No sé qué algoritmo se ha apoderado de mi Instagram, pero llevo semanas viendo reels con frases estoicas que podrían haber sido escritas por Marco Aurelio en formato 9:16. “No controles lo que no depende de ti”. “El dolor es inevitable, el sufrimiento opcional”. “El enemigo no es el problema, es tu reacción al enemigo”. Y lo confieso: los veo, los consumo, me motivan… y a veces hasta los comparto en mis historias.
Pero al mismo tiempo, hay algo que me incomoda. Una voz crítica que me susurra que todo esto suena demasiado simple, demasiado perfecto para caber en una frase, demasiado desligado de la complejidad emocional de la vida real. ¿Qué hay detrás de esta tendencia? ¿Tiene el estoicismo una base sólida o estamos convirtiendo una filosofía profunda en una versión fitness del “tú puedes con todo”?
Y, sin embargo… ¿por qué a veces parece que leer una de esas frases en el momento justo es el empujón que necesitamos para no rendirnos?
¿Qué es, en realidad, el estoicismo?
El estoicismo es una filosofía práctica nacida en la Antigua Grecia hace más de dos mil años. Su propuesta central es sencilla pero radical: no podemos controlar lo que nos ocurre, pero sí cómo respondemos ante ello.
“Los acontecimientos no te afectan, sino tu juicio acerca de ellos.”
— Epicteto
A partir de esta idea, los estoicos —entre ellos Epicteto, Séneca o el emperador Marco Aurelio— enseñaban a distinguir lo que depende de nosotros (pensamientos, decisiones, actitudes) de lo que no (el azar, la conducta ajena, la muerte), y a enfocar nuestra energía solo en lo primero. Vivir de acuerdo con la virtud —entendida como sabiduría, templanza, justicia y coraje— era el camino hacia la libertad interior.
Entrenaban su mente como quien afila una espada. Y sus ejercicios —visualización negativa, reflexión diaria, aceptación activa— no eran abstractos, sino cotidianos. El objetivo no era “dejar de sentir”, sino sentir con perspectiva.
Lo que la psicología moderna ha aprendido de los antiguos
Un querido amigo y mentor —de esos a los que siempre consultar en momentos de dudas— suele recordarme que ya está todo inventado. Que el conocimiento profundo, el que realmente transforma, ya estaba en los antiguos. Nosotros solo lo organizamos mejor, lo traducimos, lo vestimos de evidencia. Y el estoicismo es un ejemplo perfecto: sin pretenderlo, ha influido en algunas de las corrientes más eficaces de la psicología moderna.
Estoicismo de bata blanca
La Terapia Cognitivo-Conductual (TCC), desarrollada en el siglo XX por Albert Ellis y Aaron Beck, parte de una idea muy cercana a la de Epicteto: no nos afecta tanto lo que nos ocurre como lo que pensamos sobre ello. Sus técnicas —cuestionamiento de pensamientos irracionales, exposición gradual, regulación emocional— coinciden en muchos puntos con los planteamientos estoicos. La diferencia es que ahora vienen validadas por décadas de estudios empíricos y guías clínicas.
Aceptar, sin rendirse
Lo mismo ocurre con la ACT (Terapia de Aceptación y Compromiso), otra corriente respaldada por la evidencia que apuesta por aceptar el malestar inevitable sin dejar de actuar con propósito. El vínculo con el estoicismo es evidente: vivir de acuerdo con los propios valores sin dejarse arrastrar por cada emoción o pensamiento momentáneo.
“Quien más suda en el entrenamiento, menos sangra en la batalla.”
— Proverbio samurái
De Marco Aurelio a la Gestalt
Por motivos que no vienen al caso, pero que podríamos llamar “transiciones vitales”, he trabajado mi salud mental con dos terapeutas diferentes. Uno con enfoque cognitivo-conductual —estructurado, clínico, empírico—. El otro, terapeuta Gestalt, con un enfoque más vivencial, menos reglado, más centrado en el cuerpo y la emoción.
Y, aunque mi formación está anclada en la psicología basada en la evidencia, lo confieso: la terapia Gestalt me ha ido bien. Mejor de lo que esperaba.
