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    España entera, pendiente de Anabel

    Comenzaban así dos años y medio de incertidumbre que conmovieron al país entero y sacaron a la gente a la calle pidiendo la vuelta de la joven. Los investigadores tenían claro que se trataba de delincuentes comunes y las llamadas posteriores que recibieron los padres de Anabel pidiendo el rescate, así lo confirmaban. Se planteaba un escenario desconocido en el panorama criminal español.

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    Dispuestos a lo que fuera para que volviera su hija

    El empresario José Segura y Sigrid Foles, padres de Anabel, estaban dispuestos a todo por recuperar a su hija y llegaron a ofrecer 60 millones de recompensa, según la prensa de la época. Durante el tiempo que duró el caso, recibieron miles de llamadas y numerosas visitas de videntes que aseguraban saber el paradero de la chica.

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    Emilio y Candi siguen tras el dinero

    A pesar de haber matado a la joven el mismo día de su captura, Emilio y ‘Candi’ no abandonaron su objetivo de conseguir dinero y llamaron en varias ocasiones a la familia exigiendo un rescate. Incluso el repartidor obligó a su mujer (“bajo coacciones y amenazas”, según se aseguró en el juicio) a realizar una grabación simulando la voz de Anabel.

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    “¿Quién sabe dónde?”, el principio del fin gracias a la colaboración ciudadana

    Tras dos años de pesquisas, la investigación toma un punto de inflexión con el popular programa de televisión “¿Quién sabe dónde?”, en el que emitieron la voz de los secuestradores. Se recibieron más de 30.000 llamadas y se comprobaron unas 6.000 identidades aportadas por el público, hasta que una de ellas dio en la diana.

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    “José Luis, ¡es él!”

    Al frente de la investigación estaba el comisario Serafín Castro. Todavía hoy recuerda cómo reaccionó cuando escuchó la conversación telefónica que habían grabado para comprobar una de las identidades: “José Luis, ¡es él!”, gritó por el pasillo, al volver a reconocer aquella voz que tantas veces había analizado.

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    Encajan las piezas: todas las pistas señalan a Emilio

    Las pistas señalaban en la misma dirección: la furgoneta blanca de Emilio coincidía con la que se había visto el día de la desaparición; se habían registrado llamadas a la familia desde la zona de Vallecas y en un punto kilométrico cercano a donde vivía un hermano de éste, e incluso su lugar de residencia encajaba con una expresión que se escuchaba de fondo en las grabaciones. “No, lo de ‘bolo’ no es verdad. Lo que sí escuchamos es “Sabes más que los ratones ‘coloraos’”, que se suele utilizar en aquella zona”, explica Castro.

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    El 28 de septiembre de 1995, llegan las detenciones y confiesan dónde está Anabel

    Recuerda el comisario que a Emilio lo detuvieron en plena calle Orense de Madrid y todo fue tan rápido que no le dio tiempo a reaccionar. A Cándido lo localizaron no muy lejos de Escalona, donde vivía, y prácticamente había confesado antes de llegar a dependencias policiales. Esa misma noche, se empezaba a buscar el cuerpo de Anabel Segura.

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    El cadáver se encontró tras excavar en los restos de una cerámica abandonada

    A Anabel la mataron el mismo día del secuestro. Según fuentes de la investigación, les había visto la cara cuando pararon a echar gasolina e incluso había hablado con ellos, lo que hacía posible su identificación. La asfixiaron y dejaron su cuerpo en los restos de las galerías de una cerámica abandonada de Numancia de Sagra, cerca del pueblo donde vivía Emilio.

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    Juicio, tres años después

    En enero de 1998 comenzó el juicio. La Audiencia Provincial de Toledo condenó a 39 años de prisión a Emilio Martínez Guadix y Cándido Ortiz Añón por el secuestro y asesinato de Anabel Segura, una pena que el Supremo elevó hasta los 43 años y 10 meses. Para Felisa García Campuzano, la Audiencia dictaminó 6 meses de prisión por encubrimiento, que el Supremo elevó a dos años y cuatro meses.

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    2009: ‘Candi’ fallece en la cárcel de Ocaña

    En junio de 2009, 14 años después de su ingreso en prisión, Cándido Ortiz Añón fallecía en la cárcel de Ocaña I (Toledo), al parecer, a causa de un infarto. En este tiempo había disfrutado ya de algunos permisos penitenciarios. 

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    2013: A la calle, gracias a la anulación de la doctrina Parot

    La derogación de la “doctrina Parot” sacaba del centro penitenciario de Herrera de la Mancha (Ciudad Real) a Emilio. Había pasado 18 años entre rejas. “Siento mucho lo que pasó […] daría 10 años de mi vida porque no hubiera pasado. […] Yo no me considero un peligro. Cometí un error, grave, y he pagado mi condena. […] ¿Quién puede perdonar eso? Se nos fue de las manos y ya está… lo único que perdón y ya está”, declaraba a su salida.

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    De vuelta al barrio, destino Vallecas

    A su salida, Emilio ponía rumbo a Vallecas, su barrio de siempre y donde sus padres tenían un piso. Sus planes eran instalarse allí, pero el paso de los años le ha otorgado discreción y vuelta al anonimato, ya que ni vecinos ni comerciantes de la zona aciertan a ubicar ni su nombre ni su imagen, al menos tal cual salió de prisión.

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    Toda la familia en el distrito

    En el mismo distrito, Vallecas, pero alejada geográfica y emocionalmente del que fue su marido vive Felisa. Educadamente responde que solo quiere “pasar página” y asegura no saber nada de Emilio desde hace “mucho, mucho tiempo”. Explica brevemente que lo sucedido marcó su vida, que nadie le quería dar trabajo y fue complicado salir adelante. De lo demás, prefiere no recordar.

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    “El caso Anabel Segura ha marcado un antes y un después en la Policía española”

    Jubilado desde hace años, Castro recuerda nítidamente “el caso más largo” de su carrera. Asegura que “obligó a la Policía a cambiar la forma de investigar y adaptar a la delincuencia común técnicas que se utilizaban en casos de terrorismo". Tras cerrar el caso, siguió yendo algunos fines de semana a visitar a los padres de Anabel “simplemente por acompañarles, por estar con ellos”, y en muchas ocasiones soñaba con que la encontraba todavía viva.