La Gestalt, aunque con menor respaldo en grandes estudios controlados, se enfoca en el “aquí y ahora”, el darse cuenta, la integración de polaridades internas. No es lo mismo que el estoicismo, ni por origen ni por método, pero comparten la intención de llevarnos a vivir con más conciencia y menos reacción automática.
“Cualquier persona capaz de hacerte enfadar se convierte en tu dueño.”
— Epicteto
Y aquí viene el punto: no se trata de elegir etiquetas, sino de tener criterio. Antes de dejarnos seducir por cualquier corriente, ya sea filosófica o terapéutica, conviene preguntarse qué evidencia la respalda, en qué contextos funciona y qué riesgos conlleva si se malinterpreta.
Con el estoicismo, esa advertencia es especialmente necesaria.
La línea invisible entre filosofía y fanatismo
Lo peligroso no es el estoicismo. Lo peligroso es lo que ocurre cuando lo descontextualizamos, lo convertimos en autoayuda rápida y lo entregamos —sin filtros ni pensamiento crítico— a generaciones enteras buscando certezas inmediatas.
Porque esa es la fina línea que no siempre sabemos trazar: la que separa una filosofía que nos ayuda a vivir mejor de una narrativa que refuerza nuestra frustración, aislamiento o rabia. Una línea tan fina como invisible cuando quien la cruza es un adolescente solitario, sin referentes, consumiendo vídeos de dos frases que le dicen que no importa lo que le hagan… que lo único importante es cómo lo interpreta.
Lo vimos en Adolescencia, esa serie de Netflix tan brutal como necesaria. Y lo vemos también —aunque no queramos verlo— en algunos discursos estoicos que acaban legitimando el dolor emocional masculino sin ofrecer salida emocional saludable alguna, incubando resentimiento, misoginia o cinismo social. En algunos foros, la frase “controla lo que depende de ti” se convierte en justificación para no pedir ayuda. En otros, se desliza directamente hacia la narrativa incel: “el mundo me rechaza, pero yo soy más fuerte por aguantarlo en silencio”.
Y no. El estoicismo no es eso. Nunca lo fue. Pero si no lo acompañamos de pensamiento crítico, valores sólidos y comunidad, acabará siendo otra etiqueta vacía que puede alimentar tanto la resiliencia… como la desconexión moral.
El lado oscuro del estoicismo de TikTok
Sí, el estoicismo puede ayudarnos. Pero si lo simplificamos hasta dejarlo en eslogan, también puede hacernos daño.
Reprimir no es regular
El estoicismo no niega las emociones, pero mal entendido puede empujarnos a ignorarlas o reprimirlas. Y eso, como muestra la investigación en regulación emocional, acaba pasando factura.
Aceptar no es conformarse
Aceptar que no puedes controlar ciertas cosas no significa aguantar lo que no debes. Hay límites que no requieren templanza, sino defensa activa.
No es dureza, es discernimiento
Blindarse emocionalmente no es fortaleza, es disociación. El ser humano necesita sentir, vincularse, expresarse. El estoicismo bien practicado no bloquea la emoción, la canaliza.
Estoicismo no es estrategia empresarial
Y no, promover estoicismo para que los empleados “aguanten” sin quejarse no es cultura organizacional. Es una trampa retórica que transforma el aguante en virtud, y el abuso en normalidad.
“La opinión de 10.000 hombres no tiene ningún valor si ninguno de ellos sabe nada sobre el tema.”
— Marco Aurelio
Estoicismo, sí. Pero lúcido.
La virtud estoica no está en soportarlo todo, sino en saber qué merece la pena ser soportado. No es insensibilidad, sino templanza. No es aguante, es conciencia. No es “no sentir”, es no dejarse arrastrar.
“Es el destino de las grandes almas ser odiadas por los mediocres.”
— Atribuida a Julio César
Y ahora, una confesión: me gusta el estoicismo. Me gusta que me salgan reels con este tipo de contenido. Me gusta cómo me ayuda a recuperar el foco en mitad del caos cotidiano. Me recuerda que no todo depende de mí, y al mismo tiempo me exige responsabilidad sobre lo que sí depende.
Y no hay nada de malo en eso. Siempre que lo vivamos desde el pensamiento crítico.
Porque no, no todo cabe en un vídeo de quince segundos. Pero, a veces, una frase antigua puede devolvernos la claridad que tanto cuesta encontrar cuando todo se tambalea.